Venezuela ingresa a una etapa de consolidación de la revolución bolivariana, bajo un sólido entramado institucional implementado por Chávez durante 14 años. La muerte del líder del Socialismo del siglo XXI se constituye en un hito ideológico de América Latina cuyas consecuencias e implicancias empiezan a vislumbrarse desde ya en la propia Venezuela como en el resto de América Latina.
Se podrá especular acerca de la viabilidad del proyecto de Chávez. Al respecto, cabe consignar que estamos frente a un proceso político de transición en el poder que empezó hace dos años y se consolidó como estrategia en la última elección presidencial, siendo su punto culmine en diciembre, cuando Chávez designa a Nicolás Maduro como su sucesor. En estas condiciones, el proyecto bolivariano tiene oxigeno suficiente para consolidar un intento que sea coherente con el criterio de irreversibilidad planteado por el propio Chávez.
Algunas precisiones importantes. Considerando la historia política de Latinoamérica es inevitable la tendencia de comparar los denominados “ismos”, en la medida que las propuestas ideológicas de mayor impacto social y político han estado asociadas a potentes personalismos. Sin duda, Chávez aprovechó su carisma y condiciones comunicacionales para establecer un modelo de sociedad inspirado en Simón Bolívar, del cual se reconocía su intérprete y heredero. Sin embargo, el denominado “chavismo” no tiene comparación con el “peronismo”, por ejemplo, más allá de estar asociado a una personalidad potente y avasalladora. El contenido de la propuesta Chavista es bolivariana y socialista expresada en un modelo institucional y de sociedad con características distintivas que hoy enfrenta el desafío de la consolidación y legitimación. No hay que olvidar que este proyecto político es posterior a la desintegración de la Unión Soviética, y si bien recoge aspectos de ella, en realidad se nutre de una serie de otros elementos que lo sitúan en una mezcla ideológica adecuada a las demandas de sectores importantes de la sociedad latinoamericana. Cuestiones como la desigualdad, la integración de los pueblos y la recuperación de los recursos naturales complementan los principios inspiradores de Simón Bolívar.
En este escenario, la personalidad y propuesta de Chávez logra aglutinar a los huérfanos y viudas del comunismo y socialismo tradicional del siglo XX en un contexto latinoamericano que enfrentaba con incertidumbre la globalización bajo condiciones evidentes de desigualdad y concentración de poder. La propuesta de Chávez se dirigía a la construcción de una opción democrática, antimperialista y, por ende, anti globalización que definía un modelo de sociedad bajo un fuerte dominio estatal.
Conforme se observa la evolución del proceso político venezolano, es esperable sorpresas y la emergencia de nuevos riesgos que se suman a la desconfianza democrática que despertaba Chávez no sólo en los venezolanos, sino que en parte importante de la región y de occidente. No se puede obviar la calidad de aliado que le atribuyen países como China, Rusia e Irán.
En lo coyuntural, y más allá de las interpretaciones jurídicas respecto a quien debe asumir la presidencia interina, mientras se llama a elecciones, lo relevante desde el punto político que neutraliza estas críticas es la decisión de convocar a elecciones en 30 días, con lo cual se cumple la Constitución y se mantiene el criterio democrático básico de asegurar la legitimidad en el ejercicio del poder.
El escenario doméstico
Venezuela está en una situación de alta fragmentación política, división y polarización. La fórmula utilizada por Chávez de designar un sucesor (Maduro) y sus respectivos guardianes (Cabello y Jaua) asegura razonablemente un control sobre las huestes bolivarianas, especialmente los grupos más radicales que han propiciado la necesidad de avanzar más rápidamente en la instalación del modelo antes de que “fuerzas reaccionarias” puedan impedirlo. Por su parte, la oposición, que viene saliendo de dos derrotas electorales importantes y consecutivas, agrupa a más de 20 movimientos y partidos políticos y está en proceso de recomposición política y la posibilidad de que enfrente con éxito al sucesor de Chávez es baja, dada el ambiente cuasi religioso asociado a su muerte.
En Venezuela la economía depende de la política. Eso implica que los ajustes económicos y las medidas de austeridad que se debe asumir luego de una devaluación y las consiguientes para ajustar el gasto y asegurar el acceso a alimentos y bienes básicos, dependen de decisiones del gobierno, quien además tiene la fuerza necesaria para imponer sus planes e implementar las acciones que consideren adecuadas. Las posibilidades de insurrección o de grupos que generen inestabilidad son menores y no cuentan con la fuerza suficiente para hacer frente a las instituciones militares y paramilitares que dependen y controla el presidente.
