Cada año, durante la reunión por la apertura de sesiones de la Asamblea General de la ONU, hay un personaje que se vuelve el centro de atención.
Lo ha sido Fidel Castro en los 60 con sus discursos eternos, de hasta cuatro horas y media. También Hugo Chávez, hablando de que el salón de sesiones olía a azufre porque acababa de estar ahí el diablo: George W. Bush.
Lo ha sido Evo Morales, como el presidente indígena recién electo en Bolivia en 2006.
También Mahmoud Ahmadinejad, ex presidente de Irán, negando la existencia del Holocausto y amenazando, en la sede del organismo encargado de mantener la paz en el mundo, con atacar Israel.
Y lo mismo el coronel Gadhafi, cuando dictador de Libia, y sus excentricidades entre las que destacó que en lugar de hospedarse en un hotel neoyorkino, decidió poner una lujosa tienda de campaña beduina en un terreno del magnate Donald Trump a 64 kilómetros de la sede de la ONU.
Este año también hubo un personaje central: el presidente iraní Hassan Rohani.
Rohani fue electo apenas el pasado mes de junio como el séptimo presidente de Irán. Un hombre considerado moderado en una teocracia que cada día se torna más intolerante con las diferencias.
Su promesa de campaña más importante fue la de encontrar una solución diplomática a la crisis nuclear que mantiene ahogada la economía iraní por las sanciones internacionales. Como botón de muestra está la inflación de 39%.
Desde el arranque de la apertura de la Asamblea General (AG) la gran pregunta flotando entre los interesados era si Rohani y Obama se reunirían para llegar a un acuerdo: levantar las sanciones que mantienen en apuros la economía iraní a cambio de que el país acepte una inspección minuciosa de la ONU para revisar que en efecto sus ejercicios nucleares sean con fines pacíficos.
Obama ha sido enfático al declarar que Estados Unidos no quiere una carrera armamentista que permita a Irán contar con bombas nucleares.
Los duros, tanto en Irán como en EE.UU., criticaban esta reunión, ya que en ambos campos se veía como una señal de debilidad del país. En Irán porque significaba mostrar debilidad ante EE.UU.; en EE.UU. porque significaba conceder inmerecidamente ante un país que no ha mostrado voluntad por transparentar sus reservas nucleares.
La reunión no se dio. Pero lo que sí sucedió fue una llamada telefónica entre ambos jefes de Estado. Primer contacto directo entre un presidente estadounidense y uno iraní desde la revolución islámica de 1979 que le acabó costando un duro recibimiento a Rohani en Teherán, huevazos y zapatazos (que esquivó) incluidos.
La apertura de sesiones de la AG fue el escenario para la diplomacia en el conflicto Irán-EE.UU. en donde el personaje del momento fue Rohani. Un hombre que muchos temen estará sonriendo amablemente, mientras Irán se acerca cada día más a obtener la bomba nuclear.
*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.