No los pueden ahuyentar, ni con amenazas, ni con bastones policiales, ni con arrestos. Decenas de miles de personas participaron en las protestas en Moscú para exigir elecciones locales libres y justas, libertad para los presos políticos y la renuncia del presidente Putin. Fue la manifestación más grande desde hace años y sucedió justo en pleno verano, cuando muchos rusos preferirían disfrutar de su tiempo libre en sus dachas. La sociedad civil de Rusia se le planta al Kremlin.
Las protestas surgieron aparentemente por unas relativamente poco importantes elecciones locales. No obstante, existe en realidad una gran insatisfacción con todo el liderazgo del país. Encuestas de opinión recientes han confirmado que la confianza en el jefe de Estado está en un mínimo histórico. La economía está estancada, los precios están subiendo, la corrupción ha alcanzado niveles alarmantes y millones están molestos por las recientes reformas de pensiones. Un número creciente de rusos está insatisfecho, pero el Gobierno se niega a proporcionarles una alternativa política, ni siquiera a nivel local.
La valentía perturba al Kremlin
La audacia de los manifestantes ha perturbado a los que están en el poder y los gobernantes del país están reaccionando con impotencia. Una y otra vez, el presidente y el primer ministro prometen mejoras, como más dinero y salarios más altos. En realidad, el nivel de vida de los rusos ha estado disminuyendo durante cinco años. Todos lo saben. Pueden sentirlo en sus billeteras.
En definitiva, se trata de algo más que cosas materiales. Muchos rusos comunes sienten que el Gobierno no los representa ni los entiende. La forma en que tuvieron lugar las protestas lo dejó claro. Fueron forzadas a llevarse a cabo en una calle rodeada de edificios de oficinas y fuerzas de seguridad, muy lejos de los edificios gubernamentales y de la vibrante vida del centro de la ciudad. Debido a esto, después de que terminó la protesta autorizada oficialmente, algunos manifestantes marcharon hacia el edificio de la administración presidencial en el centro de la ciudad. Allí se encontraron con cientos de agentes de seguridad y muchos fueron arrestados.
Entre los manifestantes había muchos jóvenes de mentalidad liberal que pedían más libertad y una democracia de estilo occidental, pero también había moscovitas mayores. Llevaban banderas comunistas y expresaban duelo por la era soviética, cuando, en su opinión, el Estado se hizo cargo de su gente. Viejos comunistas y jóvenes demócratas unidos por la certeza de que este Gobierno ya no los toma en serio.
Cuanto más tiempo permanezca el presidente Putin en el poder, mayor será la distancia entre el Gobierno y los gobernados. El Kremlin usará más poder policial, reforzará su control de la prensa y perseguirá a los disidentes ahora más que nunca para mantenerse en el poder.