Continúa la erosión de la democracia en Turquía. El presidente Recep Tayyip Erdogan ha conseguido permanecer en el poder desde 2003, ya sea con el título de primer ministro o con el de Presidente, siempre acrecentando su poder unipersonal hasta el grado de ser hoy la figura mayormente responsable de la decadencia de las instituciones y de las prácticas que le habían brindado en el pasado a Turquía la calificación de ser una democracia bastante aceptable y con posibilidades de integrarse a la Unión Europea.
Sobre todo tras el fallido golpe de Estado de julio de 2016, atribuido por Erdogan a una conspiración armada por el predicador turco Fethullah Gülen, residente en Estados Unidos desde hace años, la represión y la violación de derechos humanos han cobrado proporciones alarmantes. Más de 50 mil personas han sido arrestadas desde entonces bajo acusaciones de tener algo que ver con la mencionada intentona golpista, siendo la libertad de expresión una más de las víctimas al haberse desatado una real cacería de brujas contra periodistas y escritores que de alguna manera han cuestionado la política oficial.
Eso ha hecho que Turquía tenga en la actualidad el primer lugar en cantidad de periodistas encarcelados —con al menos 100 tras las rejas de acuerdo a Reporteros sin Fronteras— y que ocupe el lugar 155 de 188 en el Índice Mundial de Libertad de Prensa. Docenas de periódicos han sido clausurados, al tiempo que los medios de comunicación electrónica actúan con extrema cautela y se autocensuran debido a la guillotina que pende sobre sus cabezas si traspasan ciertos límites. Sobre todo cualquier apoyo a militantes de la causa kurda o la crítica a decisiones gubernamentales, son plausibles de ser sancionados con severidad tal que pocos se atreven ya a arriesgarse.
Y no es para menos. Hace pocos días se dictó cadena perpetua en confinamiento solitario contra seis personas, tres de ellos prominentes periodistas, acusados de haber participado en el golpe de Estado de 2016. Para las docenas de periodistas encarcelados que aún esperan su juicio, ésta ha sido una noticia devastadora, ya que anuncia lo que tal vez les espera también a ellos. Los próximos en ser juzgados el 9 de marzo, serán 17 periodistas y empleados del periódico Cumhuriyet, uno de los más antiguos y críticos órganos de prensa del país, el cual ha sufrido golpes devastadores a raíz de la escalada represiva de parte del régimen. Defensores de derechos humanos han señalado que el gobierno está tomando decisiones por decreto, mientras que los jueces están actuando con extrema dureza, amparados por el estado de emergencia impuesto tras el fallido golpe.
La única excepción a ese estado de cosas ha sido la reciente liberación del periodista Deniz Yucel, acusado de ser agente terrorista, pero quien tiene la fortuna de contar con la doble nacionalidad turco-alemana y por tanto recibió un apoyo decidido del gobierno germano, el cual presionó duramente a lo largo de meses a Erdogan. Un triunfo de la diplomacia de la canciller alemana,
Angela Merkel, ciertamente.
Todo esto representa sin duda una de las caras más lamentables de la vida política turca dirigida hoy con mano de hierro por un presidente que maniobra a fin de ejercer un proyecto totalitario dentro del cual, entre otras cosas, los derechos de las nutridas minorías que residen en Turquía son considerados amenazantes. De ahí los recientes y letales ataques del ejército turco a la zona noroeste de Siria contra la guerrilla kurdo-siria ahí asentada, ya que en el tablero de ajedrez de Erdogan, cualquier factor, interno o externo, capaz de significarle un escollo, merece ser eliminado al costo que sea.
*Esta columna fue publicada originalmente en Excélsior.com.mx.