Hace ya varios años que venimos escuchando el concepto de "emparejar la cancha" para aquellos servicios que forman parte de la denominada economía digital. Dentro de las razones esgrimidas se encuentran la de estar en presencia de un servicio sustitutivo que ha sido históricamente provisto por las industrias incumbentes, tales como taxis, hoteles y cines o televisión de pago, entre otros. Se ha señalado, asimismo, que estas nuevas empresas millennial no tienen las mismas cargas regulatorias que las tradicionales, que generan pocos empleos directos y que, por último, no pagan impuestos en los países donde se consume o se presta el servicio, todas situaciones que irían en directo desmedro del respectivo país donde se confabula dicho escenario.
Los constantes conflictos que vemos entre lo establecido (mundo físico) y lo nuevo (mundo virtual) son una manifestación concreta de la batalla que vivimos a diario entre la economía tradicional y la economía digital, en un escenario donde la primera intenta imponer sus propias reglas a la segunda, mientras esta última navega por mares de zonas grises y, en la mayoría de los casos, carentes de regulación, pero no por eso necesariamente al margen de ella. Es precisamente esta carencia la que ha colaborado en la masificación de las distintas aplicaciones y servicios que hoy gozamos gratis o a precios muy bajos.
En general, la economía tradicional ha seguido modelos de negocios que hoy ya se consideran anticuados, pero que han significado obtener importantes rentabilidades de las que hoy quieren seguir gozando, lo que trae como consecuencia la persecución de cualquier innovación que ponga en peligro esos modelos. Por su parte, las empresas pertenecientes a la economía digital han tenido la virtud de identificar las ineficiencias de los modelos tradicionales y, utilizando la tecnología, han roto con tales modelos y han creado nuevas formas de relacionarse con los usuarios finales, entregando una mejor calidad de atención al cliente. En definitiva, estas últimas empresas han generado un importante excedente al consumidor, que ha sido vastamente aprovechado por este y que ha implicado modificar su fórmula de consumo, pasando desde uno impuesto por los oferentes a uno basado en la demanda y necesidades de cada usuario.
Antes estábamos obligado a comprar un CD o un vinilo para poder escuchar la única canción que nos gustaba, mientras que hoy, y utilizando esa misma lógica, seguimos recibiendo más de un centenar de canales por televisión de pago cuando, en realidad, vemos, siendo generosos, el 10% de ellos.
En este sentido, la discusión relativa a los impuestos que se aplicarán a las plataformas digitales forma parte de esta misma controversia entre ambas economías, pues podremos darnos cuenta cuáles son aquellas empresas e industrias capaces de adaptarse a los nuevos tiempos y a modificar un modelo de negocio ya superado, y cuáles son aquellas que desean continuar manteniendo el sistema antiguo.
En este debate, debemos analizar temas de relevancia constitucional, como aquellos derivados de la igualdad en y ante la ley, puesto que es razonable pensar que los integrantes de ambas economías no se encuentran en una misma posición ante la normativa vigente. Pero, además, existen aspectos de libre iniciativa económica que tenemos que incluir en el análisis, ya que este principio ha sido el motor de la innovación y de la economía digital en el planeta. Dado este nuevo escenario, ¿no será el momento de repensar el orden impositivo mundial y modernizar el sistema que nos rige? La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) ya está haciéndose cargo de ello. Los modelos tributarios tienen un componente eminentemente territorial y fueron creados basados en esa premisa. Sin embargo, los fundamentos de la nueva economía presente y futura se basan en Internet, una tecnología esencialmente ageográfica y que rompe con todos los pilares conocidos hasta ahora.
La invitación es a discutir cualquier proyecto de ley de impuestos digitales u otro que se relacione con economía digital bajo una mirada disruptiva y de futuro, incentivando la libertad de emprendimiento, reduciendo las cargas regulatorias y manteniendo la posibilidad de aprovechar ese excedente del consumidor que hoy existe. En definitiva, nos daremos cuenta que ambas economías son mucho más complementarias que competidoras, que juegan en una cancha con varios otros actores y que emparejarla no significa, necesariamente, aplicar a todos los jugadores las mismas reglas de antaño, sino dejar florecer el talento de todos ellos, ya que es eso lo que trae beneficio social.