En este debate nadie ha dicho algo malo. Sin embargo, la resolución del Parlamento alemán sobre el genocidio de los armenios se vio opacada por las circunstancias. Eso no se debió a los oradores, cuya evaluación respecto a la masacre fue unánime. El asunto es que no parece un buen momento para intentar recuperar el tiempo perdido. Naturalmente, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan hubiera echado chispas en cualquier otro momento, pero ante la actual situación, a la resolución sobre Armenia se superpusieron muchos aspectos ajenos a ella.
La dependencia del gobierno alemán frente a Turquía en el tema de los refugiados es el más grave. El miedo de Angela Merkel a que el largo brazo de Ankara llegue a la Cancillería es tan grande que se mantuvo alejada de la votación en el Parlamento sobre la resolución armenia, aunque se encontraba en Berlín. Claro que ella es la jefa de gobierno y tiene muchas cosas que hacer, pero en su rol de delegada del Parlamento, la presencia de Merkel en la votación podría haber dado más peso a la resolución, por lo que su abstención resulta lamentable, por decirlo suavemente.
El gobierno debió hacerlo en otro momento. Tampoco asistieron el ministro de Relaciones Exteriores, Frank-Walter Steinmeier (que el martes viajó a Argentina) y el vicecanciller Sigmar Gabriel (reunido con la industria de la construcción), fortaleciendo una señal de cobardía en un tema histórico y político con una fuerte carga emocional. Si el cálculo era mantener a Erdogan feliz, les salió el tiro por la culata: el embajador turco en Alemania regresó rápidamente a su país después de la votación. En el distrito gubernamental de Berlín ahora probablemente se estén rompiendo la cabeza sobre cuáles serán las inesperadas medidas que tomará Ankara, que hasta el momento se muestra moderada. La primera reacción, a ojos de Merkel, no se vislumbra nada buena.
¿Y qué podemos decir sobre la resolución como tal y el comportamiento de los parlamentarios? Su calificación de los crímenes como genocidio corresponde con la opinión predominante a nivel internacional, según la mirada de investigadores y el criterio de Naciones Unidas. Sin embargo, el Parlamento podría haber expresado este punto de vista mucho antes. Un momento apropiado habría sido el 2015, cuando el presidente Joachim Gauck, con motivo de los 100 años de los crímenes, los denunció como genocidio. Pero entonces el Parlamento no pudo, o no quiso, referirse al tema.
Una solicitud conjunta habría sido mejor. Además, esta resolución se ve manchada por el hecho de que, otra vez, a instancias de la CDU/CSU, el partido La Izquierda quedó fuera. La Unión no desea, en principio, presentar ninguna moción junto a ese partido, incluso cuando ésta sea unánime. Por lo mismo, La Izquierda se vio forzada a presentar su propio texto. Y quien lee ambas resoluciones no encontrará ninguna diferencia sustancial. Todo esto no solo debilita la credibilidad del Parlamento en un tema importante sino que es, a 26 años de la reunificación, un comportamiento indigno de la Unión.
Y luego hay otro crimen para el que el Parlamento no ha votado ninguna resolución: el imperio alemán fue el autor del genocidio de los herero y nama entre los años 1904 y 1908 en lo que hoy es Namibia. Actualmente ambos países negocian una aclaración conjunta sobre las antiguas atrocidades. Esto es un gran progreso. Así como ocurrió con la valiente resolución sobre Armenia, que tuvo una respetable motivación, el Parlamento también debería tener una opinión formada sobre el tema de Namibia y tendría que hácersela llegar al gobierno federal. La vacilación en este caso arroja una sombra más sobre la resolución con respecto a Armenia.