Durante la espera de resultados y prácticamente toda la jornada electoral del 7-O, en Venezuela, pude constatar algo asombroso: la cantidad inmensa de viudos y viudas de la Guerra Fría que hay en nuestra región. Estaban ahí, reproduciendo cuanto rumor disparatado circulaba en las redes sociales y agregando, cómo no, de su propia cosecha. Chocante cómo usaron, con total ignorancia y liviandad, la palabra “tiranía”. Y hablo no solo de troles enfermizos, sino de “analistas serios”, abogados que intervienen en foros de debate en sus respectivos países.
Nuevamente se ha confirmado lo que sostiene el politólogo Javier Corrales: en Venezuela impera un régimen híbrido que mantiene ciertas formalidades democráticas, manipulando el proceso en su conjunto con una combinación de provocaciones e intervenciones como el gasto fiscal clientelista. Eso, sumado al carisma personal, a las políticas redistributivas y a una sumatoria de torpezas opositoras, le ha permitido a Hugo Chávez gobernar durante casi 14 años.
Como lo reconoció el propio Henrique Capriles en su sobria alocución tras los primeros resultados oficiales, una de esas formalidades que el régimen híbrido sigue respetando es el proceso electoral. Es cierto que la intervención de Chávez por cadena nacional tuvo el sello inequívoco del intervencionismo, pero a partir de entonces, desde la votación misma hasta el escrutinio y la entrega de resultados, el sistema y sus actores operaron de forma impecable. Queda por ver si está preparado para la alternancia, la verdadera prueba.
Y en el otro extremo, el de lo impresentable: parlamentarios de derecha chilenos vertiendo comentarios racistas por twitter, o haciendo show mediático delante de la embajada venezolana en Santiago para “apoyar” a los venezolanos que sufragan en el extranjero, derecho que esos mismos diputados le niegan a sus conciudadanos.
Los números parecen inimpugnables y abren un nuevo tiempo político en Venezuela: 7,4 millones de votos para Chávez, apenas por encima de su techo de 2006, y 6,1 millones para Capriles, récord absoluto para la oposición. El caudillo híbrido movilizó a todos y cada uno de sus hombres y mujeres, mientras que el nuevo líder opositor logró calar en el corazón de los apáticos y ganar una masa crítica de adherentes. El escenario para el oficialismo en las próximas parlamentarias ya no es un paseo y cabe preguntarse si podrá ganarlas solo recurriendo al pensamiento mágico (como lo bautizó el gran periodista venezolano Boris Muñoz) y el martirologio católico adoptado por el caudillo durante su enfermedad.
Tanto Chávez como Capriles apelan a Dios y a la religión católica, lo que resulta complicado. Y ambos, qué duda cabe, aman a su país. Respecto de la polarización de Venezuela, de la que tanto se ha hablado: puede que no sea mayor que la de Estados Unidos, donde el sistema electoral es bastante más arcaico.