Theresa May perdió estrepitosamente la votación del acuerdo de salida de la Unión Europea (UE). Tras esta histórica derrota, la primera ministra británica debería abandonar el barco, pero May elude la cuestión de la dimisión: empezó a implementar el "brexit" y terminará su trabajo, punto. Y sobrevivirá a la moción de confianza planteada por parte de la oposición. Porque sus propias filas se volverán a cerrar en torno a ella tan pronto como se trate de conservar a los conservadores. Para la política británica, la persistencia de May, al borde de la terquedad, es un desastre.
Una derrota bien merecida
May se ha ganado esta derrota en el Parlamento. Es su culpa. El hecho de que tanto su gobierno como la Cámara y toda la política británica estén tan divididos y bloqueados por el "brexit" se debe también a la incapacidad política de May. La jefa de gobierno ha tenido desde el principio en cuenta únicamente a sus correligionarios conservadores: habló con los de la línea dura y trató de mantener unido al partido a toda costa. Pero no ha logrado formar alianzas, tender la mano a la oposición, ni alcanzar compromisos.
Su retórica hostil contra los funcionarios de la UE, por un lado, y contra Europa misma, por otro, solo ha profundizado la brecha entre las partes. Y no se ha acercado a sus colegas europeos, de cuyo apoyo no puede prescindir ni para la salida ni para lo que venga después. A Theresa May le falta altura como mujer de Estado. Ella no negoció desde la responsabilidad por el futuro y el bien de los británicos. Como política, es demasiado mediocre y demasiado estrecha, demasiado rígida y falta de imaginación para los tiempos difíciles que le ha tocado pasar al país por el "brexit".
A los británicos les gustaría otro líder, pero el jefe de la oposición, Jeremy Corbyn, ni siquiera es considerado adecuado entre sus propias filas. Y hasta ahora no se vislumbra a nadie para asumir el papel. Parece que el sentido común, la capacidad de compromiso y la visión del papel internacional y de las posibilidades del país se han desvanecido, de la noche a la mañana, de la política británica.
Esto es solo el principio del fin
La verdadera pesadilla, sin embargo, es que la disputa sobre el "brexit" está lejos de terminar. Las instituciones políticas han demostrado que no están a la altura del desafío. El gobierno, dividido, ha fracasado. Y hasta ahora, el Parlamento solo ha podido decidir en contra de las propuestas existentes, pero no a favor de una vía para salir de la crisis.
Pero ahí reside la única oportunidad de encontrar una salida al laberinto del "brexit". Los diputados deben encontrar el camino hacia una mayoría que supere las divisiones partidistas. Podría ser un "brexit" más suave como la permanencia en el mercado común. O un segundo referéndum, si el liderazgo laborista finalmente rompe con sus ilusiones socialistas.
Ninguna de estas soluciones es fácil de lograr o garantiza un final positivo. El enfrentamiento y el pensamiento partidista persistirán, la hostilidad y la amargura envenenarán la política británica durante los próximos años. Pero esto demuestra la naturaleza del "brexit": es de un poder destructivo inimaginable. Y no va a hacer volar por los aires a la UE como parecía, sino que a desgarrar Reino Unido. El "brexit" es para el país el peor daño posible.