Las exportaciones españolas volvieron a marcar un nuevo récord histórico entre enero y junio de 2017: 140.875 millones de euros, un 10% más que en el mismo período del año precedente y un 42% por encima de las registradas antes de la crisis. En contra de lo que suele afirmarse, nuestro país no es competitivo únicamente en la rúbrica turística, sino también en la producción y comercialización de muchas otras mercancías: el 20% de este récord de exportaciones está integrado por bienes de equipo (aparatos eléctricos, material de transporte ferroviario, motores, aeronaves, equipos de telecomunicaciones o aparatos de precisión), el 17,2% por material automovilístico, el 17% por productos de alimentación y el 14,1% por productos químicos.
Este notable incremento de las ventas al exterior está permitiendo que nuestro país pueda igualmente incrementar sus importaciones hasta máximos históricos (289.328 millones de euros entre enero y junio de 2017, un 2,1% más que antes de la crisis) sin necesidad de endeudarnos: pagamos nuestras importaciones a través de nuestras exportaciones. Específicamente, las exportaciones cubren el 92,7% del coste de las importaciones (frente a sólo el 66,8% antes de la crisis). El resto de la factura (el 7,3% de importaciones no cubiertas con exportaciones) se sufraga sobradamente a través del turismo.
De hecho, si excluyéramos las importaciones de productos energéticos —aquellos bienes menos sustituibles por producción interna—, nuestro país sufragaría íntegramente sus compras al exterior con sus ventas al extranjero. En particular, las exportaciones no energéticas ascendieron a 131.610 millones de euros, frente a unas importaciones no energéticas de 131.348 millones de euros.
Éste ha sido el principal cambio de modelo productivo que ha experimentado nuestro país desde el estallido de la depresión: los españoles dependemos ahora relativamente menos de las importaciones para poder exportar mucho más que antes. Hasta 2008, nuestra economía crecía endeudándose con el exterior; hoy, en cambio, crecemos amortizando nuestras deudas con el extranjero. No por casualidad, nuestros pasivos netos con el resto del mundo se han reducido desde 1,03 billones de euros en el primer trimestre de 2015 hasta 0,973 billones en el primer trimestre de 2017.
Sin embargo, y como tantas otras veces hemos repetido, no deberíamos caer en un exceso de complacencia. El cambio de modelo productivo todavía no se ha completado en tanto en cuanto sigue habiendo casi dos millones de ocupados menos que antes de la crisis. Si, a lo largo de los próximos años, esos dos millones de personas se recolocan en sectores no competitivos —en sectores cuya sostenibilidad a corto plazo depende del endeudamiento y no de su capacidad para generar valor global—, entonces las importaciones volverán a incrementarse más que las exportaciones (el poder adquisitivo aumentará internamente más que nuestra capacidad para sufragarlo sin deuda). Es decir, regresaremos a las viejas malas artes que nos condujeron al desastre.
Crear empleo de manera burbujística es una tentación en la que no deberíamos volver a caer. Mas si adoptamos políticas económicas antirreformistas —derogar la reforma laboral, aumentar salarios por decreto, disparar el gasto estatal, multiplicar los impuestos a las empresas, impulsar nuevamente la banca pública para regar la economía de crédito barato o relanzar la creación deempleo público— sólo generaremos puestos de trabajo anticompetitivos y, en última instancia, insostenibles. La economía española ha mejorado de manera muy notable durante los últimos ejercicios, abriéndose hacia los mercados extranjeros de un modo histórico. Pero todavía queda mucho por hacer: el modelo productivo tiene que completar su transformación y sería dramático que, a estas alturas de la recuperación, abortáramos el saludable (pero todavía inconcluso) cambio que estamos viviendo.
*Esta columna fue publicada con anterioridad en el centro de estudios públicos ElCato.org.