Las elecciones presidenciales en Venezuela llegaron a su final con una cómoda victoria de Hugo Chávez quien optó por una segunda reelección y un cuarto ejercicio del poder. El solo hecho de pensar que el presidente venezolano pudiera llegar a mandar por 20 años lo reafirma en el centro de la discusión política local. Pero a su vez, la enfermedad que le aqueja abre un espacio para la incertidumbre, en cuanto a si el múltiple rol de presidente de la República, líder político nacional y jefe de una alianza que lo ha respaldado por tantos años, podrá mantenerse en el futuro. En verdad, cualquier decisión política que se tome en estos meses será interpretada de acuerdo a ese valor relativo que significa el no conocer de antemano qué pasará con la salud del candidato ganador.
Para el gobierno y para el oficialismo, la suerte está echada -habrá Chávez para rato-, aunque se disimule la molestia que significa la situación personal del primer mandatario para todos sus partidarios y beneficiarios, en el momento en que ellos hacen un cálculo político para garantizar su realización personal y proyectar que quedará de la Revolución Bolivariana, en el caso que Chávez salga de circulación. En la oposición cobra fuerza la tesis de que sólo con Chávez fuera de la escena política se pudiera ganar el poder.
Ambas conductas son muy negativas para la estabilidad política de Venezuela y expresan de cierta manera una falta de responsabilidad histórica. Ni el país desaparece ni tampoco el experimento bolivariano, por no contar con Chávez. A su vez, una opción de cambio no puede sostenerse con base en esa idea. Se trataría entonces de despersonalizar el proceso político venezolano.
Si nos atenemos a esta premisa pudiera darse una lectura diferente y más compleja sobre el caso que nos ocupa. El gobierno y el oficialismo cuentan con un liderazgo que se ha formado desde 1992, cuando al calor de los intentos de golpe militar de ese año se fue fraguando una nueva elite formada por civiles y militares que pasó al poder en 1999 y que luego de 14 años ha aprendido a manejar las riendas del poder.
A esto se le debe agregar la existencia de un partido de masas que ha canalizado más que bien el inmenso apoyo que Chávez ha recibido por tanto tiempo. Y por si fuera poco, el control sobre los poderes públicos y de la Fuerza Armada ha convertido a esa dirección política en la dueña temporal del destino de la nación.
Desde luego que no todo es positivo para ellos. Los Bolivarianos no han podido establecer un sistema de partido único, no han logrado controlar de manera hegemónica la política y la economía del país, no han alcanzado aplastar a la oposición y no han implantado el socialismo del siglo XXI, aunque quisieran hacerlo lo más pronto posible. A su vez sobran lo problemas por resolver en la agenda pública y cada día crece más la inconformidad popular hacia un gobierno que es muy ineficaz e ineficiente.
En este contexto, el presidente Chávez ha hecho cambios en el gobierno que deben ser considerados como el reflejo de lo que se ha comentado en este artículo. El nombramiento del hasta ahora Canciller de Venezuela, Nicolás Maduro como vice-presidente ejecutivo lo coloca en la línea de sucesión. Su cercanía al jefe de Estado y el patrocinio que recibe de Cuba, lo colocaron desde hace más de un año como el favorito en las apuestas para ocupar ese cargo. La salida de algunos ministros para competir en las elecciones de gobernadores obligó también al primer mandatario a mover sus fichas.
Pero eso no es lo más importante. Luego de las elecciones presidenciales lo que salta a la vista es la pregunta de si el gobierno y el oficialismo van seguir por el camino del radicalismo y la exclusión o van a reorientarse dentro del marco del reformismo. En verdad es una signatura pendiente aquello de si se va a profundizar el Estado Comunal, a intimidar la ciudadano y en general, a impulsar el entramado estatista, en medio de las múltiples fallas de que adolece ese proyecto.
El país mejoró su imagen luego de la contienda electoral. No hubo un llamado a desobedecer los resultados por parte de la oposición, la cual no cantó fraude y el Consejo Nacional Electoral y las Fuerzas Armadas salieron con un apoyo inesperado por parte del elector.
Por su parte, la oposición logró una unidad no perfecta, pero sí importante, un caudal de votos suficiente para presentar al 45% de los venezolanos, y seguir en la lucha por detener la ola autoritaria que tienta tanto a los gobernantes de turno y defender así los valores democráticos. El ex candidato presidencial Henrique Capriles y varios dirigentes opositores lo han reiterado: se perdieron las elecciones del 7 de octubre, pero la pelea sigue ante el reto que significan las elecciones a gobernadores del mes de diciembre de este año.
En esta dimensión, sobran los comentarios a esa dispersa opinión que se ha dedicado a atacar a Capriles y a la Mesa de la Unidad por los resultados obtenidos, sin tomar en cuenta el ambiente de desigualdad y ventajismo electorales que fue aprovechado por un gobierno que ha derretido sus fronteras con el PSUV y con el resto de las instituciones del Estado.
Queda por discutir cuál fue la variable que explica mejor los resultados: la ventaja material, el carisma de Chávez, la omisión de la comunidad internacional o algo más…
En suma, Venezuela se mueve intensamente y la política también. Ya se está dejando atrás la discusión sobre los resultados de la elección presidencial y sobre las predicciones de las encuestadoras sobre esos resultados, y el ciudadano venezolano se traslada de nuevo y poco a poco a su dimensión doméstica. Los que apoyaron a Chávez apuestan por continuar bajo el tutelaje social del Estado. Los que apoyaron a Capriles optaron por un cambio.
¿Hasta dónde tendremos esta tensa calma? ¿Qué va pasar con la salud del presidente Chávez? ¿Se volverá a un proceso constituyente? ¿Se mantendrá unida la oposición? ¡Esperemos el año 2013 para responder a esas preguntas!