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La caída del olimpo
Vie, 18/03/2016 - 09:01

Gabriela Calderón

Cómo Irlanda sale de la recesión
Gabriela Calderón

Editora de ElCato.org y columnista del diario El Universo (Ecuador). Se graduó en 2004 con un título de Ciencias Políticas con concentración en Relaciones Internacionales de la York College of Pennsylvania. Sus artículos han sido reproducidos en otros periódicos de Latinoamérica y España como El Tiempo (Colombia), La Prensa Gráfica (El Salvador), Libertad Digital (España), El Deber (Bolivia), El Universal (Venezuela), entre otros. En 2007 obtuvo su maestría en Comercio y Política Internacional de la George Mason University.

Era 2010 y Time seleccionó como el líder más influyente a Luiz Inácio Lula da Silva, entonces presidente de Brasil. El comentario de dicho reconocimiento lo escribió Michael Moore y dijo: “Cuando los brasileños eligieron por primera vez a Lula, los magnates ladrones revisaron nerviosamente los tanques de combustible en sus jets privados”.

Moore continuó el resto del texto presentando a Lula como un humilde trabajador que cuando era niño limpiaba zapatos, y no mencionó que en 2005 Lula consideró necesaria la compra de un lujoso avión Airbus por US$57 millones para la Presidencia, ni le era posible prever que en 2016 la justicia brasileña lo procesaría por estar implicado en el escándalo de corrupción de lavado de dinero Lava Jato.

2010 era parte de otra época, una en la que muchos en Latinoamérica y en la prensa internacional estaban enamorados de la supuesta nueva política latinoamericana. En gran medida, se trataba de varios gobiernos populistas de izquierda que prometían cosas increíbles y, lo más sorprendente, lo parecían estar cumpliendo.

Era una época en la que a la mayoría de los habitantes de estos países, así como a los observadores extranjeros, no parecía importarles la concentración de poder y recursos que se estaba dando en varios gobiernos de la región. Pero con un conocimiento básico de la Escuela de Opción Pública, se podía prever que la corrupción estallaría.

Uno de los principales exponentes de dicha escuela fue el economista James Buchanan, quien se preguntaba esencialmente. “¿Quién controla a los controladores?”; Buchanan citaba respecto de esto a uno de los padres fundadores de EE.UU., James Madison: “Si todos los hombres fueran ángeles, no necesitaríamos un gobierno. Y si los ángeles fueran los gobernantes, no necesitaríamos controles ni constituciones”. Pero la terca realidad se empecina en mostrarnos que quienes nos gobiernan no son ángeles, son personas comunes y corrientes, sujetas a las mismas tentaciones que el resto de los mortales.

De los postulados básicos de la Escuela de Opción Pública podíamos en cualquier momento durante la última década prever que (1) en el mercado de la política una mayoría circunstancial puede imponerle su voluntad a una minoría, incluso si al hacerlo viola sus derechos fundamentales; (2) conforme crece el tamaño y envergadura del Estado aumentan las oportunidades y los incentivos para cometer actos de corrupción, dado que los políticos y burócratas ofrecen privilegios que son ávidamente buscados por actores privados; y (3) a los políticos les conviene gastar una bonanza sin subir los impuestos, creando así un sistema clientelar que les asegure una concentración todavía mayor de poder (y recursos). Además, podíamos prever que (4) muchos intelectuales actúan como si estuvieran aconsejando a un “déspota benévolo”, ingenuamente proponiendo que se le entreguen poderes dictatoriales a personas que supuestamente no los usarán para beneficio personal.

La Escuela de Opción Pública propone ver la política sin romanticismos, sin ser ingenuos. Afortunadamente, en 2016 ya contamos con las ampliamente difundidas revelaciones de corrupción y abuso de poder acerca de los Kirchner, del expresidente Martinelli, del chavismo, de Evo Morales y ahora hasta del otrora patrón santo de la izquierda moderada: Lula. La caída del olimpo no sería tan dura si no fuera porque los ponen en un pedestal tan alto y con tanto poder en las manos.

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