Probablemente, en los próximos días el gobierno cierre definitivamente el conflicto con los holdouts, una medida que implicará que, después de casi 15 años, la Argentina finalmente dejará atrás una de las peores decisiones que ha tomado en su historia: el festejado default de 2001.
Es un gran logro del gobierno de Mauricio Macri, lo celebro y aplaudo. Pero cuando digo festejado, no sólo recuerdo al Congreso de la Nación de pie patéticamente sonriendo y aplaudiendo la decisión, sino que gran parte de la ciudadanía por entonces, también celebraba el no pago de la deuda sin comprender lo que se le vendría en consecuencia. Sin embargo, parecería que ahora las cosas están cambiando. Parecería que una fracción de los que antes apoyaban el no al pago a los holdouts están más permisivos en estos días, lo cual denota a una sociedad extremadamente pendular y políticamente muy procíclica.
Twitteaba en mi cuenta lo siguiente...
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He visto muchas marchas contra el pago de deuda, pero no recuerdo jamás haber visto una en donde la ciudadanía se expresara respecto a la verdadera raíz del problema: el NO al déficit fiscal. Nunca he visto una marcha contra el déficit y la emisión monetaria o default eventual que el mismo genera.
El argentino estúpido no entiende que para defaultear primero hay que gastar de más; al argentino estúpido le gusta gastar en exceso pero no se banca el ajuste; el argentino estúpido convalida un lustro de déficit fiscal financiado con emisión monetaria sin chistar y nunca sabe cuándo exigir el freno. No seamos tan estúpidos: que el default anterior nos enseñe algo y exijamos reestructuración fiscal rápida antes del festival de deuda que probablemente se venga. Al argentino estúpido le recuerdo: no hay deuda sin déficit.
Con un gobierno que aparentemente encarará una reestructuración fiscal en peligrosa cámara lenta, el endeudamiento en moneda será probablemente la válvula de escape. Es altamente probable que en los próximos tres años observemos un festival de deuda nacional y provincial emitida en moneda extranjera.
Wall Street ya nos está pintando como la próxima nena bonita de emergentes. Es este mismo Wall Street el que nos “shorteó” a morir en 2001 y dos años atrás elogiaba a Brasil cuando hoy lo está vendiendo mientras arma longs en Argentina. Atención porque será este mismo Wall Street el que quizá en tres años si a la Argentina no le cierran las cuentas la “shortée” para rearmar su long en Brasil. Así son, a eso se dedican. Wall Street es una fábrica de invención de historietas y hoy nos toca la buena: decidieron hablar bien de nosotros. Y en este contexto escucho mucho muñeco sugiriendo que los US$15.000 millones de nueva deuda saldrán por debajo del 7%, algo que, en mi opinión, es imposible. Argentina saturará la curva entre cinco y diez años y si bien puede irse a rendir 5,50% no lo hará en la emisión de los nuevos bonos.
El gradualismo fiscal que aparentemente escogió el presidente Macri requerirá a la deuda como principal financiador no inflacionario de los próximos años. Y es en este punto, cuando el festival de deuda aún no ha comenzado y en el cual remarco lo inconsistentes que somos los argentinos a la hora de convalidar políticas de Estado.
Está muy bien apoyar al nuevo presidente, su desafío dada la situación inicial de donde hereda al país es enorme, pero una cosa es apoyarlo y otra muy distinta es volver a caer en el error de la condescendencia absurda tan frecuente entre nosotros. Como ciudadanos, tenemos la responsabilidad de exigirle a este gobierno que la emisión de deuda nueva no sea utilizada para financiar gasto corriente. Como sociedad siempre hemos sido muy permisivos cuando el viento está a favor y muy extremos cuando las cosas cambian.
La bienvenida y en mi caso, celebrada salida definitiva del default debería recordamos que los argentinos solemos ser muy capitalistas a la hora de emitir deuda y muy marxistas a la hora de pagarlas en una especie de reacción adolescente respecto a las responsabilidades asumidas como Nación.
Sin disciplina fiscal no hay deuda sustentable, el déficit ha sido el gran responsable del default anterior. Esta nueva ventana de emisión a escala de deuda nacional y provincial que probablemente ocurra en los próximos años debería -a diferencia de otros periodos de nuestra historia democrática reciente- obligarnos a un cambio de actitud. Deberíamos desde el primer instante en donde el fin del default sea anunciado exigir que toda deuda nueva sea contraída sólo para la construcción de bienes con capacidad de repago y no para la financiación de gasto corriente a menos, que esto último sea utilizado en el cortísimo plazo como cushion social y contra la promesa de reestructuración fiscal. Si queremos hacer una marcha propongo ésta: “por cada dólar de reducción de déficit, te permito un dólar de emisión de deuda”. Yo me anoto.
Espero que con la emisión de deuda en moneda extranjera a condiciones de mercado, Macri se anime a adoptar una estrategia mucho más agresiva en la reestructuración fiscal que necesariamente deberá hacerse. La deuda es la carta de póker que le faltaba al actual presidente, y en unos días seguramente la tendrá disponible. Espero que, como sociedad, esta vez estemos a la altura de la circunstancia y que apoyemos con un sentido crítico y recordando que todo experimento de endeudamiento masivo siempre terminó mal en la Argentina por una sencilla razón: el gran ausente fue la disciplina fiscal. Entonces, si vamos a ser capitalistas en la emisión de deuda sentemos las bases también para ser capitalistas a la hora de pagarla. Nadie nos obligará a emitir deuda, guardémonos entonces la inaceptable respuesta de “no quiero pagar” cuando llegue el vencimiento de los bonos.
Argentina hoy rinde sobre el 7%, es altamente probable que en los próximos doce a 18 meses la curva soberana comprima 150 puntos básicos de spread llevándola en promedio al 5,50%, bienvenido sea al mismo tiempo que me pido y les pido a todos que no seamos condescendientes y políticamente procíclicos como en otras instancias del pasado. Que la salida de este default nos haya enseñado algo de una vez por todas.
Apoyemos al actual gobierno recordando que es más fácil endeudarse que ajustar, si el gradualismo es uno sin cambios estructurales financiado con deuda, critiquémoslo antes de que esto vuelva a ser un viejo problema argentino. Y al Congreso le pregunto: ¿se animarán alguna vez a aplaudir de pie y sonriendo una masiva restructuración hacia la eficiencia fiscal, tal como lo hicieron cuando defaulteamos en diciembre del 2001?
*Esta columna fue publicada originalmente en Sala de Inversión.