Es un shock. Colombia se arredra. Con una exigua mayoría ganaron el referéndum del domingo quienes se oponen a los acuerdos. El sueño de la paz se hace añicos, la esperanza de que el país se salga de la espiral de violencia.
Hace una semana, el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) firmaron el acuerdo de paz en presencia del Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon. Durante cuatro años se negociaron las 297 páginas del camino hacia la paz estableciendo hasta el más mínimo detalle. Se encauzaban 52 años de guerra civil hacia la paz.
¿Y ahora? ¿Renunciará el presidente Santos? ¿Volverán los guerrilleros a las armas? ¿O se enrolarán en los cárteles de la droga? ¿Seguirá la guerra sin fin?
Sin previo aviso. Una cosa es cierta: Después de la votación el acuerdo recientemente negociado no sirve para nada. El resultado es, pues, una dolorosa derrota para aquellos que anhelan la paz. Es una bofetada en la cara de las víctimas, que estaban dispuestas a perdonar. Una desilusión para todos los combatientes de las FARC que estaban dispuestos a dejar las armas.
El "No" al tratado de paz es una tragedia. Una vez más, la venganza es más fuerte que el perdón, el odio más fuerte que la reconciliación y la guerra más poderosa que la paz. El mundo entero está esperando una señal de que la violencia y la destrucción pueden ser superados, ¡vale la pena luchar por la paz!
Una paz que estuvo al alcance de la mano. Las FARC se comprometieron a entregar las armas a su mayor enemigo: el Ejército de Colombia. Estaban dispuestas a, sin haber alcanzado sus objetivos políticos, aparcar las armas y, con ellas, su revolución comunista. Se comprometieron a cooperar en la investigación de los crímenes de guerra y pidieron perdón a sus víctimas.
Deseos de venganza. Pero los oponentes del tratado de paz, con el expresidente Álvaro Uribe al frente, no era suficiente. Querían ver a los combatientes de las FARC entre rejas. La idea de sentarse en el Parlamento junto a exguerrilleros les parecía una aberración. El hecho de que sólo fuera a haber penas de prisión efectivas para los que no confesaran sus delitos les resultaba intolerable.
Pero lo que son intolerables, en realidad, son sus afirmaciones. No, Columbia no se "entrega" a las FARC con la aprobación del tratado de paz. Ni caería presa de comunismo. O del socialismo. Ni se convertirían en dueños de las tierras expropiadas. Ni tampoco todos los combatientes de las FARC disfrutarían con impunidad de su nueva vida mientras las víctimas "no reciben nada".
Intolerable es también el hecho de que la mayoría de los votantes colombianos haya caído en la trampa de ese alarmismo. El 2 de octubre, por lo tanto, pasará a la historia como uno de los días más tristes en la historia de Colombia. La guerra, que provoca muerte al tiempo que devora a sus oponentes, continúa.