En lo que corresponde al año 2013 y pasadas las elecciones, el escenario más probable es que Maduro se juegue por la imposición de las medidas necesarias para generar un precario equilibrio económico y monetario, incluso con la cooperación de sus aliados. Al efecto, ningún país desea aportar a un proceso de inestabilidad e ingobernabilidad por las implicancias obvias que tendrían en la región. Contrario a lo que se pudiera pensar, habrá más interesados en asegurar tranquilidad política, social y económica, antes que preocupados de generar una caída del gobierno.
Se espera que durante 2013 los niveles de conflictividad aumenten, lo mismo la corrupción y las medidas económicas impacten negativamente a la población. Sin embargo, la evaluación de los resultados por parte de la población recién a fines de año expresarán si efectivamente la Venezuela bolivariana de Maduro es viable o no.
El escenario regional
Venezuela patentó un modelo revolucionario sobre bases democráticas. Al efecto, se denomina “democracias híbridas” a aquellas que logran su legitimidad a partir de una plataforma democrática basada en la validez de las elecciones, con lo cual se asume un proceso aceptado y aceptable, no obstante en el ejercicio del poder se produce una evidente concentración con claros visos autoritarios. Este modelo supone la elección mayoritaria de un mandatario. Se aprovecha el respaldo ciudadano para convocar una asamblea constituyente incorporando demandas sociales, integración de pueblos y etnias, recuperación de recursos naturales y otra serie de aspectos que están en ambiente normalmente de las propuestas de izquierda y del populismo clásico, con lo cual se legitima las reelecciones en virtud de un liderazgo político que no tiene alternativa posible o viable en la oposición, asegurando la mantención en el poder del gobernante y su proyecto.
En el caso regional, la alianza con Cuba ocupa el primer lugar en los intereses venezolanos. Lo más probable es que la ayuda hacia Cuba se mantenga dada la dependencia mutua que poseen para el sostenimiento económico de la isla, como en la mantención de la ayuda social, entre otras, que los Castro le brindan a Venezuela. Es parte además del eje de influencia ideológica presente en toda América latina en sus versiones del siglo XX, como la actual del siglo XXI.
En lo que concierne al resto de los países del ALBA su vinculación podrá sufrir cambios pero manteniendo –o al menos tratando- una coherencia discursiva y programática que les permita sostener el esfuerzo integrador y su posición de actores regionales en los organismos multilaterales. El mayor impacto es que la muerte del líder deja un vacío importante en términos de aglutinar en torno a un ideario solamente representado por él, a sectores sociales y políticos que lo percibían y reconocían como una suerte de Mesías y ejemplo de lucha en otras democracias. Si bien los gobiernos mantendrán la dinámica de sus estrategias, los movimientos sociales y políticos podrán tender a la radicalización, generando conflictos en varios países que no están en la agenda ni de los gobiernos ni del sector privado y empresarial.
La orfandad ideológica y de liderazgo será el mayor riesgo inmediato a enfrentar por estos grupos. Chávez era quien los cobijaba en un espacio de convergencia que implicaba también su control.
Aunque parezca extraño, Chávez era un catalizador de los grupos más radicales en América latina. Por ello era parte de la solución para asegurar una estabilidad política razonable. Ese vacío de poder constituye un desafío que busca representante.
Un impacto importante que tiene este nuevo escenario político –Venezuela sin Chávez- dice relación con la sustentabilidad del diálogo entre el gobierno de Colombia y las FARC. Al efecto, el liderazgo que le reconocía las FARC y la confianza depositada por el Presidente Santos en Chávez y Cuba, deja el proceso en un espacio de incertidumbre respecto a sus avances y logros en lo inmediato y con mayor razón en el mediano y largo plazo. En suma, los procesos políticos donde Chávez ejercía una influencia directa y personal, más allá de lo que representaba, ingresan a un área de evaluación que en lo concreto implica desconfianzas y grados de incertidumbre. Indirectamente eso afecta a Chile, en la medida de ejercer como país observador en este proceso de negociación.
El escenario político tras la muerte de Chávez se encuentra entonces marcado por una probabilidad de radicalización, tanto en Venezuela como en otros países, donde los movimientos bolivarianos como los seguidores de Chávez asumen una pérdida de liderazgo y conducción con la posibilidad cierta de querer acelerar los procesos de cambios que en varias democracias lideran, en términos de demandas, distintos movimientos sociales y políticos. Se trata de un proceso gradual y consistente que se será necesario observar y monitorear. La urgencia para Venezuela y para otros países es asegurar la continuidad institucional del proceso político donde actores nuevos aparecerán con intereses distintos agregándose a la agenda de dialogo y conflicto político en la región.