Que no es ni lo uno, ni lo otro, ¡sino todo lo contrario! decía Cantinflas. La traducción al inglés de ese clásico del cantinfleo bien podría resumir la posición de los diplomáticos británicos al negociar su salida de la Unión Europea (UE). Quién lo diría. Cantinflas al servicio de su majestad. Sorprendente. Brexit fue y sigue siendo una sorpresa total.
Nadie lo anticipó, nadie planeó el día después y, una vez que ocurrió, todos parecen entenderlo de manera distinta.
De ahí que lo que ha seguido desde esa desconcertante madrugada en que se anunció el triunfo del Brexit ha sido la más grande muestra de improvisación que la clase política británica haya conocido en mucho tiempo. Mientras tanto, Brexit sigue polarizando a la sociedad británica como pocas veces se ha visto. Jóvenes pro-europeos enfrentados a jubilados Brexistas, la cosmopolita Londres contra la pobre Inglaterra rural antieuropea. A parte de las obvias consecuencias económicas, el Brexit afectará la marca “Great Britain” y dejará en las mentes de millones europeos una imagen del Reino Unido que ni siquiera el mediatizado matrimonio del príncipe Enrique y Meghan lograra borrar. Algunos hablan del Espíritu de Dunkerke y del Excepcionalísmo británico. Muchos, en cambio, hablan de un nuevo Reino Unido que ha salido del closet. En cualquier caso, parece claro que la salida del Reino Unido de la UE tendrá efectos geopolíticos importantes para las últimas democracias liberales de Europa.
Para derribar mitos del Brexit es necesario hacer ciertas precisiones. La primera precisión es que el Brexit fue una decisión inglesa no británica. De la Inglaterra profunda. De ahí que aquí se hable generalmente de Inglaterra y no de Reino Unido. Escocia e Irlanda del Norte (¡y Londres!) votaron mayoritariamente a favor de seguir en la UE. Escocia, tradicionalmente más cercana al modelo económico y social de los países nórdicos que al modelo inglés, ha visto una vez más como la decisiones de sus vecinos del sur contradicen sus propios intereses. Para Irlanda del Norte, el único territorio de la prospera Europa occidental donde, como en Medio Oriente, son necesarios muros para separar ciudadanos de distinta confesión religiosa, el asunto es aún más dramático ya que el Brexit es una amenaza al proceso de paz que terminó con décadas de violencia sectaria.
La segunda precisión es que contrariamente a la narrativa predominante los factores decisivos que incidieron en el voto Brexit no fueron la retórica contra los “burócratas de Bruselas" ni un épico y loable deseo de la indomable Albión de liberarse de las cadenas de la sobrerregulación antidemocrática de la UE. En realidad, el voto que dió la victoria al
Brexit fue fundamentalmente un voto nacionalista y anti-inmigración proveniente, mayoritariamente, de votantes de las regiones pobres del centro y norte de Inglaterra. Para esos votantes las penurias de Inglaterra tenían un solo causante: la UE y la inmigración descontrolada impuesta por la UE. Es cierto que el sentimiento anti-inmigración no es monopolio de Inglaterra. La singularidad inglesa reside, sin embargo, en que ese sentimiento anti-inmigración es también dirigido en contra de expatriados europeos llegados a Inglaterra atraídos por una Libra mantenida fuerte y un idioma, el inglés, más amigable y útil que, admitámoslo, el holandés o el alemán ( países con un estándar de vida bastante superior al británico).
Dicho esto, es innegable que el discurso anti UE no hubiese prendido de la misma manera sin el recelo y desconfianza que por siglos ha existido en las elites inglesas ante Europa continental. Ese recelo tiene razones históricas y políticas todas perfectamente entrelazadas en el discurso público. Así los guiños al pasado imperial se mezclan con la creencia en un llamado excepcionalismo (manifestado en el llamado “Aislamiento Esplendido”) de una Inglaterra que por siglos ha sabido mantener su independencia y su singularidad al margen ( y a pesar ) del aparente caos de Europa continental. Es una épica potente y efectiva en las masas que se traduce en una política exterior que entiende que es esencial para sus intereses ( y, como la historia ha demostrado, a veces para su misma sobrevivencia ) evitar a toda costa el surgimiento de una potencia europea hegemónica que pueda rivalizar con sus intereses. Para la elite inglesa la unidad europea representada por la UE es en realidad la materialización de aquella pesadilla contra la cual la diplomacia británica ha luchado por siglos: Una entidad supranacional dominada por un eje franco-alemán sobre la cual no tienen control.
