La reconocida consultora británica Quac-quarelli Symonds (QS) presentó recientemente la evaluación para 2011-2012 de las universidades latinoamericanas y de las mejores universidades a escala mundial (QS World Ranking Universities 2011-2012).
El análisis de esta jerarquización de universidades se fundamenta no sólo en la calidad académica de las instituciones, sino igualmente en su capacidad para responder a las nuevas realidades, generadas por la sociedad de la información y el conocimiento que se está configurando en el proceso de la globalización contemporánea.
En la clasificación, que agrupa a las 250 universidades más reconocidas de América Latina, se destaca el liderazgo de Brasil con la Universidad de Sao Paulo como la mejor de la región y la Universidad Estatal de Campinas, como tercera en la lista, posicionándose la Pontificia Universidad Católica de Chile en el segundo lugar.
De las universidades venezolanas, la Universidad Central de Venezuela (UCV) aparece en el puesto 33, la Simón Bolívar en el 35, la Universidad de los Andes en el 65, y de las privadas, solo la Universidad Católica Andrés Bello (Ucab) y la Universidad Metropolitana destacan en los lugares 81 y 91, respectivamente.
El tema preocupante surge cuando observamos que en la evaluación mundial (QS) que incluye a 300 universidades del planeta, solo seis latinoamericanas son clasificadas, pero a los niveles bajos de ese ranking: Universidad de Sao Paulo (169), Autónoma de México (169), Campiña de Brasil (235), Católica de Chile (250), la de Chile (262) y la de Buenos Aires (270).
Ese ránking demuestra el rezago que tiene Latinoamérica en su sistema de educación superior y el avance importante que han logrado países que hace seis décadas estaban sumidos en la miseria como Corea del Sur que tiene tres de sus universidades entre las 100 primeras del mundo, la Seúl National University, en el puesto 42, el Advance Institute of Science & Technologie (90) y la Pohang University (98); igualmente el caso de Singapur, con la Universidad Nacional en el nivel 28 y la Nanyang Technology University, en el lugar 58.
Cabe destacar que estos dos son países han alcanzado relevantes niveles de desarrollo, colocándose entre las potencias mundiales en ciencia y tecnología, lo que corrobora la estrecha vinculación entre la educación superior de excelencia y el desarrollo económico.
Singapur, con una extensión menor que el Distrito Metropolitano de Caracas y una población de apenas 5 millones de habitantes, es el cuarto centro financiero mas importante del mundo y tiene un PIB per capita de US$52.000, el 9° mas elevado del planeta y cuatro veces mayor que el de Venezuela. Con una educación de excelencia y globalizada y un gran impulso a la ciencia y tecnología, Singapur ha sabido responder con sus universidades a la demanda de las nuevas realidades mundiales y ha pasado del tercer mundo al primero en apenas cuatro décadas.
Igualmente Corea del Sur tiene uno de los sistemas educativos más innovadores, igualitarios y de calidad a escala planetaria, y mientras que en 2008 este país registró más de 80 mil patentes, en Latinoamérica el país que más registró inventos fue Brasil con sólo 582. Al igual que Singapur las universidades coreanas del Sur también están insertándose en la postmodernidad, por ello, esa nación ocupa actualmente el lugar 31 entre los países de mayor PIB per capita y el número 12 en el grupo de los 20 países de mayor desarrollo humano.
Todas estas evidencias demuestran la importancia de una educación superior de calidad y de los cambios hacia la postmodernidad que deben realizar las universidades para impulsar un desarrollo sostenido e inclusivo en sus países.
La universidad postmoderna debe realizar transformaciones hacia lo que expertos denominan como la universidad de tercera generación, con un modelo didáctico constructivista y cambios de orientación que acentúen la investigación aplicada, las alianzas con los sectores productivos y la búsqueda de nuevas fuentes de financiamiento institucional, con propósitos de promover el conocimiento, el emprendimiento y la incubación de empresas, igualmente como fuentes de generación de ingresos propios; y también para incorporarse activamente y con visión global en el contexto de la sociedad de la información y el conocimiento, asumiendo una gestión institucional eficiente, pero con criterios de servicio público y promoviendo el compromiso cívico y la responsabilidad social, sustentados en una pedagogía de valores y cultura de paz.
La universidad latinoamericana está lejos de alcanzar aún este modelo de la universidad del siglo XXI y, en gran medida, ello se corresponde con el pobre nivel de desarrollo de la región.
En el caso venezolano, se ha hecho un esfuerzo populista de masificación de la educación superior, con criterios ideologizantes y sin las adecuadas políticas para asegurar una educación de calidad.
Por ello, el gran reto que tiene el país es impulsar los cambios requeridos para que las universidades, en pleno ejercicio de su autonomía, logren esa educación de excelencia y abierta a los contactos globales, que es imprescindible para romper con las perversidades de la cultura rentista y populista e impulsar un desarrollo productivo, con sentido solidario y sostenible frente a las demandas de la postmodernidad.
*Esta columna fue publicada originalmente en El Mundo.com.ve.