El reciente conflicto con los trabajadores de recolección de basura en Santiago de Chile, trae a la palestra la permanente negociación del sueldo mínimo. Esta define una remuneración en base a una política asistencialista, cuyo objetivo es eliminar la pobreza y asegurar la satisfacción de necesidades de todos los trabajadores y sus familias. El problema es que la negociación se realiza en torno a una variable única: el sueldo y éste es una posición y no un interés.
Sin embargo, todo negociador experto siempre debe realizar acuerdos en base a intereses y no a posiciones. La pregunta es ¿cuál es el interés subyacente en la negociación del sueldo mínimo? ¿Por qué las partes quieren tal o cuál figura de sueldo?
La respuesta es simple y conocida: “eliminar la pobreza”.
Cada año hay alrededor de 800 mil personas que perciben el sueldo mínimo. En general se trata de empleados de baja o nula calificación, con altos índices de rotación, bajo nivel de confianza con sus empleadores y con pocas herramientas para negociar sus intereses. Además de los desafíos técnicos de la baja calificación, también tienen desafíos culturales asociados a una mala o nula educación, poseen una mirada de corto plazo, dificultades para la comunicación y comprensión, poca disciplina y baja formalidad en sus relaciones laborales.
El problema es que nada de esto se soluciona con un sueldo mínimo determinado, por muy alto que éste sea. Por lo tanto, el foco permanente sólo en la figura del sueldo mínimo, desconectado de otros “estímulos”, no asegura la consecución del objetivo que esta política asistencialista persigue.
Por otro lado, está bastante probado que la explicación fundamental para el aumento de ingresos individuales de un trabajador es su nivel de capacitación formal.
Considerando estos dos elementos, un buen negociador debería diseñar su estrategia pensando en abordar el interés subyacente de las partes en la mesa. Esto es “eliminar la pobreza”. Por lo tanto, se podría perfectamente establecer un sueldo mínimo base bajo, como el que hay hoy, y en vez de centrar la discusión en cómo subirlo año a año, centrar la discusión en qué hacemos, como sociedad, para que estas 800 mil personas se sometan a un proceso de formación y calificación técnica que les permita salir del círculo de la pobreza por sí mismos.
Un modelo posible a negociar, sería:
1. Todo trabajador sin calificación gana el mínimo base.
2. Definir un currículo de calificación técnica.
3. Forzar a los trabajadores a cursar cierto número de créditos de estudios.
4. Segmentar una escala de sueldo mínimo que vaya aumentando conforme al rango etario.
5. El trabajador sube de sueldo en la medida que acumula capacitación.
6. El programa se limita hasta los 27 años de edad. A partir de esa edad, el sueldo mínimo ya no sube.
7. Bajo cierto sueldo máximo de referencia, todos los trabajadores están sujetos a esta capacitación y calificación.
8. El costo de esta capacitación lo asumen las empresas que emplean esta mano de obra, y se descuentan de la misma manera que hoy se pagan las leyes sociales.
El objetivo de un programa de esta naturaleza no es que el recolector de basura gane más sueldo en la medida que tenga más créditos. La actividad siempre será de baja remuneración, y está bien que así sea, si la actividad no requiere calificación y no agrega valor. El objetivo de este modelo es que el trabajador deje de ser recolector de basura a los 27 años, porque ya tendría suficiente calificación para optar a un trabajo de mejor calidad y de mayores ingresos.
El problema con el sueldo mínimo, como está planteado hoy, es que por sí solo no resuelve el problema subyacente. Si no hay calificación y educación, un trabajador que parte como barredor de calle a los 20 años termina como haciendo lo mismo a los 65 años.
Una negociación multi-variable tendría muchas más oportunidades de acuerdos, sería mucho menos politizada, daría mayor estabilidad al escenario económico y político, y estaría centrada en el interés real de los actores que participan en ella.
Muchas de estas cosas ya existen hoy y se utilizan, por ejemplo el código Servicio Nacional de Capacitación y Empleo (Sence), pero de manera modular, electiva, no sistemática y no conectada forzosamente con el sueldo mínimo. Para que esto funcione, hay que tomar conciencia de que la naturaleza humana es individualista y que el interés de las empresas es la de maximizar la riqueza de sus dueños, no eliminar la pobreza. Ambas cosas no son ni buenas ni malas. Simplemente son. Un buen negociador no se lamenta del contexto en que su negociación se desarrolla, sino que diseña la estrategia dado el contexto que enfrenta. Lo mismo deberían hacer los gobiernos a la hora de negociar el sueldo mínimo.