La sociedad en red nos presenta a todo el tiempo el tema del día, es decir, los trending topics que deben ser compartidos por toda la prensa y por toda la intelligentsia, llegando, entonces, a todos los ciudadanos medianos que, en tiempos de democracia virtual, tienen siempre una opinión a decir. En Brasil, un asunto muy comentado en las redes sociales en los últimos días ha sido el abuso de una periodista en relación a un detenido por la policía en la ciudad de Salvador en el estado de Bahía. La acusación era de robo y de una posible tentativa de violación a una mujer. La periodista, una hermosa joven rubia y con grado universitario, aborda el detenido, un joven pobre, negro y poco instruido. La periodista sabe que está en una posición de ventaja en relación al detenido: la policía, que debía garantizar la dignidad de los ciudadanos bajo su control y que son inocentes hasta que el juzgamiento acontezca, prefiere, sin embargo, garantizar la seguridad de la bella reportera que tiene en su espalda el poder de la prensa. Por lo tanto, y por ser el detenido un nadie social, ella puede hacer lo que desea: disfruta de la diferencia de instrucción escolar para hacer chistes con el detenido, preguntando seguidas veces cómo se llama un examen médico que el detenido sigue diciendo de forma incorrecta. Ella toma el rol de juez y determina que el detenido es culpable por los crímenes. La autoridad policial no hace nada. No hay abogado para proteger el muchacho sin poder. Miles de personas ríen en sus casas. El programa de televisión tiene mucha audiencia.
Programas y hechos como este pasan todos los días en Brasil, principalmente en los estados menos desarrollados (la desigualdad es también un problema regional en el país). Pero a veces hay una gota de agua que hace al vaso derramarse y las redes sociales hacen posible que los movimientos de la gente común tengan consecuencias y repercusión. La periodista en cuestión, en ese sentido, no es peor que tantos otros que hacen el mismo trabajo todos los días, intentando encontrar en las sedes de la policía negros y pobres para hacer chistes en la tele. Pero, de algún modo, ella fue la escogida para la protesta de una parte letrada de la clase media -tal vez por haber esta vez un contraste tan fuerte entre una bella rubia y un negro feo (feo para el mismo patrón que la elige como bella).
A lo largo del día, entonces, miles de personas comparten en las redes sociales imágenes de la periodista con frases en su contra. Sindicatos y asociaciones de periodistas escriben una nota diciendo que no apoyan esa clase de programa en las teles. Profesores afirman que nunca el periodismo en el país ha visto nada parecido antes. En fin, una fuerte ola de acciones virtuales tomó parte considerable de la agenda del día. El debate fue un poco más allá del caso en cuestión: algunos intentaran poner en discusión la realización de programas y entrevistas basados en la explotación de la violencia y de una situación de desventaja de una persona en relación al reportero. Sería, incluso, una cuestión de derechos humanos.
Pero es posible ir aún más allá de la propia prensa y pensar, por un rato, acerca de la estructura social del país que hace posible que docenas de periodistas actúen así; que miles de jóvenes (la mayoría negros) ejerzan algún tipo de violencia (los blancos ejercen los crímenes de cuello blanco); televisores que transmitan esa violencia y ciudadanos que miran esas teles; policias que permiten entrevistas bizarras, y una justicia que no hace nada al respeto.
Lo que queda claro es que el crecimiento económico del país es un hecho muy importante, pero jamás posible de ser comprendido o positivamente evaluado sin tener en cuenta las consecuencias que ese crecimiento tiene en el tejido social más amplio; es decir, en la manera en cómo la sociedad organiza su estructura de solidaridad social que permite que los ciudadanos alcancen un nivel satisfactorio y sostenible de bienestar. El clásico sociólogo francés Émile Durkheim decía que no solamente la crisis, sino que también el crecimiento económico acelerado es responsable de deshacer las estructuras sociales que antes ordenaban la vida social. Un tiempo de cambio, por supuesto, es siempre seguido de un período de nuevas acomodaciones, pero, a fin de evitar que el cambio sea hacia la barbarie o el caos, es necesario que la sociedad promueva una democrática discusión sobre el rumbo que desea tomar. Planear el nueva orden social por venir es, por lo tanto, un ejercicio necesario de “utopía realista”, intentando intervenir en los cambios desagradables que vienen, juntos con los cambios positivos.
Si el crecimiento económico es buscado como el fin último deseado por una sociedad, esta sociedad ha perdido lo que es más importante para la vida social, es decir, la capacidad de que la convivencia entre los seres humanos sea capaz de generar el placer de estar juntos -el bienestar-, para lo cual el crecimiento debe ser solamente una herramienta (aunque muy importante).
¿Qué tiene que ver eso con la historia de la periodista?, pueden estar preguntándose mis lectores. Lo que pasa es que solamente una sociedad en la cual el fin moral último es ganar una gran tajada, mientras la mayor parte de los ciudadanos viven en estado de sufrimiento, puede generar programas de televisión que humillen pobres, negros y feos como una forma de divertir a los que tienen razón para reír -los ganadores riéndose de los perdedores.
Mirando de ese modo, el problema no es tan sencillo. No fue simplemente un comportamiento inadecuado de una periodista. Es, asimismo, el patrón de comportamiento social de las clases medias y ricas del país, que siguen sin importarles los “perdedores”, quienes no son comprendidos como iguales, como hermanos, como quienes merecen una oportunidad, derechos, una vida mejor. Son ellos -los perdedores- a los cuales los de arriba pueden explotar, pisar, hacer toda clase de maltratos. La misma línea de explicación para el comportamiento de la periodista puede ser seguida para comprender por qué alguien en un carro no respeta al que tiene que tomar el bus; o por qué los jóvenes en un bar no les importa la suerte del mesero; o por qué los conductores de los carros no se incomodan con los niños viviendo en las calles, etc., etc., etc. Hace falta, entonces, un proyecto nacional.
Hay un mito en Brasil hoy: el mito de que el crecimiento económico podrá sanar todos los problemas sociales del país. Es verdad que hay un fuerte proceso de inclusión social en el sentido de que millones dejaron de ser miserables o demasiado pobres, y ahora tienen las condiciones mínimas de supervivencia. Pero el crecimiento económico por sí solo jamás y en ningún lugar fue suficiente para construir un país justo e bueno para los ciudadanos. Dejado solo, el crecimiento produce islas de felicidad cercadas de miseria por todos los lados -miseria que puede ser económica o social. La ciudad de Salvador, que vive bajo una crisis social aunque insertada en un país en crecimiento económico, es el mejor ejemplo de que es necesario saber usar las oportunidades puestas por la coyuntura para la construcción de la sociedad que queremos. Si queremos una sociedad diferente, claro. De otro modo, podemos seguir mirando periodistas haciendo chistes con los perdedores -las víctimas de nuestro progreso.