Implementación, inversión e inclusión: estos tres objetivos en materia de política económica dominarán el temario del G-20 este año y la primera reunión de ministros de Hacienda y gobernadores de bancos centrales que se celebrará en Estambul la semana que viene. Como señaló recientemente el Primer Ministro de Turquía, Ahmet Davutoğlu: “Llegó el momento de actuar”, şimdi uygulama zamanı.
Es mucho lo que está en juego. Si no actuamos, el gran buque que es la economía mundial podría seguir varado en las aguas bajas del crecimiento magro y la escasa creación de empleo. Por eso es necesario concentrarnos en estas tres “I”:
1. Implementación: Promesas que cumplir
El reto inmediato para las economías del G-20 es implementar los compromisos asumidos en la Cumbre de Brisbane en noviembre. Si se cumplen, esos compromisos pueden añadir más de US$2 billones a la economía mundial y crear millones de nuevos empleos en los próximos cuatro años. Al FMI se le ha encargado la tarea de supervisar la ejecución de esta estrategia de crecimiento, cosa que hará país por país, reforma por reforma.
Las ventajas son enormes, y se suman al potencial estímulo adicional que suponen las recientes reducciones del precio del petróleo. Pero aun así, la economía mundial también enfrenta considerables riesgos a la baja. Es por eso que, pese al abaratamiento del petróleo y el sólido crecimiento de Estados Unidos, el FMI recortó los pronósticos de crecimiento mundial para 2015 y 2016 (a 3,5% y 3,7%).
Un riesgo importante proviene de lo que he denominado la “política monetaria asincrónica”, es decir, la normalización de la política monetaria en Estados Unidos mientras que la mayoría de los demás países incrementan el estímulo monetario. Aun si se gestiona adecuadamente, este proceso puede desencadenar una volatilidad excesiva en los mercados financieros en la medida en que los inversionistas revalúen su percepción del riesgo.
Un segundo riesgo es el fortalecimiento del dólar estadounidense. Las economías de mercados emergentes son especialmente vulnerables porque, en los últimos cinco años, muchos de sus bancos y empresas aumentaron su endeudamiento en dólares.
Otro riesgo es que la zona del euro y Japón queden atrapados en una nebulosa de bajo crecimiento y baja inflación durante un período prolongado. Esta situación de bajos niveles en ambos índices plantearía un riesgo de recesión y deflación, porque complicarían aun más para muchos países la tarea de reducir el desempleo y el alto nivel de endeudamiento.
2. Inversión: Concentrarse en lo estructural
Todo esto apunta a que se necesita una combinación de políticas más vigorosa. En muchos países sigue siendo esencial aplicar políticas monetarias laxas para fomentar la demanda. Además, el ajuste fiscal debe seguir siendo lo más favorable posible para el crecimiento y el empleo. Pero esto no basta. Necesitamos el impulso decisivo de reformas estructurales en materia de comercio, educación, salud, redes de protección social y mercados laborales y de productos, así como infraestructura eficiente. Estas reformas mejorarán las perspectivas para el crecimiento potencial a mediano plazo, y algunas de ellas también tendrán un efecto positivo a corto plazo.
En especial, apoyo firmemente el nuevo plan de gran escala para fomentar inversiones de calidad en infraestructura como parte del programa de crecimiento del G-20. Ya se han registrado algunos avances en este sentido. La ejecución del amplio plan de inversión de €315.000 millones de la Comisión Europea -que incluye la eliminación de los obstáculos normativos que han frenado a la inversión- debería reportar grandes beneficios.
Nuevos acuerdos comerciales en el Pacífico y el Atlántico también podrían generar crecimiento económico, tras varios años de desaceleración del comercio mundial. En el último par de años, el volumen del comercio ha aumentado apenas 3%, muy por debajo del promedio de 7% previo a la crisis. Así que hay mucho margen para la aceleración del crecimiento.
3. El crecimiento tiene que ser inclusivo
La estrategia de crecimiento del G-20 también hace hincapié en la necesidad de un crecimiento más inclusivo y sostenible. Una de las metas fundamentales, por ejemplo, es reducir en 25% la brecha de género durante la próxima década. Así, más de 100 millones de mujeres se incorporarían a la fuerza laboral, lo cual incrementaría el crecimiento mundial y reduciría la pobreza y la desigualdad.
Las autoridades deberían inspirarse en países como Chile o los Países Bajos. Estas economías han aumentado sensiblemente la participación de la mujer en la fuerza laboral a través de políticas inteligentes que promueven los servicios de cuidado infantil de costo asequible, la licencia por maternidad y la flexibilidad laboral.
También es muy positivo el plan de la presidencia turca del G-20 de hacer del desarrollo internacional un punto central de su programa. Más adelante este año, las autoridades mundiales procurarán establecer un nuevo conjunto de Objetivos de Desarrollo Sostenible y buscar formas de financiamiento. Sobre la base de su dilatada labor en los países en desarrollo, el FMI se propone cumplir una importante función en este sentido.
Ya se han tomado medidas para ayudar a los países afectados por el ébola. Me complace informar que el FMI ha cumplido el compromiso que asumió con el G-20 en Brisbane de proporcionar más financiamiento y alivio de la deuda a tres países afectados. Con el respaldo de nuestros países miembros, proporcionaremos US$100 millones en alivio de la deuda -seremos la primera institución multilateral en hacerlo- y esperamos brindar un financiamiento adicional inmediato de US$160 millones (que se suman a los US$130 millones aportados en septiembre). Además, estamos procurando obtener más fondos de la comunidad internacional de donantes.
Este año, en la cumbre que se celebrará en diciembre en París, los líderes mundiales también tendrán la oportunidad de alcanzar un acuerdo integral para reducir las emisiones de carbono. La clave está en eliminar los subsidios a la energía. Es alentador observar el descenso reciente de los subsidios a los combustibles fósiles en países como Camerún, Côte d’Ivoire, Egipto, Haití, India, Indonesia y Malasia. Esta medida, que el FMI ha estado propugnando con fuerza, es beneficiosa para el medioambiente y para el crecimiento.
La cooperación es fundamental
También es alentadora la intención la presidencia turca del G-20 de incrementar el grado de influencia y la credibilidad de la cooperación económica internacional ampliando la gama de interlocutores, a fin de incluir a representantes de la sociedad civil, centros de investigación, sindicatos y otras ONG. Este esfuerzo nos pone en el camino de lo que yo denomino el “nuevo multilateralismo”.
Por supuesto, para que la cooperación mundial sea eficaz se necesitan instituciones eficientes que reflejen los cambios en la economía mundial. Como he mencionado, me decepciona profundamente que Estados Unidos no ratificara hasta finales del año pasado las reformas sobre el régimen de cuotas y la estructura de gobierno acordadas en 2010. El Directorio Ejecutivo del FMI está estudiando medidas provisionales, pero sin perder de vista el objetivo de concretar las reformas de 2010.
Es un buen augurio que este año nos reunamos en Turquía, un país en el que oriente se conjuga con occidente. Para conseguir que las aspiraciones del G-20 se conjuguen con logros concretos se necesitará una firme dosis de uygulama. Es el momento de poner en práctica las tres “I”.
*Esta columna fue publicada originalmente en el blog Diálogo a Fondo del FMI.