¿Qué puede a un progenitor a embarcar a su hijo en un bote para viajar hacinado al encuentro de mares embravecidos? Su opción es desoladora: permanecer en su propio país significa estar expuesto a la violencia, en tanto que huir podría llevar a una vida en la indigencia. En cualquier caso, la supervivencia no está garantizada.
Se trata de una opción horrible que ningún ser humano debería tener que encarar, pero muchos sirios se han visto forzados a hacerlo, y en un número cada vez mayor han optado por dejar el país durante el conflicto que está por cumplir seis años de existencia.
Es el momento de ideas nuevas y de un liderazgo esclarecido para abordar los desafíos planteados por el conflicto; son muchos los que han fallecido, y millones más que han sobrevivido han visto sus vidas desintegrarse. En la actualidad el gobierno del Reino Unido está tomando la iniciativa en ese sentido, y ha de reunir a los líderes mundiales para dar respuesta a la creciente y acuciante crisis humanitaria derivada de este prolongado conflicto.
Naturalmente que la tragedia se ha desplegado a la vista de todos en Europa –se estima que el año pasado entraron a Europa un millón de sirios–, pero el impacto en los países vecinos de Siria es menos visible para el mundo en general, y la atención en Londres en parte se centrará, con razón, en esta situación. En particular, más de dos millones de refugiados provenientes de Siria se encuentran actualmente en los países vecinos de Jordania y el Líbano. El mundo tiene mucho que aprender de la generosidad de estas dos naciones, aun cuando a veces para ellas significara sacrificar sus propias necesidades.
Estimamos los costos económicos en alrededor de US$2.700 millones anuales en Jordania y en US$1.600 millones anuales en el Líbano. Ambos países han sido las principales fuentes de financiamiento, lo que ha redundado en un rápido aumento de su endeudamiento. La relación entre la deuda y el producto interno bruto (PIB) de Jordania ahora es del 91%, en tanto que en el caso del Líbano es del 138%. Esto es insostenible.
Jordania y el Líbano –y el resto de la región, así como Turquía– encaran un desafío de desarrollo además de una crisis humanitaria. Tenemos la responsabilidad mundial de ayudarlos.
Las crisis humanitarias pueden convertirse rápidamente en situaciones prolongadas que no admiten soluciones rápidas. Un refugiado puede permanecer en esa condición durante años, olvidado, lo que redunda en períodos en gran medida improductivos para millones de personas, y en una pérdida de potencial para las comunidades y los países.
Para los pocos refugiados que vuelven a sus hogares -tan sólo 126 800 lo hicieron en 2014, el número más bajo en 31 años- el apoyo suele ser disparejo e insuficiente para que tenga lugar una verdadera reintegración. Además, muchas personas están haciendo un gran esfuerzo por hacer frente a la situación, pasando de una crisis a otra y de un campamento a otro, y expuestas a una variedad de riesgos, como la violencia contra las mujeres y las niñas.
Entonces ¿qué deberíamos hacer en estos momentos? A continuación presento cinco ideas que discutiremos con más profundidad en Londres.
Primero, debemos compartir análisis más a fondo de la situación de países y regiones en particular, y debemos coordinar de manera más eficaz la planificación y la aplicación de las medidas de respuesta a las crisis humanitarias. La crisis de ébola reveló que un enfoque en "compartimientos estancos" y la falta de intercambio de información pueden tener consecuencias letales.
Segundo, la comunidad internacional debe trabajar en conjunto para brindar más asistencia técnica y financiera a los países, con el objeto de ayudarlos a prepararse mejor para las conmociones, ya sea que estas se deriven de crisis económicas, de conflictos o de desastres naturales. Uno de los resultados de la Cumbre Humanitaria Mundial que se celebrará en mayo en Estambul debería ser que las organizaciones y los bancos de desarrollo, así como las instituciones de asistencia humanitaria, acuerden colaborar más estrechamente entre sí para solucionar estos difíciles problemas.
Tercero, deberíamos estudiar cómo usar instrumentos financieros innovadores, incluida la posibilidad de financiamiento en condiciones concesionarias para los países de ingreso mediano, y productos de seguros para los países de ingreso bajo.
Por ejemplo, en asociación con el Grupo del Banco Islámico de Desarrollo, las Naciones Unidas y la comunidad de donantes, en el Grupo Banco Mundial estamos trabajando con miras a crear un servicio de financiamiento en condiciones concesionarias para prestar apoyo a Jordania y el Líbano. Dicho servicio se valdrá de donaciones otorgadas por los donantes para reducir los pagos de intereses del financiamiento proporcionado por los bancos de desarrollo. Planeamos recaudar US$1.000 millones que movilizarán entre US$3.000 y US$4.000 millones de financiamiento en condiciones concesionarias. Además, estamos procurando garantías para crear un espacio en los balances de los bancos de desarrollo y emitir bonos que habrán de proporcionar financiamiento adicional para programas de recuperación y reconstrucción en la región.
Se prevé que estas nuevas iniciativas de financiamiento, junto con nuestros programas existentes, lleguen a ser de un total de alrededor de US$20.000 millones en el próximo quinquenio, que es aproximadamente el triple del monto de nuestras inversiones en la región en el quinquenio anterior. Además, también estamos financiando importantes iniciativas en Turquía para ayudar a este país a abordar la afluencia de refugiados sirios.
Cuarto, debemos intensificar nuestra labor de ayuda a los países en grandes dificultades como consecuencia de las conmociones -ya sea que estas se deriven de conflictos o de la afluencia de refugiados- para que puedan formular políticas que alienten un mayor volumen de inversiones del sector privado.
Quinto, estamos trabajando para establecer nuevas formas de colaboración en ámbitos como el buen gobierno, la construcción de la nación y la prestación de servicios, que ayudarán a los países a tener más resiliencia frente a las amenazas. La paz y la estabilidad en Oriente Medio son bienes públicos mundiales y exigen una coalición mundial para prosperar.
Trabajando juntos, debemos invertir en la educación de los jóvenes, apoyar a las comunidades que reciben refugiados y hacer uso de instrumentos financieros innovadores que redunden en la creación de empleos y en oportunidades económicas. Debemos buscar intensamente nuevas maneras de aliviar la gran carga de esta crisis humanitaria, empezando justamente con los países vecinos de Siria.
*Esta columna fue publicada originalmente en la zona de blogs del Banco Mundial.