Miles de tractores bloquean los accesos de varias ciudades y de lugares turísticos emblemáticos de Francia, como el Monte Saint-Michel; derrame de toneladas de excrementos bovinos frente a varios edificios estatales y sobre todo una sensación de desesperanza tan profunda, que la propuesta del gobierno, un plan de ayuda que suma 600 millones de euros, no parece calmar la ira de los miles de ganaderos franceses que por estos días sacuden al país en plenas vacaciones de verano.
Los ganaderos gritan: "no aguantamos más". Y el primer ministro francés Manuel Valls asiente, confesando frente al Parlamento que entiende "la angustia de los ganaderos". Su nivel de endeudamiento alcanza cifras récord y no ven salida a su creciente empobrecimiento, ya que hace meses venden a pérdidas. Producir carne hoy día en Francia no es una actividad rentable.
¿Tiene un futuro este sector y, aún más, la agricultura francesa? La pregunta es de suma importancia no solamente para el devenir de los manifestantes, sino también para el gobierno, porque el sector de la carne representa un peso considerable en la economía francesa. Muchos olvidan que la alimentación, es decir la agricultura, constituye una ventaja considerable en las relaciones internacionales. Ni hablar de su peso histórico. Francia ha sido considerada desde siempre "el granero de Europa". Según las cifras publicadas por el ministerio de agricultura galo en su sitio web, Francia sigue siendo la primera potencia agrícola europea. En 2013, la producción agrícola del país representó el 19% de la producción (en valor) de la Unión Europea, con un valor total de 75 mil millones de euros. En tanto, su exportación alcanzó 60 mil millones de euros ese mismo año. Cifras que siguen in crescendo, mientras el número de agricultores se reduce de manera continua desde hace más de un siglo. Una productividad bestial.
Actualmente, los trabajadores de la tierra, símbolo de una Francia próspera y eterna ("feliz como Dios en Francia", dice un dicho alemán), representan apenas el 3,3% de los empleos nacionales. Pero frente al malestar de sus agricultores, el gobierno francés no puede hacer mucho (salvo tomar medidas de urgencia), porque las verdaderas decisiones sobre el tema se toman, en realidad, a nivel europeo y son competencia de la PAC (Política Agrícola Común).
¿Qué es la PAC? La PAC, la Política Agrícola Común, fue creada por el Tratado de Roma de 1957. Mismo tratado que dio vida a la Comunidad Económica Europea. El fundamento original fue remediar la penuria alimentaria que azotaba a Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Y asegurar a los agricultores, ingresos estables y decentes. Otros objetivos fueron estabilizar los mercados, asegurar precios razonables para los consumidores y garantizar los abastecimientos (50 mil millones de euros para el periodo 2014-2020). Sus resultados fueron elocuentes y convirtieron a Europa en potencia alimenticia y agrícola a nivel mundial. Hoy esta política comunitaria representa el 40% del presupuesto de la UE (375 mil millones de euros entre 2014 y 2020) y Francia, su más ferviente defensor, es el Estado miembro que más recibe dinero (50 mil millones de euros para el periodo 2014-2020). Por muchos años la PAC ha sido vista como una política protectora y un marco beneficioso. Actualmente, los agricultores franceses que se manifiestan la consideran más como una amenaza. Pero, no sólo ellos. A lo largo de su existencia, la PAC ha experimentado varias reformas (1992, 1999 y 2013) que hacen que hoy vacile entre una lógica productivista y otra postproductivista.
Una guerra entre dos visiones de la agricultura. Lo que revelan estas protestas es un debate mucho más profundo que la simple realidad francesa y que trasciende fronteras. Por un lado se encuentran los partidarios de una agricultura productivista e industrializada. Los manifestantes franceses reclaman más subsidios para poder sobrevivir en un sistema que promueve la sobreproducción y favorece el hiperconsumo. Lamentablemente, en este cuadro los ganaderos seguirán perdiendo. Son productores y la lógica ahí es que los intermediarios o distribuidores (supermercados) seguirán presionándolos, logrando bajar los precios de compra para mejorar su margen comercial. Un círculo vicioso que, además, ha favorecido la multiplicación de escándalos sanitarios en Francia (como el "caso Spanghero" en 2013) y Europa. Caídos en su propia trampa.
Por otra parte, existen cada vez más agricultores que promueven otra lógica: "producir para alimentar en lugar de producir por producir". Promueven una agricultura que busca favorecer el desarrollo local, la autonomía del agricultor, la responsabilidad, una mayor colaboración y respeto entre productores, proveedores y distribuidores.
La dificultad es que la PAC trata de satisfacer a todos a costo de perder una dirección clara. Por una parte sigue subvencionando preferentemente a las grandes explotaciones agrícolas, y por otro lado dedica el 25% de su presupuesto a favorecer el desarrollo rural, el respeto del medio ambiente y la seguridad sanitaria. "Tratar de contentar a todos significa, en definitiva, no querer contentar a nadie", dice un refrán francés.
¿Qué necesita Europa? ¿Una PAC, que sería una copia del Farm Bill (adoptado en 2014) estadounidense, dedicada en favorecer el proteccionismo y el productivismo? Este texto defendido por Barack Obama es una política a corto plazo, es decir devastadora: defiende los intereses de una minoría (las grandes empresas agroalimentarias) y no busca soluciones satisfactorias acorde a las necesidades de la mayoría de los agricultores y ciudadanos. Los retos actuales de la agricultura, urgentes y con consecuencias globales y a largo plazo son otros: calentamiento global, alimentos industriales de pésima calidad, empobrecimiento de los agricultores independientes, desaparición de las comunidades indígenas (basadas en la agricultura autosuficiente) o Agricultura Familiar y degradación de nuestra biodiversidad.
*Esta columna fue publicada originalmente en la revista Panorámica Latinoamericana.