El domingo 26 de mayo, por primera vez en la historia de la democracia colombiana, los candidatos a la presidencia ubicados entre el centro y la izquierda obtuvieron más del 50% de los votos: esa debería ser su interpretación del resultado si está entre quienes creen que hubo un giro a la izquierda en América Latina que ya llegó a su fin y fue sucedido por un giro político de sentido contrario.
Si por esos “giros” (a diestra o siniestra) queremos indicar un cambio en las preferencias ideológicas de una proporción significativa del electorado, tal cosa no parece haber ocurrido. Eso es lo que revela una encuesta realizada desde los años noventa en 18 países de América Latina, conocida como Barómetro de las Américas. Esta pregunta a los encuestados dónde se ubican ideológicamente en una escala que va de cero (extrema izquierda) a 10 (extrema derecha). De un lado, entre un 15 y un 20% de los encuestados no responden la pregunta. De otro, el mayor contingente siempre se ubicó en el centro: se ubicaron entre 5 y 6 en la escala un 35% de los encuestados en 1995 y un 36% en 2016. Además siempre hubo más encuestados que se ubicaban hacia la derecha de la escala que aquellos que se ubicaban hacia la izquierda.
Ahora bien, cuando en otras encuestas se pregunta por preferencias de políticas públicas, representan una proporción significativa aquellos que son partidarios de una intervención del Estado en la economía para, por ejemplo, reducir las desigualdades de riqueza e ingresos. Es decir, políticas públicas que en ocasiones los propios encuestadores identifican con la izquierda. Pero aquí habría que hacer dos atingencias. De un lado, ese tipo de encuestas no se ha llevado a cabo de manera sistemática en un número de años y de países tan extensos como el Barómetro de las Américas. Por ende, no puede establecerse con certeza que el crecimiento electoral de la izquierda en este siglo haya sido producto de un aumento en el respaldo a políticas redistributivas. De otro, algunas de esas políticas redistributivas (como las transferencias condicionadas), fueron adoptadas incluso por gobiernos conservadores.
Aunque no hubo un giro a la izquierda, la proporción de encuestados ubicados en la derecha del espectro político creció de 19%, en 2011, a 28% en 2016. Sin embargo, nuevamente, habría que hacer dos atingencias antes de concluir que existe un giro a la derecha. La primera es que seguimos hablando de una minoría entre los encuestados. La segunda es que, aunque el crecimiento electoral de candidaturas conservadoras de origen evangélico pueda explicar parte de esa tendencia, existe otra explicación plausible: hubo un deterioro en años recientes en la aprobación del desempeño político y económico de algunos gobiernos de izquierda, como consecuencia tanto de problemas de corrupción como del fin del boom de precios de las materias primas.
Es decir, el criterio fundamental con el que los electores juzgan una opción política sería su desempeño en el gobierno y no su orientación ideológica. Eso es lo que sugiere también la reciente elección presidencial en Colombia. En ese país la implosión electoral de la candidatura oficialista explicaría en parte el crecimiento de candidaturas que sólo parecían coincidir en sus críticas al gobierno saliente (es decir, las de Iván Duque y Gustavo Petro).