Como suele suceder en todas las narrativas oficiales, hay mucho de mito y de medias verdades en esto del supuesto excepcionalismo y aislacionismo esplendido. ¿Ha sido Reino Unido una isla inexpugnable cuya cultura e historia ha corrido en paralelo a la de Europa continental e inmune a su influencia? Ni lo uno, ni lo otro, ¡sino todo lo contrario! ¡Y ahí está el detalle! En realidad, la Inglaterra moderna es en gran medida un fruto de Europa continental. Quizás no hubo mejor ilustración de este vínculo existencial entre Inglaterra y el continente que la imagen de un devastado David Cameron declarando al día siguiente del referéndum la decisión de la Reino Unido de abandonar la UE. Lo hizo, como es costumbre, sobre un atril que muestra el escudo británico cuyo motto reza en francés (¡y no en Ingles!) “Dieu et Mon Droit”. Que mejor recordatorio de que fueron franceses normandos quienes transformaron Inglaterra en una moderna potencia europea y no más, como hasta ese entonces, en una isla periférica y desconectada de Europa.
La influencia francesa (y posteriormente alemana ) en Inglaterra es ciertamente el mejor ejemplo de la debilidad del argumento del Aislamiento Espléndido como receta para la prosperidad de Britania. Basta decir que fue bajo los siglos de reinado franco-normando que Inglaterra dio a la luz tres de los más grandes logros de la Inglaterra moderna: la Carta Magna que por siglos solo tuvo versiones en francés y latín, la democracia parlamentaria inglesa cuyo progenitor fue el monarca franco-normando Simon de Montfort y el idioma inglés fruto de la fusión entre las lenguas anglo-sajonas y el francés normando. Más tarde fue nuevamente la influencia europea, esta vez bajo el reinado del holandés Guillermo de Orange, durante el cual se estableció definitivamente la moderna monarquía constitucional inglesa con la promulgación de la Bill of Rights seguido del establecimiento del moderno sistema de gabinete y primer ministro ingles durante el reinado de monarcas alemanes de la Casa de Hanover. En resumen, se podría decir que si algo caracteriza la historia de la Inglaterra moderna ¡es en realidad la de un Europeísmo Espléndido! (y enhorabuena!).
Además del argumento de la inmigración Europea y la narrativa del supuesto excepcionalismo británico, el campo Brexista logro convencer a muchos que la sobrerregulación y inmensos pagos a la UE ahogaban el desarrollo económico del país. Lamentablemente nadie en la prensa británica supe decir entonces que todos los países del norte de Europa son más prósperos que el Reino Unido sin necesidad de dejar la UE. Nadie tampoco recordó que ha sido precisamente el acceso a la UE la que le ha permitido a la City de Londres ser el principal centro financiero mundial. Y todos, convenientemente, prefirieron omitir que, hace décadas, al momento de entrar en la Comunidad Económica Europea (la antecesora de la UE ) el Reino Unido era considerado el “enfermo de Europa”, con una economía por los suelos y miles de ingleses emigrando a trabajar como obreros de la construcción en nada menos que la antigua enemiga Alemania. Así, ante el silencio y complicidad de la tradicional clase política británica, muchos votaron convencidos que la UE era en realidad un lastre económico.
Se dice que muchas elecciones se ganan con narrativas que tuercen o deliberadamente falsean la historia y la realidad sin importar cuan impredecibles sean las consecuencias. Es así la política en todas partes dicen. Casi. La política en Inglaterra era algo distinta. Posibilitado por un arcaico sistema de clases único en Europa occidental, Inglaterra en los dos últimos siglos había logrado mantenerse como una isla de estabilidad y pragmatismo lejana de las ideas radicales y revoluciones de Europa continental. Brexit derrumbo aquella imagen. La Inglaterra bipartidista de políticos sobrios y prudentes como Blair y Cameron ha dado paso a la impredecible Inglaterra de coloridos y extravagantes políticos como Boris Johnson y Nigel Farage. Una Inglaterra de gobiernos débiles y partidos fragmentados en facciones irreconciliables. La Inglaterra de la predictibilidad y certeza jurídica fue reemplazada por
una en que políticos llaman abiertamente a no respetar tratados internacionales y a no pagar las cuentas pendientes con la UE. Un estilo más cercano a las excentricidades de Trump que a sus sobrios pares Alemanes y Holandeses.
