Será la decimoprimera vez que Angela Merkel vuelva a retomar su rutina política después de las vacaciones de verano. Aunque hablar de rutina no sería del todo correcto, porque la canciller no trabaja su turno de ocho horas con su termo y su fiambrera. Sobre todo este año, porque tendrá menos rutina que nunca y tendrá que asumir muchos riesgos.
Cuando los observadores divisan el ocaso de Merkel, el escenario parece catastrófico. Dando una mirada atrás, desde 2006 aparecen titulares como “difícil tarea”, “caos”, o “peores índices de popularidad desde…”. Aun así, aunque a algunos no les guste la actitud ponderada y paciente de Merkel, en sus escasas conferencias de prensa en épocas alarmistas se muestra consciente de la tensión pero apuesta por la calma y la negociación. Aunque sea después de los ataques de Würzburg y Ansbach.
Ni burka, ni doble nacionalidad. La situación de la seguridad en Alemania ha cambiado. La coalición de gobierno trata de responder a la demanda de justicia con distintas medidas. Y aunque algunos representantes del núcleo duro de la Unión Cristianodemócrata (CDU) y responsables de Interior de Meckleburgo-Prepomerania y Berlín exijan la prohibición del burka y la doble nacionalidad, estos no son los grandes retos de Merkel. No tienen relación con la amenaza del terrorismo. Un hecho que quedó patente con la tranquila actuación del muchas veces criticado ministro del Interior, Thomas de Maiziere, que rechazó tales pretensiones con calma y decisión.
Para Merkel, tiene que ser frustrante el funcionamiento de la integración de refugiados en el mercado laboral. No entre las pequeñas empresas del campo, sino por parte de los “grandes”. Y ese será un tema que tratará con directivos de los grandes consorcios alemanes.
Retos en política exterior. Sin embargo, tampoco es todo esto lo que hace peligrar la posición de Merkel. Si el otoño de 2016 se convierte, políticamente hablando, en un otoño caliente para ella, las amenazas más serías vendrían de la política exterior. Y no solo por lo que pueda suceder en Turquía.
Entre sus días de descanso en los Alpes, el ministro de Exteriores Steinmeier tuvo que viajar a Rusia para participar en las conversaciones sobre las crisis de Siria y Ucrania. En la primera conferencia de prensa del gobierno tras las vacaciones, se trataron casi exclusivamente asuntos de política exterior. Y el jueves por la noche, el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, se reunirá con Merkel para hablar sobre el "brexit" y el futuro de la Unión Europea. Su Berlín es la otra Bruselas.
Hay demasiadas crisis internacionales. Y si el conflicto en Ucrania escala o empeoran las relaciones con Turquía, la presión para que Merkel no solo participe en conversaciones, sino que también decida y actúe, será cada vez mayor. Hasta ahora, es la única cuyo ministro de Exteriores sigue en contacto con Rusia. Sobre todo por Ucrania, pero también por Siria. ¿Qué pasará si la situación se complica en Turquía? ¿Y si en vez de millones de sirios llegan cientos de miles de kurdos desde Turquía? En un mundo donde los populistas destacan en la escena internacional, la presión para que la canciller actúe rápidamente sería enorme.