Es una tradición en el mundo del rugby. Los jugadores de la selección de Nueva Zelanda se forman frente a su rival de turno para realizar una danza denominada "Haka". Se trata de una danza guerrera que algunas tribus maoríes solían realizar antes de entrar en combate, como un desafío al enemigo al que estaban a punto de enfrentar.
Si se siente tentado a calificarla como una práctica belicista o machista, tómese un respiro. De un lado, recuerde un principio de la física aplicable a la psique humana: la energía no se crea ni se destruye, sólo se transforma. O, en términos de Freud, "la energía agresiva debe, de algún modo, encontrar una salida pues, en caso contrario, se acumula y produce enfermedad". La Haka y el propio rugby serían formas socialmente aceptadas (por ser relativamente inocuas), de canalizar esa energía agresiva.
De otro lado, recuerde que Nueva Zelanda fue el primer país en aprobar el derecho al voto para las mujeres, y fue también el primer país del mundo en el cual los tres poderes del Estado llegaron a estar presididos de manera simultánea por mujeres.
La Haka de los "All Blacks" (nombre con el que se conoce al seleccionado de rugby neozelandés) reviste interés político por una razón diferente: sean jugadores de origen europeo o maorí (y es habitual que haya ambos entre los All Blacks), todos se reconocen en una danza indígena que se acompaña de un canto en lengua maorí. Es decir, una experiencia impensable en selecciones de rugby como la australiana. Lo mismo hubiera podido decirse de la selección sudafricana, hasta que el gobierno de Nelson Mandela intentó convertirla en un símbolo de unidad nacional (sobre esa experiencia puede remitirse al filme de Clint Eastwood "Invictus", basado en el libro de John Carlin, "Playing the Enemy: Nelson Mandela and the Game that Changed a Nation").
Tanto en Australia como en Nueva Zelanda la relación entre la población indígena y los colonizadores europeos estuvo lastrada por innumerables conflictos. Pero pese a ser ambas colonias británicas, esos conflictos fueron procesados de maneras diferentes. Tal vez la variable que contribuye mejor a explicar esas diferencias sea el grado de resistencia que los colonos europeos encontraron entre la población indígena. Más sedentarios, mejor organizados y con una mayor experiencia de combate (de la cual el Haka es precisamente una expresión), los indígenas de Nueva Zelanda consiguieron un trato distinto al que recibieron los indígenas australianos.
Eventualmente el gobierno neozelandés intentó buscar soluciones negociadas con las autoridades tradicionales, desde el Tratado de Waitangi, en 1840, hasta la creación, en 1975, de un tribunal que investiga las violaciones a ese tratado (y cuyas atribuciones se ampliaron en 1985, para investigar las injusticias históricas contra los maoríes). Además, a partir de la década de 1980 se producen iniciativas que impulsan la enseñanza de la lengua maorí desde el nivel pre-escolar (lo cual explica por qué en rituales funerarios de diversa índole algunos descendientes de europeos sean capaces de interpretar cánticos de homenaje al difunto en esa lengua).
En Australia, en cambio, el gobierno colonial adoptó en 1869 el Acta de Protección del Aborigen. Como todo grupo humano sometido a la tutela de una autoridad, éste asumió el derecho a decidir en representación del tutelado. Una de esas decisiones hacia inicios del siglo XX consistió en separar por la fuerza a niños indígenas o mestizos de sus padres, para ser criados entre descendientes de europeos. El propósito y magnitud de la práctica siguen siendo objeto de debate hasta el día de hoy, debate que contribuyó a propiciar un libro ("Follow the Rabbit-Proof Fence", de Doris Pilkington), y la película basada en éste: estos sugerían que la práctica tenía entre sus propósitos revertir los efectos del mestizaje racial, haciendo que la población mestiza tuviese descendencia con los colonizadores europeos. Pasaría un siglo antes de que el gobierno australiano pidiera perdón, en 2008, por la denominada "Generación Perdida".