Nota del autor: en junio de 2010, camino a las parlamentarias de aquel año, publiqué en El Espectador de Bogotá un artículo que aquí ofrezco, en extracto, sin pretender dármelas de oráculo y que usted puede leer con sus lentes de mutatis mutandi.
1).-El embargo comercial contra Colombia, implícito en el cierre unilateral de la frontera con Venezuela, ha tenido serios efectos en la economía de ambos países, pero ninguno de los resultados políticos de largo alcance perseguidos por Chávez.
No, al menos, en la política doméstica colombiana, y ostensiblemente mucho menos en los resultados electorales del vecino país: pese a las bravuconadas del jefe de Estado venezolano, el por él muy aborrecido Juan Manuel Santos es ahora el nuevo presidente de Colombia y su crecidísima votación, al parecer sin precedentes, debería dar mucho que pensar a Miraflores.
Pero, ¡ay!, la propensión del gobierno de Caracas a no pensar más allá de la próxima elección -ya sea venezolana, colombiana, argentina, nicaragüense u hondureña- hace difícil creer que Chávez conciba el "problema Colombia" - un problema de grandes proporciones y múltiples aristas que, bien visto, se ha creado él solito- en términos de cómo convivir los próximos cuatro años con Santos en la acera de enfrente.
Por ello, muchos aquí en Venezuela creen que el embargo se ha de prolongar indefinidamente. Modestamente, este cronista es de otro parecer.
Ciertamente, el embargo ha tenido serios efectos en lo económico y humano, si se consideran no sólo las crecidas cifras del intercambio comercial interrumpido, sino también los actos de violencia que en nuestra común frontera comenzaron con la voladura, hace ya largos meses, de modestos puentes peatonales.
Hubo entonces gran despliegue de unidades de demolición de la Guardia Nacional -como si de operaciones militares se tratase- , so pretexto de inutilizar rutas del narcotráfico. Esta medida, risible y a la vez repudiable en su agresiva desproporción, como inconducente en sus pobres resultados electorales, se vio seguida de gravísimos y nunca previstos hechos de sangre, como lo fue el ajusticiamiento colectivo, durante lo más abrasador de aquella crisis, de inocentes nacionales colombianos. Asesinatos estos que las autoridades venezolanas no han explicado todavía satisfactoriamente -antes bien, han mostrado una arrogante desaprensión al respecto- y que las comunidades asentadas a ambos lados de la raya resienten como una violación de los derechos humanos, tolerada por las autoridades y aún sin castigo. No han faltado otras alarmas, como el anuncio, luego desmentido, de una ola de deportaciones.
2).-Las amenazas de ir a una guerra y la vociferación de injurias no han cesado desde el día de la muerte de Raúl Reyes en 2008 y han tenido múltiples escenarios, como las reuniones de la muy delicuescente Unasur, por ejemplo, en la que los acuerdos militares entre Colombia y EE.UU. fueron la causa de improperios y hasta de invectivas personales por parte del llamado "presidente-comandante". Tanta y tan duradera pugnacidad, concretada lacerantemente en el embargo económico, obedecía a dos propósitos.
Uno de ellos, afectar la viabilidad de un "gobierno Santos", en la creencia de poder influir en la intención del voto colombiano con un recurso tan hiriente y vejatorio como es el chantaje económico a toda una nación; chantaje que, al cabo, no surtió efecto electoral. Todo ello, desde luego, en el marco de los designios de dominación continental que, si bien cada día más contrariados por los hechos, no parecen abandonar a Chávez.
La otra finalidad del embargo era, siempre según muchos aquí, forzar el acopio preventivo de alimentos y otros bienes de consumo con la mente puesta, aunque parezca inconcebible, en un conflicto bélico prolongado con Colombia.
Sea como haya sido, lo que sí ocurrió fue que el embargo abrió las puertas a posibilidades nunca antes vistas para la corrupción aduanera en un petroestado de economía de puertos que, gracias al sistemático desmantelamiento del aparato productivo privado nacional, ahora importa más del 90% de lo que consume.
El borrón y cuenta nueva que Santos ha ofrecido sin equívocos no deberían ser desaprovechados, pero el anfibológico fraseo de las felicitaciones oficiales venezolanas hace pensar que todavía Chávez no se decide a pasar la hoja y permitir a los venezolanos el consumo de bienes colombianos a los que, durante décadas, han estado acostumbrados.
Las elecciones parlamentarias están a la vuelta de la esquina y el descontento por la inflación y la escasez crece día a día. Colombia, con nuevo presidente, sigue siendo el vecino de al lado. Nada debería impedir una normalización de relaciones. Desde luego, ponerse en los zapatos de alguien tan mercurial como Chávez no es manera de hacer pronósticos.
Sin embargo, es en Colombia donde Chávez puede hallar seguro y permanente suministro de bienes de consumo y alivio a su maltrecha balanza de pagos. A sus simplificadores ojos, Santos es la prolongación de Uribe, su némesis.
Pero puede también ser el "santo nuevo" con quien acordar la normalización de relaciones… y, por así decirlo, hacer el milagro de llevar otra vez leche Alpina a la mesa de los venezolanos.
*Esta columna fue republicada en El Mundo.com.ve.