El día del referendo sobre la nueva Constitución cubana me topé con un hombre que sudaba a mares en una esquina cerca de mi casa en La Habana. "¿Sabe si en este barrio están vendiendo aceite?", me preguntó con desespero. "Es que vengo caminando desde lejísimo y en ninguna tienda hay", agregó.
Horas después, la Carta Magna era aprobada por una amplia mayoría pero la carestía de alimentos y el malestar ciudadano dejaban también su huella en las urnas.
El nuevo texto fue respaldado por el 73,3% de los votantes inscritos en el padrón electoral, una cifra bien alejada del 97,7% de votos por el Sí que confirmaron en 1976 la Constitución anterior. En cuatro décadas, aquella aparente unanimidad se resquebrajó y un número significativo de cubanos superó el miedo y mostró en público su inconformidad.
En el proceso del domingo, más de 2,5 millones de personas se desmarcaron de la propuesta oficial a través del voto por el No, la abstención y las boletas anuladas o en blanco. Un hecho inédito en la historia cubana de las últimas seis décadas.
En un país donde el temor a ser observado, hasta en el interior del cubículo de votación, empuja a muchos a votar por el Sí, la cifra de personas que no ratificaron la nueva "hoja de ruta" legal es un mensaje directo a la Plaza de la Revolución, que siempre ha intentado mostrarse como representante de "todos los cubanos".
Ahora, tendrá que llevar los destinos de la nación sabiendo que más del 26% del padrón electoral no se siente incluida en la ley de leyes. No obstante, a pesar de que los números de ratificación no son todo lo favorable que el oficialismo necesita, haber obtenido un amplio margen en la votación de este domingo le insufla nuevos bríos y le ofrece un plazo de tiempo para concretar la transición de la generación histórica al nuevo liderazgo, más joven, pero comprometido con la continuidad ideológica y política.
La figura de Miguel Díaz-Canel sale fortalecida, pero también adquiere nuevas responsabilidades. Ahora tendrá que gobernar para una porción de la población que aprueba el modelo y para otra que lo rechaza o le resulta indiferente.
Los votantes por el No superan en número a los militantes del Partido Comunista, que según la Constitución es la fuerza rectora de la sociedad. De tener una representación en la Asamblea Nacional, estos más de 700.000 ciudadanos podrían hacer escuchar su voz y si se les ocurre unirse alrededor de una iniciativa de cambio de leyes o modificaciones constitucionales, también lograrían un fuerte pulso con el Gobierno.
Ahora saben que junto a los que anularon la boleta o no fueron a las urnas no son cientos ni unos pocos miles, sino más de dos millones. En los próximos meses el oficialismo comenzará la implementación de las leyes que permitan poner en práctica los artículos de la nueva Carta Magna.
En ese tiempo cabe esperar un aumento de la emigración entre los inconformes que ven en la ratificación del texto una señal de que nada cambiará a corto plazo.
En Centroamérica, un número creciente de cubanos se acumula en las fronteras con Panamá y Costa Rica a la espera de cruzar y dirigirse hacia Estados Unidos. Una nueva crisis migratoria está en ciernes. Son aquellos que "votaron con los pies", los que rechazaron la Constitución de una manera clara y directa: escapando.