Como todos los años, el PNUD presentó su Informe de Desarrollo Humano, dedicado, en esta ocasión, a los jóvenes. Luego de la respectiva presentación de nuestra patética realidad, la conclusión: ¡urge una ley nacional de la juventud!… Imaginen, ¿qué pudiese contener dicha ley?, y ¿qué tan ingenuo hay que ser para creer que las realidades se cambian por decreto? Creer que una ley de la juventud cambiará la realidad es, en sí, un grave problema, pero que el presidente Pérez Molina haya subido al estrado a prometer que hará su mejor esfuerzo para pedir al Congreso su aprobación es para ponerse a llorar.
Dice la Prensa que hay 4,9 millones de jóvenes en situación de desnutrición, violencia, pobreza y falta de acceso a educación, salud y actividades recreativas. No necesitamos una ley para cambiar esa realidad. ¡Necesitamos uno de dos milagros!
El primero podría ser que Dios nos enviara otro maná del cielo para alimentar a todos los que tengan hambre y, ya que estamos en esas, que nos regrese al paraíso terrenal. El segundo, que dadas las condiciones, parece el menos probable podría ser que los funcionarios, tanto de organismos nacionales e internacionales, entiendan que el desarrollo económico y social no se legisla ni se crea por decreto. Esa es la triste realidad. Precisamente por ello es tan urgente que el gobierno deje de ser el ancla más importante en nuestro desarrollo económico y social para pasar a ser una vela.
¿Alguna vez se ha planteado que no es con más leyes sino con menos y mejores que podremos progresar más rápidamente? Porque, al paso que vamos, no solo necesitaremos “ley del adulto mayor” o “ley de la juventud”, sino ley para todas y cada una de las etapas de la vida que el PNUD recomiende o una ley para el singular segmento poblacional que logre pasarla, de tal manera que el gobierno pague por sus particulares necesidades a costa del resto de los ciudadanos. ¡Qué gran atajo! ¡Cómo no se nos había ocurrido antes!
De vuelta a la realidad, el progreso de la juventud no es función de la existencia o no de una ley específica, pero la prosperidad de los políticos -en el poder o no- sí es función de que logren hacer creer a la mayoría de los jóvenes que ellos les pueden dar sus leyes a cambio de sus votos. En esta farsa electoral-mercantilista, el país perderá. Por burdo que suene, hace más la industria de los call centers por la prosperidad de los jóvenes que cien estudios del PNUD o mil leyes creadas para comprar votos.
No nos engañemos, la situación de pobreza no solo de los jóvenes, sino de la mayoría de la población, es una condición creada por nuestros propios errores de política económica. En buena medida esos errores tienen su raíz en la peregrina creencia de que tan solo con el adecuado diseño de una ley se dará solución al problema de que se trate. Yo no creo que necesitemos más leyes. Lo que necesitamos para salir de la pobreza son condiciones adecuadas para atraer más inversión. El diseño de una buena política social estará en función de su efectividad para crear más y mejores empleos… pero no por decreto.
*Esta columna fue publicada originalmente en PrensaLibre.com.