David Cameron, conservador, y Nick Clegg liberal demócrata, gobernaron juntos en coalición el Reino Unido entre 2010 y 2015. Mantenían una buena química personal, pero sus diferencias políticas eran notables. Discrepaban fundamentalmente sobre Europa. Cameron no era tan euroescéptico como muchos de sus correligionarios del Partido Conservador, pero no pasaba de ser un europeísta accidental, mientras que Clegg era verdaderamente un europeísta en tierra hostil.
Cuando en 2013 ambos trataron de la posibilidad de convocar un referéndum sobre la permanencia del Reino Unido, Clegg se lo desaconsejó vivamente pero Cameron le contestó: “Lo siento, tengo que hacerlo, es un tema de política interna de mi partido”. Cameron autorizó en 2014 la celebración de un referéndum independentista en Escocia y lo ganó. En 2015 consiguió contra pronóstico la mayoría absoluta en las elecciones generales británicas. Los Liberal Demócratas resultaron perdedores y Clegg salió del gobierno. A Cameron le salía todo bien, parecía tocado por una varita mágica y, según Clegg, “empezó a creer que podía desafiar la ley de la gravedad”. Envalentonado y ya sin Clegg, renegoció los términos de permanencia del Reino Unido en la UE y decidió convocar el Brexit convencido de que lo ganaría, porque “estoy seguro que saldrá bien y así garantizaré la permanencia de mi país por tiempo indefinido en Europa sobre las condiciones que he impuesto”. Pues bien, ya lo hemos visto, el Brexit se ha perdido y, tal como ha declarado acertadamente Felipe González, “Cameron incendió la casa para salvar los muebles y se ha quedado sin casa y sin muebles”.
Clegg acaba de escribir en el Financial Times que Cameron es el máximo responsable de haber convocado “un referéndum innecesario” por motivos partidistas - el control del Partido Conservador y su mayor gloria personal- y de provocar un enorme desaguisado en su país, en Europa y en Occidente de consecuencias imprevisibles. Ha jugado con los intereses de su país y ha sacrificado el futuro de varias generaciones de británicos.
Para Clegg “nunca más debemos permitir que los intereses nacionales se vean secuestrados por querellas internas de partido”. Los europeístas británicos deben emplearse en rehacer lo que el populismo ha destruido, hasta recobrar un país verdaderamente comprometido y no divorciado de Europa a la que pertenece.