En lo que respecta al tema de los servicios secretos, la Cancillería germana no pareciera tener escrúpulos: en Berlín se engaña, se usan trucos y aparentemente también se miente. Las acusaciones no han sido inventadas ni levantadas de forma ligera o con la finalidad de crear un escándalo. Al contrario: una vez más, el gobierno ha tenido que confirmar la veracidad de informaciones reveladas por los medios.
En esta ocasión, el servicio secreto estadounidense NSA presuntamente cometió espionaje industrial en el marco de una cooperación con el servicio de inteligencia alemán BND. La Cancillería tenía conocimiento de estos actos reprochables y quizá incluso violatorios de la Constitución.
En el actual caso, un servicio secreto alemán cumplió con su deber e informó a los políticos responsables, por lo menos del lado del Ejecutivo. No obstante, el gobierno retuvo estas informaciones “explosivas”. Como en muchas otras ocasiones, el Bundestag, es decir el poder legislativo, no se enteró de nada. Y eso que el gobierno tiene la obligación legal de notificar al gremio de control parlamentario (PKGr) de las actividades de los servicios de inteligencia.
El artículo 4 hace casi imposible retener informaciones relevantes, puesto que el Gobierno alemán debe informar “ampliamente (al PKGr) sobre sus actividades generales”, así como sobre “acontecimientos de especial relevancia”. Y hasta ahora, ningún representante del gobierno ha calificado de insignificante el espionaje de empresas europeas armamentísticas por parte de la NSA con ayuda del BND…
Servicios secretos deben cooperar, ¡pero respetando la ley! Para evitar malentendidos: en tiempos del terrorismo internacional todas las actividades de los servicios secretos alemanes son importantes. Es decir, también las del Servicio de Contrainteligencia Militar (MAD, por sus siglas en alemán) y de la Oficina Federal para la Protección de la Constitución (BfV, por sus siglas en alemán).
Sobre todo la cooperación entre la NSA y el BND ha alcanzado una nueva dimensión a raíz de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. La avidez por los datos y las informaciones es comprensible hasta cierto grado. En parte, también porque el número de ataques terroristas ha aumentado y, con ello, el miedo a convertirse en blanco de extremistas religiosos.
No obstante, la lucha contra el terrorismo no debe servir de excusa para establecer un Estado dentro del Estado. Pero este peligro crece en la medida en que los servicios secretos rehúyen el control del gobierno y este, a su vez, rehúye el control parlamentario. Esta crítica no es nueva, pero lamentablemente sigue siendo importante.
Los servicios secretos deben ser reformados urgentemente. Asimismo, debe mejorar la supervisión política. A más tardar desde las revelaciones de Edward Snowden sobre el espionaje de la NSA ya nadie puede cerrar los ojos ante esta necesidad. Muchos políticos, pero también representantes de la sociedad civil han hecho propuestas al respecto. Si estas nuevamente son ignoradas, más que nunca el gobierno alemán se enfrentará a acusaciones de inactividad premeditada.
*Esta columna fue publicada originakmente en Deutsche Welle.