Los argentinos exigen el término de la corrupción y el funcionamiento transparente de las instituciones. Sin duda este es un asunto prioritario y no sólo en Argentina, sino también en Chile y toda América latina. Pero lo primero es no morirse de hambre. Y el presidente Mauricio Macri fue derrotado de forma aplastante, porque condujo a la miseria al pueblo argentino: aumentó la pobreza y la indigencia, generó una inflación galopante, elevó las tarifas y redujo los salarios reales de trabajadores y pensionados. Y, en cambio, enriqueció al capital financiero nacional e internacional.
La oferta de Macri a los argentinos, al igual que la del presidente Sebastián Piñera a los chilenos, había sido el crecimiento económico. Fracasó en su intento. Según el analista Alfredo Zaiat, el saldo del producto per cápita del periodo macrista será uno de los más negativos desde la recuperación de la democracia. Estima, con optimismo, una caída del 10%, sólo comparable a los periodos de Alfonsín y De La Rúa, también de gran crisis económica (Página 12, 08-12- 2018).
El pueblo ha perdido, pero ¿quién ha ganado con el modelo económico macrista?
El ganador ha sido el sector financiero, que ha multiplicado con creces sus ganancias. La política monetaria ha promovido una bicicleta financiera. Quien tiene recursos en Argentina, y especialmente los especuladores internacionales, compran letras del Banco Central (Lebac) y se benefician de su elevadas tasas de interés; obtienen una ganancia extraordinaria y, gracias a la nueva libertad cambiaria, se llevan los dólares fuera del país.
Según el gobierno, la política monetaria de altas tasas de interés busca frenar los precios mediante la reducción del dinero circulante. La realidad ha sido otra. La inflación se ha convertido en galopante, mientras que la especulación financiera ha frenado toda inversión productiva. Es negocio redondo comprar letras al Banco Central antes que invertir en una actividad industrial.
Los capitales golondrina están entrando y saliendo de Argentina aceleradamente con una ganancia extraordinaria, que no se consigue en ningún otro lugar del mundo. El pueblo y el Estado pagan a los especuladores con endeudamiento. En efecto, la inmensa deuda contraída con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el fin del cepo cambiario no han servido para aliviar la vida de los argentinos y recuperar la actividad económica, sino que han permitido a los especuladores obtener los dólares que han descapitalizado a la Argentina en los años del macrismo.
Así las cosas, los compromisos con el FMI han llevado a un inédito e impagable endeudamiento externo, de US$ 280 mil millones, mientras cae la producción y el tipo de cambio, y la tasa de inflación aumentan sin cesar.
También han ganado las empresas de servicios públicos. Según el Centro de Estudios de Política Argentina (CEPA), el indolente aumento de precios entre 2015 y 2018 del gas (3000%), electricidad (2136%), agua (515%) y transporte (332%) supera con creces los salarios de los trabajadores y los ingresos de las pymes. Este ha sido un golpe brutal al poder adquisitivo de los trabajadores y sobre la actividad productiva del país.
Al mismo tiempo, el incremento del costo del crédito, consecuencia de la política monetaria de altas tasas de interés y la apertura indiscriminada de las importaciones, ha resultado en un quiebre masivo de las pequeñas empresas. Este es probablemente el indicador más evidente del brutal impacto de la política económica macrista sobre el aparato productivo y el empleo.
En tercer lugar, la política económica macrista ha beneficiado a los exportadores agropecuarios y mineros mediante la reducción de las retenciones (impuestos) lo que, junto a la caída de la actividad económica, ha dado por resultado la disminución de los ingresos tributarios.
En suma, las devaluaciones, la eliminación de impuestos a los exportadores, el aumento de las tarifas y el endeudamiento ha significado una extracción de recursos de los trabajadores, jubilados, clases medias y pequeños empresarios, y de ellos se han apropiado el sector financiero, las empresas de servicios públicos y los exportadores. Al reducirse los ingresos de los asalariados y pymes, se ha contraído el consumo y la demanda en general, lo que achica el mercado y reduce la actividad productiva y el empleo.
En consecuencia, el pésimo resultado electoral del macrismo, el pasado 11 de agosto, se explica, en gran medida, por el desastre económico y la tragedia social de sus años de gobierno. Las hermosas callecitas de Buenos Aires se encuentran hoy día plagadas de mendigos, mientras la banca, los dueños de las empresas de servicios públicos, los exportadores agropecuarios y los especuladores financieros se han enriquecido hasta el cansancio.
Tampoco ayudó a Macri una campaña electoral centrada en el miedo y la polarización extrema, que sostenía que Alberto Fernández convertiría a la Argentina en otra Venezuela. Su credibilidad se vino al suelo y los 15 puntos porcentuales que lo separaron del candidato peronista lo ponen en evidencia.
El triunfador de las primarias, Alberto Fernández, había sido el jefe de gabinete de Néstor Kirchner, pero posteriormente, en 2010, se separa de Cristina. Sus diferencias fueron manifiestas sobre Venezuela, el cepo cambiario, la ley de medios y sobre la democratización de la justicia. Se unió entonces a Sergio Massa, cabeza del Frente Renovador, ubicado en el centro peronista.
Después de largos años de distanciamiento, Cristina Kirchner propuso la fórmula presidencial encabezada por Alberto Fernández y ella como vice. Cristina le dijo a Fernández "tú unes, yo divido", en una suerte de autocrítica respecto de su gestión pasada. Comprendió que el apoyo que recibe de la ciudadanía, aunque considerable, resulta insuficiente para impulsar un gobierno de mayoría nacional.
La candidatura presidencial de Alberto Fernández ha reconquistado al peronismo de centro, aglutinado en la formación de Massa; probablemente, a mediano plazo, intentará reunir al federalismo que encabezó a Roberto Lavagna, y que obtuvo el tercer lugar en las primarias.
El acuerdo de centro izquierda en el peronismo fue determinante en las primarias. Y lo seguirá siendo cuando Fernández asuma la presidencia, porque sólo una amplia mayoría nacional podrá superar la debacle a que ha conducido el macrismo. Gobernar una Argentina empobrecida, descapitalizada y endeudada no será fácil. Desempleados, jubilados y pequeños empresarios exigirán recuperar sus derechos expropiados por el macrismo. El esfuerzo será de envergadura mayor.
Pero, además, el peronismo, y Fernández, en particular, tendrán que ser capaces de resolver un problema mayor: el flagelo de la corrupción. Es cierto que ha existido desde hace décadas en Argentina, pero se hizo muy evidente durante los gobiernos kirchneristas. Varias autoridades y asesores de esos gobiernos, y la misma Cristina, se encuentran investigados por actos de cohecho, así como por enriquecimiento ilícito.
Los ciudadanos argentinos quieren el término de la corrupción y exigen el funcionamiento transparente de sus instituciones. Esta debe ser una tarea ineludible del gobierno de Alberto Fernández. Junto a la exigencia ética, el término de la corrupción es un requisito indispensable para la recuperación económica y el progreso social de Argentina.