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¿Grecia: un ejemplo para sus socios?
Dom, 12/07/2015 - 21:49

Florent Sardou

¿Un New Deal para Europa?
Florent Sardou

Florent Sardou posee una Licenciatura en Derecho (Universidad de Toulouse, Francia) y un Master de la misma universidad en Historia Contemporánea. Su tesis fue sobre la Historia Social contemporánea de Chile. Ejerció como profesor en el colegio la Alianza Francesa de Santiago de Chile. Después de haber vivido cinco años en París, volvió a Chile en 2013. Desde entonces es invitado como analista en canales (CNNChile, 24Horas, NTN24 de Colombia) y radios locales (Duna, Zero, Bio Bio, Cooperativa, ADN).

Pascal Lamy, ex director de la Organización Mundial del Comercio (OMC) dijo el 6 de julio: “los Griegos son un pueblo orgulloso, valiente, apasionado,  pero también un poco negligente y dispendioso”. 

Tal como lo dijo la experta en Derecho Internacional Público, Paz Zárate, es urgente que los responsables políticos de la Unión Europea tengan dentro de sus equipos de asesores no solamente economistas sino también historiadores y antropólogos. Porque la supervivencia de un Estado no depende únicamente de su viabilidad económica.

La elite económica (que tiende cada vez más en confundirse con la elite política) europea ha multiplicado el uso de “clichés” sobre los griegos, a lo largo de la crisis que sacude al país helénico. Ha provocado incomprensión, desprecio y condescendencia por parte de la opinión pública europea contra los griegos. Se ha generado un rencor tenaz que dificulta -aún más- la posibilidad de un acuerdo.

No fue siempre así. Un profundo interés, una fascinación por la Grecia Antigua se desarrolló en los siglos XVI, XVII y XVIII. Culminó con el “filo helenismo”, masivo apoyo de la opinión pública europea a los griegos durante su lucha por independizarse de los Turcos. Los filósofos de la época buscaron en la civilización de Grecia Antigua valores y principios para poner fin al Antiguo Régimen, crear estados modernos, democráticos y excluyendo la religión católica de la esfera política. Pero considerar e imponer a los griegos ser los herederos de aquella Grecia, fue y será un error. Y no es culpa de sus habitantes. La identidad nacional griega es compleja y fuerte. No se puede olvidar que Grecia sufrió el yugo de un imperio cuya cultura era todo lo opuesto a la de Occidente: el Imperio Otomano, musulmán y despótico.  Por 377 años. Desde 1456, año de la toma de Atenas por las tropas del sultán Mehmed II hasta 1833. Los otomanos transformaron el Partenón en mezquita, el Erecteion en Harén. La profanación de la cultura e identidad griega clásica siguió. Con el bombardeo del Partenón, de parte de los venecianos, y culminó con el vergonzoso saqueo cometido por el conde de Elgin, el embajador de Gran Bretaña a principios del siglo XIX. Luego de su independencia, las potencias europeas nombraron como reyes de Grecia príncipes alemanes y danés. Y la actitud de los británicos durante la segunda guerra mundial favoreció el disparo de la guerra civil (1946-1949), acontecimiento al origen de una división política fuerte que sigue vigente entre griegos. 

Hay que leer el trabajo del antropólogo Michael Herzfeld y en particular Anthropology through the Looking-Glass: Critical Ethnography in the Margins of Europe (Cambridge University Press; 1987). Nos permite entender las características de la identidad griega. “Los griegos contemporáneos no son excesivamente exóticos, tampoco definitivamente europeos” afirma. Y analiza un rasgo característico del pueblo griego. Una identidad dual entre la noción de hellinismos y la de romiossini (del griego romios, “romano”). Entre la Grecia Antigua y la Grecia nacida de la dominación bizantina-otomana ortodoxa. El Estado y la élite, en búsqueda de la modernidad occidental, se reclamaron y promocionaron la identidad helénica, cuando el pueblo es romiossini. “Representación de si mismo” contra “conocimiento de sí mismo”.

Actualmente, los especialistas hablan de división entre “europeos” y “balcánicos” (Valkanios). María Todorova (in Imagining the Balkans, Oxford University Press, 1997) explica que los segundos todavía estarían ligados a la cultura otomana y repropios a la modernidad.  Hoy representan una minoría de la población y corresponden a los habitantes de las zonas rurales.

La llegada de Grecia dentro de la Unión Europea significó para este país un anclaje cultural y político con Occidente sin precedente desde la conquista turca. La dualidad “helénicos” contra “romios” estuvo desapareciendo.  Y tuvo como consecuencia el debilitamiento  del nacionalismo en el discurso político. Amarrada desde 30 años en el proyecto europeo, Grecia ha casi borrado la sombra Bizantina-otomana y se aferró a la racionalidad del proyecto europeo. Los últimos sondeos lo muestran: no hay nostalgia de parte de los griegos para su pasado otomán y su adhesión a la Unión Europea es más fuerte que nunca (casi  75% según una encuesta del Instituto Alco el 2 de julio). Si, después de cinco años de crisis, han vuelto en el Parlamento partidos anti europeos (Griegos Independientes; nazis de Aurora Dorada y Partido Comunista Griego), quedan minoritarios y el Primer Ministro, Alexis Tsipras, dejó atrás su aversión inicial: ya no quiere dejar la Unión Europea. Porque expulsar Grecia de Europa significaría seguramente el renacer de un nacionalismo que mira hacia al Oriente y la reconstitución quimérica de un imperio Bizantino-Otomano.

Pese a los permanentes atentados contra su identidad y a su historia política accidentada, los griegos (gracias a su pertenencia a la Unión Europea) supieron constituirse hoy en un Estado-Nación solido y pacifico. Es un gran mérito, que le ofrece quizás al país helénico un grado de sobrevivencia que no tienen otros países sacudidos por fuertes regionalismos o movimientos independentistas (España, Italia, Reino Unido). Si, Grecia puede ser un ejemplo.

*Esta columna fue publicada originalmente en revista Panorámica Latinoamericana.

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