En la actual crisis migratoria hacia Europa se experimenta un proceso principalmente de refugiados. Este escenario se debe a que estos flujos migratorios están compuestos principalmente, como lo definen la Convención sobre el estatuto de los Refugiados, por personas que “debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera acogerse a la protección de su país; o que careciendo de nacionalidad y hallándose, a consecuencia de tales acontecimientos fuera del país donde antes tuviera su residencia habitual, no pueda o, a causa de dichos temores no quiera regresar a él".
Efectivamente, el actual proceso lo componen personas que provienen de países en lo que técnicamente se puede hablar de Estados frágiles o fallidos: Eritrea, Nigeria, Siria, Pakistán y Afganistán. Estos Estados tienen serios problemas en asegurar u ofrecer una infraestructura mínima para asegurar servicios orientados a resolver problemas tales como de salud, nutrición, agua potable, falta de alimentos, desempleo, inflación, pobreza, discriminación, corrupción, participación democrática, criminalidad, educación, infraestructura y violencia étnica, religiosa y política. Así, los países aquí nombrados son definidos, por el Fragile State Index, en cuanto su fragilidad institucional, como estados que por su inseguridad y casi inexistencia de una infraestructura política, económica y social en situación de “alerta”.
Lo complejo de lo que hoy observamos en Europa es el número al cual ha alcanzado esta migración. Según datos de organismo internacionales (FRONTEX, ACNUR), presionando aún más el problema existente, el número de refugiados e inmigrantes llegados a Europa, en 2015, habría sobrepasado los 300.000. En esencia estamos en una crisis amplia de carácter político, económico y sobre todo humanitario.
El problema subyacente, como lo sostienen Spener, más allá de si es como refugiado o como migrante, radica en que la migración se debe a un tema de desbalance estructural, donde la división que ha surgido en décadas recientes es hoy conocida como un apartheid global. Este concepto, enfatiza de qué manera la mala distribución de los recursos y del bienestar en el mundo está fuertemente correlacionada con la raza y la nacionalidad. Esta diferencia estructural promueve un movimiento incesante de personas que se desplazan desde una región a otra o genera una movilidad legal o ilegal más allá de sus fronteras nacionales. Así, en esta crisis los destinos finales (del refugiado o migrante) apuntan a aquellas naciones que, por el contrario de sus países de orígenes, son vistas como estables, con seguridad y que ofrecen un futuro para sus familias: Alemania, Suecia y Reino Unido.
Desde esta perspectiva estos países en particular y Europa en general enfrentar un cuestión altamente compleja. Es una situación donde entran en tensión una posición ética y moral, sustentada precisamente en el concepto del desbalance estructural global, frente a las repercusiones que tendrá el aceptar una migración sin límites claros. En otras palabras en Europa se enfrentarán los gobiernos que deseen aplicar de manera completa las actualizaciones del 2003 del Sistema Europea Común de Asilo (SECA en Inglés) y aquellos gobiernos que no lo desean. En el primer caso, refrendado por el llamado del Presidente del Consejo Europea a “repartirse” al menos 100 mil refugiados, Europa esta ética y moralmente bajo los principios de libertad, seguridad y justicia, obligada a recibir a esta ola migratoria. Según el SECA, modificado en 2013, “una política común en materia de asilo, incluido un sistema europeo común de asilo, es uno de los elementos constitutivos del objetivo de la Unión Europea de establecer progresivamente un espacio de libertad, seguridad y justicia abierto a quienes, obligados por las circunstancias, busquen protección internacional en la Unión”. Por el otro lado, estarán aquellos que tendrán una mirada más realista, y apostarán al análisis de mediano y largo plazo de permitir un proceso como este. En este grupo, parafraseando a Feldmand y Durand, sin duda estarán aquellas naciones que oponiéndose a aceptar el proceso migratorio actual, asuman que esto debe ser visto desde una perspectiva del “darwinismo social”, donde la no autorización a ingresar a sus países [obligándolos a permanecer en los suyos] es la demostración del principio de la sobrevivencia del más apto.
Europa está hoy en una situación compleja y la solución, más allá de la obligación ética y moral de permitir el acceso de los que hoy llegan o quieren llegar a sus países como refugiados o migrantes, no pasa por la inexistencia de las barreras de ingreso, sino que pasa por la solución de las crisis humanitarias que estos países hoy viven. El problema es que esta solución no es de corto plazo y, menos aún, de bajo costo.