No hay ningún otro tema que pueda embrujar tanto a los colombianos como el de la paz. Ante el mero anuncio de unos diálogos que no tienen mayor opción de éxito, la mayoría cree que por fin este país será uno de los más pacíficos y prósperos del mundo, tanto como para que se pueda dormir con la puerta abierta.
Por eso cunde el mismo optimismo de un domingo de 1982 cuando el presidente Betancur puso a los colombianos a pintar palomitas de la paz en las calles, para que después sus muchos e ingenuos esfuerzos se los pagara el M-19 quemando el Palacio de Justicia. O el optimismo que había en 1999, cuando ‘Tirofijo’ dejó la silla vacía y se instalaron tres años de ‘diálogos’ en los que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) arreciaron sus acciones, haciendo correr más sangre que nunca. Pero Colombia es un país desmemoriado y muchos jóvenes que están entusiasmados con el anuncio de una nueva negociación, eran niños que jugaban con carritos mientras los terroristas celebraban sus orgías de sangre en la zona desmilitarizada del Caguán.
No será nada raro, entonces, que el 5 de octubre estén todos frente al televisor creyendo que la paz se cocina en la reunión de instalación en Oslo (Noruega). Ahí sentados olvidarán que Santos había prometido usar la llave de la paz solo cuando las condiciones estuvieran dadas, cuando las FARC dieran una señal fehaciente de buena voluntad que hasta hoy nadie ha visto. Pasarán por alto que lo único claro es que la paz es la alternativa que le queda a un gobierno desgastado para reelegirse y que este será el peor de sus errores y el que nadie le perdonará jamás, porque después del embrujo vendrá un desengaño inevitable.
Esta negociación solo puede derivar en una de dos salidas, y ambas son malas. La primera es que se trate, simplemente, de un nuevo engaño de las FARC para ganar tiempo y recuperarse por completo del debilitamiento al que fueron sometidas durante el gobierno de Uribe. En tal sentido, se trataría de un proceso estéril que terminaría rompiéndose, pero no antes de finales de noviembre de 2013, cuando vencerá el plazo de seis meses antes de las elecciones, que la Ley de Garantías le da al Presidente en ejercicio para manifestar su deseo de correr por la reelección.
Lo anterior porque las FARC jugarán con el deseo de reelegirse de Santos, por lo que practicarán la estrategia del garrote y la zanahoria para presionar al gobierno lo suficiente para obtener ventajas, pero no tanto como para hundirlo en las encuestas y levantar la opción de quien se comprometa a cancelar esos diálogos. Varios expertos coinciden en afirmar que este proceso no durará un año ni dos, sino mucho más, lo cual es factible si se recuerda que el fracaso del Caguán duró tres en los que no hubo avances sustantivos.
La segunda salida es peor aún pues todo indica que lo que está sobre la mesa no es una negociación de paz, sino la abdicación del Estado ante el terrorismo y la consiguiente entrega del país. Mientras en España acabar con la banda terrorista Eta es política de Estado, y está proscrito cualquier tipo de acercamiento, aquí se hace lo contrario sin importar la impunidad y la falta de autoridad moral y de representación de quienes exigen profundos cambios políticos, sociales y económicos para dejar de matar.
Los líderes de las FARC no aceptarán los mínimos de verdad, justicia y reparación que se les impusieron a los paramilitares, por lo que Santos les confeccionó el mal llamado ‘Marco Jurídico para la Paz’ a la medida de sus expectativas. A la impunidad la llamaremos ‘justicia transicional’, que no es otra cosa que condenar a un terrorista a cinco o diez años de prisión pero permitirle, en aras de la paz, que goce de libertad para ejercer la política, siendo alcalde, senador o presidente de la República.
Pero lo más atrevido será admitir cambios que entronicen el ‘socialismo del siglo XXI’ en Colombia. El mandato de los colombianos ha sido claramente el de combatir a las FARC y no ceder a su pretensión de imponer una dictadura comunista. Desconocer eso es una traición, una burla y un grave error que puede originar un conflicto superior al que malamente se quiere solucionar a espaldas de los colombianos y de forma improvisada, cosa que Santos justifica con una frase tan alegre como irresponsable: “¿Qué tal que nos suene la flauta?”... ¡Y qué tal que no!