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"Ya muy avanzado el siglo XX, finalizada la Segunda Guerra Mundial, emergieron nuevos, y al principio muy lentos, desarrollos que entrañaban mirar y crecer hacia adentro. Pero estos solamente alcanzaron su cénit cuando la economía mundial hubo experimentado un crecimiento del comercio global más rápido y sostenido".
"Fue en este contexto cuando cobró forma en nuestro continente un corpus de ideas que ha tenido un duradero efecto de explicación de nuestras insuficiencias políticas, sociales y económicas. Se trata, quizá, de la única indiscutible contribución latinoamericana al pensamiento económico moderno: la celebérrima teoría de la dependencia económica".
Así rematábamos, hará un par de semanas atrás, la primera entrega de esta serie ( 03/04/2013). Odioso como puede ser el citarse a sí mismo, no luce a mano mejor recurso para retomar el hilo de estas notas sobre los males que sobre una sociedad como la nuestra puede atraer el analfabetismo económico de sus élites.
En esa ocasión citamos al desaparecido estudioso estadounidense E. Bradford Burns, autor de un libro singular, La pobreza del progreso: América Latina en el siglo XIX (Siglo XXI, 1990).
Señala allí Bradford Burns que al ensayar las élites de nuestras jóvenes naciones los esquemas de "desarrollo hacia afuera" que prevalecieron durante la segunda mitad de nuestro siglo XIX, sobrevino un choque entre desprevenidas sociedades poscoloniales y las fuerzas del moderno comercio mundial capitalista. Tal choque "desencadenó causas y efectos nunca vistos desde los tiempos de la Conquista española".
Considérese el paisaje económico de entonces: el individualismo inherente al libre comercio enfrentaba ferozmente a las oligarquías rurales contra el telón de fondo de interminables guerras civiles, estancamiento económico y militarismo.
"El legado que nos dejó este choque cultural poscolonial durante el siglo XIX", afirma Bradford Burns, "fue la perniciosa pobreza del progreso latinoamericano en el siglo XX".
Pocas imágenes ilustran mejor los efectos de tan perniciosa ideología como la célebre frase de Manuel Pardo, "hagamos ferrocarriles de guano". ¿Quién era Manuel Pardo?, se estará preguntando el lector que haya llegado hasta aquí.
Pues bien, Pardo fue el primer presidente civil que tuvo el Perú. Ocupó la presidencia de su país en el período constitucional que fue de 1872 a 1876. Si su condición de hombre civil lo singulariza en un período que, tal como en casi todo tiempo latinoamericano, prevalecían los militares, más singular parecerá cuando os diga que don Manuel Pardo y Lavalle no fue abogado ni médico, sino economista.
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Pardo fue asesinado dos años después de dejar la presidencia. El boom del guano que Pardo intentó instrumentalizar como motor de arranque de un vasto proceso de desarrollo diversificado apenas duró lo suficiente para dejar al Perú sumido en una crisis fiscal y financiera sin precedentes que, a su vez, tendría huella en la economía del país hasta bien entrado el siglo XX.
[Me apresuro a disipar, ante la censura de medios que pudiese desatarse en los tiempos revolucionarios por venir, cualquier equívoco: este artículo no persigue hacer valer la idea de que la mejor manera de deshacerse de un economista obtuso y desmañado en posiciones de gobierno sea el magnicidio].
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La expresión "ferrocarriles de guano", echada a rodar por Prado en el siglo XIX, prefigura otra estupidez basada en un bien primario: "sembrar el petróleo". Ejemplifica la orfandad de ideas económicas de nuestras élites. Y resume irónicamente la fragilidad del experimento de "crecer hacia afuera" que comenzó inmediatamente después de nuestras independencias y se prolongó continentalmente hasta los tempranos años 30.
El experimento coincidió con la era durante la cual la relativa ventaja de que los bienes primarios (como el guano, el café, el estaño o el cobre ) gozaron sobre las manufacturas fue decreciendo sostenidamente.
A comienzos del siglo XX, unos 75 años después de haber alcanzado la independencia, el ingreso per cápita promedio de las mayores economías de la región era 14% del de los Estados Unidos de América. Para 1990, era de apenas 13%.
Más de la mitad de las exportaciones de la región seguían siendo bienes primarios como café, petróleo, azúcar, cobre o mineral de hierro. Y ninguno de sus países podía considerarse verdaderamente desarrollado.
Esta continuada "pobreza del progreso" es la que pretendió explicar (y, aún más, remediar) la celebérrima teoría de la dependencia: el más señalado aporte latinoamericano a las supercherías económicas que han intentado explicar el mundo moderno.
Con lo que llegamos al propósito de esta serie que habrá de continuar en la próxima y última entrega.
*Esta columna fue publicada originalmente en El Mundo.com.ve.