El panorama político italiano se complica después de las elecciones. La posibilidad de formar un gobierno estable es muy poco probable y en la Unión Europea suenan las alarmas porque la falta de gobernabilidad en Italia es mucho más preocupante que la griega.
Italia es parte del G8 –el club de los poderosos países desarrollados- y la incertidumbre o la posibilidad de una salida del euro como respuesta a la crisis podría profundizar la crisis europea. El experimento de colocar a un “técnico” como Mario Monti al frente del país, por más de un año, sirvió para poco y no logró adhesión popular. Al momento de votar, menos del 10% apoyó al primer ministro que proponía profundizar los planes de ajuste, mientras que Beppe Grillo y su movimiento “5 stelle” (5 estrellas) superó el 25% de los votos.
Por otra parte, los dos principales partidos perdieron casi 9 millones de votos y Grillo no es la primera fuerza política en la Cámara de diputados, sólo porque el Partido Democrático de centro izquierda y el Pueblo de la Libertad de Berlusconi formaron coaliciones que les permitieron obtener más votos y más escaños. Aunque Grillo es presentado como la “antipolítica”, en realidad su discurso poco tiene que ver con un nihilismo antisistema. Sus reivindicaciones giran en torno de la legalidad, la moralidad, la sobriedad de la política y las cuestiones sociales, consignas básicas que –en principio- casi todos los partidos podrían aceptar si es que no fuera que durante años hicieron lo contrario a lo que pregonan.
Ahora comienza la aritmética de las alianzas posibles, sea para gobernar por un tiempo y llevar adelante algunas reformas que incluyan el sistema electoral, sea para pregonar la “estabilidad” que pretenden los famosos “mercados” que no necesitan del voto para imponer su voluntad.
Es verdad que desde el punto de vista de la participación institucional en el Parlamento el movimiento de Grillo es una incógnita. Nadie sabe cómo actuarán sus más de 100 diputados sin experiencia parlamentaria; si negociarán al mejor estilo de los partidos tradicionales o se dedicarán a entorpecer cualquier acuerdo pensando que una pronta convocatoria electoral, de aquí a seis meses, los convertirá en la primera fuerza política en las dos cámaras con posibilidades reales de gobernar.
En Alemania miran con desconfianza hacia todo aquello que no se cuadre ante sus imposiciones. En Grecia le temen a Syriza –la coalición de izquierda radical- y en Italia al “éxito de dos payasos”, como dijo despectivamente el líder socialdemócrata alemán, Peer Steinbrück, por Berlusconi y Grillo. Los alemanes no saben muy bien qué hacer frente a los insumisos, pero parece que los italianos no quieren títeres.
*Esta columna fue publicada originalmente en la agencia Télam.