Es esa nueva Inglaterra la que salió del closet con el Brexit. Las quejas de estupefactos funcionarios de la UE ante la actitud británica son constantes. Los británicos -dicen en la UE- no saben lo que quieren, no entienden el funcionamiento de las instituciones de la UE y, como si eso no fuese poca en una negociación de esta magnitud, pretenden dejar la UE, ¡pero manteniendo todos sus beneficios! Nadie entiende nada. Los británicos han bautizado su posición como “ambigüedad estratégica”. Para la mayoría en Europa, es simplemente falta de seriedad. Algunos sostienen que la improvisación de la diplomacia británica ha sido exacerbada por el reemplazo de muchos de los diplomáticos más experimentados (pero con sospechas de europeísmo) por leales Brexistas con poco o nulo conocimiento de la UE y de diplomacia. Como sea, al frente, los británicos han encontrado a la creme de la creme de una disciplinada y rigurosa tecnocracia europea. El desconcierto y exasperación en la UE con la actitud británica es total y las consecuencias para Europa de tal improvisación no son menores.
Los efectos económicos serán seguramente los menos dramáticos. Es poco probable que ocurra el escenario catastrófico vaticinado. Las partes llegaran a un acuerdo de último minuto que, si bien golpeara más fuerte a Reino Unido, no producirá ningún cataclismo económico. Nadie lo quiere.
Las consecuencias geopolíticas son más preocupantes. Estando ya afuera de la UE, Reino Unido ya no tendrá ningún incentivo para cuidar la unidad del bloque y utilizara, ahora abiertamente, su diplomacia para obtener concesiones del bloque introduciendo cunas entre sus miembros. Inglaterra ha acumulado 500 años de experiencia en el arte de dividir a Europa. El resultado puede ser catastrófico para Europa si esto llegara a envalentonar fuerzas nacionalistas y anti UE que terminen por desintegrar el proyecto europeo. Este escenario dejaría a Europa a merced de la Rusia de Putin, la Turquía de Erdogan y podría precipitar el derrumbe de las ultimas democracias liberales de occidente con la llegada al poder de partidos anti UE y ultra nacionalistas. Brexit, en ese sentido, ha sido el mejor regalo para quienes, como Putin y Erdogan, están interesados en debilitar Europa.
Por ultimo hay un efecto del Brexit que ha pasado en cierta medida inadvertido y que tiene que ver con el quiebre de confianzas y de la affectio societatis dentro de Europa. La decisión británica ha provocado en mucho europeos una sensación de desazón y hartazgo. La estrategia de negociación británica sumado a una campaña por el Brexit centrada en el rechazo a la inmigración europea ha mostrado la cara más amarga de un país que nunca entendió la razón de ser de la UE. Esto sumado a la velada amenaza británica de condicionar la cooperación antiterrorista a concesiones económicas por parte de la UE termino por hartar a muchos ex -aliados del Reino Unido en Europa. Y es que para Europa continental la UE es mucho más que un mero bloque comercial, es un necesidad para la paz y la prosperidad de todos. Países como Alemania, Suecia o Francia pagan tanto o más que el Reino Unido a la UE y reciben aún más inmigrantes. Sin embargo, para estos países la unidad europea es una idea que va mas allá que las sumas y restas coyunturales: He ahí el verdadero excepcionalismo británico.
Para muchos británicos, Brexit encarnaría “el espíritu de Dunkerke”. El espíritu de la movilización nacional por la independencia y la sobrevivencia en la adversidad. Para muchos europeos la evacuación de Dunkerke no fue más que la huida en desbandada del ejercito británico que posibilitó la ocupación nazi de Europa occidental. Esta última es probablemente la narrativa que hubiese prevalecido si el ejército británico no hubiese regresado a Europa de la mano de Estados Unidos. Y así lo sabía el mismísimo Churchill cuando dijo en ese entonces que “las guerras no se ganan con evacuaciones”. Está por verse si la historia será tan benevolente con Reino Unido como lo fue con Churchill en esta nueva “evacuación” británica.
Mientras tanto, Cantinflas parece ser el encargado de explicarle a los europeos que tipo de relación quiere tener Reino Unido con la UE y que diablos tiene que ver Dunkerke con la Europa del siglo XXI. Good luck with that!