Para su discurso, el presidente de la Comisión Europea echó mano de recursos retóricos de la navegación marítima: el viento vuelve a soplar en las velas de Europa, hay que levar anclas y desplegar velas para un futuro común. Esa fue su exhortación. Y como a Juncker le gusta mostrar emociones, también apuntó a su larga, y a veces dolorosa, experiencia como aprendiz de europeo: apeló a la unidad y deseó una mayor integración de la UE.
¿Europa de una velocidad?
Sin embargo, esto no coincide con una Europa de dos velocidades tal y como la planean Berlín y París. El presidente francés, Macron, quiere que la eurozona sea el núcleo que integre al grupo de países más fuertes. Es la vieja idea de la vanguardia europea. Por el contrario, el jefe de la comisión quiere dotar a todos los países de la UE de euros, incluidos los que están económicamente rezagados. A estos habría que ayudarlos.
El ejemplo de Grecia fue una muestra de las fatales consecuencias que puede tener acoger a un país débil y encorsetarlo en la "eurodisciplina”. Para los grandes países de Europa, este plan de Juncker caerá como una losa pesada, y sus buenas intenciones podrían ser contraproducentes.
Hace tiempo que la idea de Europa a una misma velocidad, tal y como la idearon sus fundadores, demostró ser poco práctica. El aumento del número de países miembros derivó, frecuentemente, en un estancamiento institucional. Por esa vía el tren ya pasó, y, curiosamente, no fue en la dirección esperada.
Un ramo de olivo para el este
Por otra parte, Jean-Claude Juncker supo sortear con elegancia la actual crisis con los países del Grupo Visegrád. Invitó explícitamente a otros países del este a entrar en la zona Schengen y al euro, y evitó el escarnio público contra Polonia y Hungría por sus deficiencias en cuanto al Estado de derecho.
Eso puede ser políticamente sabio, pero obvia el conflicto que la Comisión y los gobiernos de la UE tienen que afrontar con los disidentes. Una amarga discusión que no coincide precisamente con esa imagen positiva del futuro de Europa de la que hablaba Juncker. Al final habrá que afrontar ese conflicto y no barrerlo bajo la alfombra. Además, tiene un gran potencial de destrucción.
Postura clara ante Turquía
Con su negativa a la membresía de Turquía en la UE, el líder de la Comisión dijo lo que piensa una mayoría en Europa. Utilizó palabras claras y exigió la liberación de los periodistas detenidos y el final de los vergonzosos agravios dirigidos a los gobiernos europeos.
Al mismo tiempo, Juncker no quiere dar a Erdogan pretexts para culpar a la UE de una ruptura de las conversaciones. La mano sigue tendida para los demócratas del país, fue el mensaje. Y las negociaciones para su entrada segurán donde están: congeladas. No hay lugar para hablar de ruptura tal y como frecuentenme se exige en la campaña electoral alemana. La mayoría de países europeos prefiere la línea diplomática, aunque los ataques de Turquía al Estado de derecho sean insoportables a la luz de los valores europeos.
Juntos en un gran viaje
Así fue el discurso que dio y quiso dar la razón a muchas personas. Hubo ofertas en todas las direcciones: protección de los inversores contra China para el presidente Macron, alabanzas y apoyo a Italia por la crisis de los refugiados, ayuda a África, y un paquete de medidas para fortalecer la UE. Entre ellas, una especie de FBI europeo y la coordinación de las oficinas presidenciales de toda Europa.
Aunque esa idea sea básicamente correcta, es probable que algunas de estas medidas fracasen en los respectivos gobiernos de la UE. El "brexit" obliga a Europa a unirse y sirve también para que generar más conciencia sobre su valor. La UE debería aprovechar la buena situación económica y su margen de actuación política para aplicar las reformas necesarias. Porque, como todo marinero sabe, después de las buenas rachas de viento vendrá la calma.