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El banquero central A. Cartens en el Senado mexicano: ¿un paseo por las nubes?
Mar, 03/05/2016 - 08:49

Fernando Chávez

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Fernando Chávez

Fernando Chávez es economista y docente de la Universidad Autónoma Metropolitana de México (UAM). Actualmente es coordinador del sitio de divulgación económica El Observatorio Económico de México. Su línea de investigación abarca remesas y migración, política monetaria, banca central, federalismo fiscal y macroeconomía. Desde 1984 se desempeña en el ámbito editorial como autor y coordinador de publicaciones, boletines, revistas y secciones de periódicos.

Hay temporadas en que es difícil encontrar en los medios una noticia que sea genuina "noticia". Este es el caso de la última comparecencia del gobernador del banco central de México en el Senado, específicamente en la Comisión de Hacienda y Crédito Público. Este poderoso hombre en la estructura del poder estatal fue a pasearse y lucirse en esta cámara del Congreso. Dos son las razones para sostener esto: por una parte, no se tiene allí una comisión ad hoc para recibir, analizar y evaluar lo que el Banco de México le envía regularmente y, por otra parte, la mencionada comisión, por lo mismo, tiende a improvisar en este trabajo, sin que vaya de por medio un posicionamiento institucional que le de sustancia a la rendición de cuentas del instituto central que mandata su misma ley.

La complejidad e importancia de la política monetaria obliga a que el Senado tenga pronto una "Comisión de Banca Central y Política Monetaria". Es falaz decir y sostener que los asuntos del Banco de México pueden ser revisados en la actual comisión senatorial referida. La pasividad obcecada del Senado en este asunto salta a la vista. Urge que se actualice su organización institucional para ser un interlocutor útil y riguroso del gobernador del banco central, sea quien sea.

Los siete senadores de la Comisión de Hacienda y Crédito Público que participaron en este acto, unos más listos que otros, unos con más oficio parlamentario que otros, improvisaron o tocaron la lira o, cuando menos, al parecer se fueron por una línea individualista, ajena por lo tanto a sus grupos parlamentarios y ya no digamos a las necesidades del Congreso como órgano receptor de las cuentas rendidas por Agustín Carstens. Bueno, pero si no hay una comisión especial para evaluar lo que les diga este personaje y habiendo además un entorno de estabilidad monetaria y financiera, esta conducta intrascendente de esos senadores no importa. Total, ellos la pasaron bien, hicieron su chamba esa mañana, posaron para la posteridad y a otra cosa en la tarde.

El gobernador Carstens, por su parte, se lució y "partió plaza". Hábil economista hacendario y afamado banquero central, su exposición fue como la de un eminente profesor de Economía ante un pequeño grupo de estudiantes novatos, temerosos y algunos obviamente oportunistas. La larga lista de temas que abordó, documentada y demasiado extensa (para mi gusto) reflejó su largo colmillo y por ello llevó astutamente a sus educandos a una lamentable dispersión, a picar por aquí y por allá, sin priorizar los temas expuestos en la agenda de esa mañana. O sea, el gobernador contribuyó de alguna manera a  escribir un ritual parlamentario, vacuo y mediático. Después de los meses previos de turbulencias cambiarias donde Hacienda y Banxico terminaron por acordar a mediados de febrero una nueva y coordinada estrategia monetaria, el encuentro con Carstens fue desaprovechado por estos senadores. Había que llevar allí preguntas agudas y tesis filosas, dudas profundas y señalamientos interesantes, alternativas originales y muchas cosas más.  Nada de eso se dio, obviamente. Solamente chispazos aislados y ocurrencias disfrazadas de preocupaciones serias, muy serias.

Los temas revisados y analizado por A. Carstens fueron muchos, unos muy conocidos y relativamente fáciles, pero otros no tanto, incluso para los que están familiarizados con los misterios y tinglados de la banca central de nuestro tiempo: inflación, expectativas inflacionarias, tasas de política monetaria, mercado petrolero mundial, mercados laborales, tipo de cambio, reservas internacionales, deuda pública, formación de precios, regulación microeconómica de mercados financieros, crédito, medios de pago… ¿le sigo? No, mejor no. Lo que quiero destacar aquí es que esta larga y complicada temática abordada amerita que el Congreso la digiera con calma y capacidad técnica, sin perder una visión política y social que debe tener la representación popular en este órgano legislativo. Es falso y abusivo decir en todo tiempo y lugar que los bancos centrales postulan y manejan ideas incomprensibles, sólo al alcance de sus iniciados tecnócratas y directivos.

No se trata de limitaciones profesionales de los legisladores (que las hubo y las hay, claro), sino de las limitaciones de un Congreso que no se pone al día para tener una diálogo fructífero y eficaz con el gobernador del banco central en este tipo de actos donde la cabal rendición de cuentas debe ser la esencia. Y ello solamente será posible, por lo menos, con una "Comisión Bicameral de Banca Central y Política Monetaria". Seguir en lo mismo es abdicar de sus obligaciones como órgano receptor de una rendición de cuentas horizontal que le haga el instituto central por mandatos de su propia ley. Seguir en lo mismo es mantener una postura omisa y permisiva que no ayuda en nada para que la soberanía popular ejerza su evaluación democrática de las estrategias y resultados de la política monetaria.

Escribió sabiamente y quizá con una intención premonitoria un economista inglés hace muchos años, antes de la Gran Depresión del siglo pasado: "un sistema monetario es semejante a un hígado. No nos preocupa mucho cuando trabaja bien, pero absorbe toda nuestra atención cuando se desarregla" (D. H. Robertson, 1890-1963). Hay que revisarlo día a día, con método preciso y sin pretensiones desmesuradas, pues la incertidumbre marca casi totalmente su funcionamiento. Pero es irrenunciable la tarea ardua de darle seguimiento, reconocer sus novedades y diabluras. Las grandes desdichas monetarias de una nación pueden llegar a detectarse y no hay que perder a esperanza de prevenirlas y arreglarlas.  

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