Hace 25 años, Francis Fukuyama publicaba un libro poco convincente, El Fin de la Historia, que intentaba explicar la política y el mundo al término de los socialismos reales y con la hegemonía del neoliberalismo. Su nuevo libro, Identidad (ed. Planeta, 2019)., resulta más interesante y es un aporte a la comprensión de las nuevas luchas sociales y realidades que estamos viviendo.
Fukuyama nos dice que “A partir de mediados de la década de 2000, el impulso hacia un orden mundial cada vez más abierto y liberal comenzó a fallar, y luego se invirtió". Efectivamente, el vigoroso crecimiento económico de las últimas tres décadas, fundado en la ampliación del comercio y de las inversiones, ha dado un viraje de 180 grados. La globalización ha perdido fuerza.
Fukuyama agrega, “La política del siglo XX se organizaba a lo largo de un espectro de izquierda a derecha, definido por los problemas económicos: la izquierda quería más igualdad y la derecha exigía mayor libertad. La política progresista se centraba en los trabajadores, sus sindicatos y los partidos socialdemócratas que buscaban más protección social y más redistribución económica. En cambio, la derecha estaba sobre todo interesada en reducir el tamaño del gobierno y promover el sector privado. En la segunda década del siglo XXI, ese espectro parece estar cediendo en muchas regiones a una definida por la identidad”.
En efecto, en la segunda mitad del siglo XXI ha surgido una nueva derecha que apela vigorosamente a las identidades del patriotismo, la raza, el origen étnico y, en algunos casos a la religión. Esta derecha es el resultado de la incapacidad de los partidos liberales, demócratas y socialdemócratas, en Europa, Estados Unidos y en otras regiones de regular los mercados, proteger a los trabajadores y reducir las desigualdades.
Pero, así como la globalización ha generado respuestas nacionalistas de derecha, también ha estimulado las luchas de los grupos históricamente marginados, que reivindican el reconocimiento de sus identidades. Las nuevas tecnologías y los intercambios culturales, potenciados por la globalización, han hecho crecer la solidaridad entre identidades de distintos países.
La izquierda y los sectores progresistas, en la hora actual, aunque persisten en su crítica a las desigualdades y en defensa de los trabajadores, despliegan gran parte de sus energías en defensa de la identidad de una amplia variedad de grupos marginados: inmigrantes, mujeres, la comunidad LGBT, negros e hispanos, entre otros.
Los grupos segregados, que hoy se movilizan, exigen reconocimiento público. Piden que sus identidades sean reconocidas. Fukuyama dice, con razón, "Un grupo humillado que busca la restitución de su dignidad tiene mucho más peso emocional que las personas que sólo buscan una ventaja económica".
El reconocimiento de las identidades está abarcando gran parte de las luchas políticas del mundo contemporáneo. Las peligrosas identidades que defienden Trump o el Brexit están muy presentes en la agenda actual, pero también lo están las luchas identitarias que reivindican feministas, homosexuales, transexuales, inmigrantes o los hombres de color.