La semana pasada, Jair Bolsonaro, en su primera conferencia presidencial ante la prensa extranjera, dijo con todas sus letras, “La Amazonía es nuestra, no de ustedes” y, agregó, “Los datos de deforestación sobre la Amazonía son falsos”. Con estos dichos ratificaba lo que hace dos meses atrás había señalado su asesor de Seguridad, el General Augusto Heleno Pereira, “La idea que el Amazonas es patrimonio mundial es una tontería; los extranjeros deben dejar de inmiscuirse.”
El presidente de Brasil y su asesor de Seguridad Nacional se equivocan. La selva amazónica es patrimonio mundial. Se encuentra en su mayor parte en territorio brasileño, pero es indispensable para mantener la vida del planeta y de todos los seres humanos. La Amazonía es la mayor reserva forestal del planeta, “el pulmón del mundo”, que se extiende a lo largo de 7.4 millones de kilómetros cuadrados y concentra el 60% de la biodiversidad mundial.
La selva amazónica al ser un patrimonio de toda la humanidad plantea al Estado brasileño exigencias ineludibles. Lo obliga a protegerla, especialmente hoy día cuando los equilibrios medioambientales se están rompiendo, con serias amenazas para la sobrevivencia de los seres humanos
Por tanto, Bolsonaro y su asesor de seguridad tienen la obligación de cuidar la Amazonía y evitar la deforestación. De no hacerlo cometen delito de lesa humanidad. Y, no pueden argumentar que los extranjeros no tienen derecho a opinar ya que lo que sucede en el “pulmón mundo” afecta a todos los seres humanos. Tienen el deber de informar al mundo sobre el tratamiento que dan a la vida
animal, vegetal e indígena en la Amazonía.
Sin embargo, la política medioambiental de Jair Bolsonaro se desentiende de la grave presión que actualmente experimentan los ecosistemas. Reduce las regulaciones en la Amazonía para favorecer las explotaciones mineras y agropecuarias y propone duplicar la producción de soja en los próximos diez años. El resultado será una mayor deforestación facilitada por la integración del ministerio de medio ambiente al de agricultura, a lo que se agrega el término de las demarcaciones de nuevas tierras indígenas pues “el indio ya tiene demasiada tierra”.
Así las cosas, se multiplican las preocupaciones de las ONG locales y de organismos internacionales. De acuerdo con el reporte de la World Wildlife Fund (WWF) publicado en octubre del 2018, una quinta parte de la selva ha desaparecido en los últimos 50 años; según Greenpeace, la deforestación de la Amazonia en los años 70 alcanzaba un 1% del territorio, mientras hoy llega al 18%. Y, una reciente estimación del Instituto de Investigaciones Espaciales destaca que sólo en el mes de junio de este año, en comparación al mismo mes del año pasado, se ha producido un 88 % de deforestación en
la Amazonía. Los datos no son falsos.
En consecuencia, el actual presidente de Brasil, en vez de enfrentar con responsabilidad la grave desforestación del “pulmón del mundo”, prefiere admirar el retiro de los Estados Unidos del Acuerdo de Paris (que compromete la reducción de las emisiones de carbono). Imitando a Trump, durante su campaña electoral, también propuso el retiro de Brasil del Acuerdo de Paris. Probablemente por ello el presidente de Francia advirtió a Bordonero que no ratificará el reciente acuerdo comercial Unión Europea-Mercosur a menos que exista un compromiso claro de Brasil con reducir la deforestación y, por cierto, ello incluye el no retiro del Acuerdo de Paris.
En la segunda década del siglo XXI el mundo enfrenta serios desafíos medioambientales. Los acelerados procesos de industrialización, urbanización y comercio global han colocado una presión extrema sobre los ecosistemas, con grave peligro para el planeta. En efecto, se está rebasando el límite de seguridad del cambio climático; la biodiversidad se está reduciendo a extremos muy delicados; los bosques originales han disminuido sustancialmente y muestran signos de estar absorbiendo menos carbono; y, la aplicación de fertilizantes y pesticidas en la agricultura han rebasado límites tolerables, dañando a plantas, aguas y peces.
La Amazonía, que debiera ser el principal escudo protector para enfrentar el deterioro de los ecosistemas, se está destruyendo. Se verán afectados Brasil y el resto de los países amazónicos, pero también toda la humanidad y sobre todo las generaciones venideras. Disminuirá la capacidad para absorber CO2, morirán mayores especies de animales y vegetales y el calentamiento global continuará su marcha inexorable. La subsistencia del planeta está en juego. Bolsonaro tendrá que asumir su responsabilidad ante la humanidad.