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Plataformas tecnológicas y empleo en Colombia
Jue, 01/08/2019 - 08:55

Saúl Hernández

Diluvio en Colombia
Saúl Hernández

Analista político y columnista habitual de importantes diarios de Colombia como El Tiempo, El Mundo y El Informador.

Uno de los dirigentes sindicales de los taxistas colombianos decía hace algún tiempo que ellos no podían admitir servicios como Uber porque era como si el dueño de un almacén que paga todos los impuestos tuviera que aguantarse a los vendedores ambulantes ofreciendo productos iguales a mitad de precio en su propia acera.

Y tiene razón. Solo que no parece darse cuenta de que esa es la realidad de una economía con altas tasas de informalidad como la nuestra. Aquí es normal que los negocios legales tengan que competir hasta con verdaderas mafias que se toman el espacio público y ofrecen de todo a precios imbatibles; desde zapatos y vestuario hasta repuestos automotrices, artículos tecnológicos y simples artesanías.

Mención aparte merece el hecho de que las ventas estacionarias han comercializado alimentos desde tiempos inmemoriales, tanto para el consumo inmediato como para llevar, y que en renglones como el de los libros y las películas llevaron a numerosos comerciantes legales a la ruina, vendiendo copias piratas.

No obstante, nunca hemos visto que la reacción de los comerciantes sea ni siquiera similar a la de los taxistas, pues los gremios de transportadores se han ido malacostumbrando a ejercer las vías de hecho para reclamar supuestos derechos, solo porque les es fácil obstaculizar el tránsito y paralizar ciudades enteras hasta que son atendidas sus exigencias.

Comportamiento criminal con el que extorsionan a la sociedad y al Estado, que obstaculiza el desarrollo que traen las nuevas tecnologías. ¿Qué van a hacer los taxistas cuando la tecnología le ponga fin a su función como se cree que sucederá en pocos años gracias a la conducción autónoma? ¿Qué van a hacer los empresarios del transporte cuando el negocio automotriz vire hacia innovadoras formas de alquiler de vehículos? ¿Acaso toda novedad será rechazada a punta de piedra?

El que no se adapte a las nuevas realidades desaparecerá sin atenuantes o conducirá a su entorno a un gran atraso. Hay consenso entre expertos en que una de las profesiones próximas a desaparecer es la de taxista, y que el negocio automotriz será transformado por obra de la economía colaborativa que facilitan las plataformas tecnológicas. Habrá flotas de carros a disposición de cualquiera como sucede hoy con bicicletas públicas o con la plaga mundial de las patinetas eléctricas.

Ya veremos si los taxistas —y los grandes empresarios del ramo— permiten que esos avances lleguen a nuestras ciudades o si les pondrán freno. Es preocupante que ahora se le empiecen a poner talanqueras a emprendimientos tecnológicos como Rappi, justo cuando su éxito la llevó a alcanzar la denominación de «unicornio» por haber superado el precio de cotización de 1.000 millones de dólares que le garantiza un gran apalancamiento en los mercados financieros.

Para sus críticos, el éxito de Rappi se debe a la explotación indebida de sus «asociados», esos miles de mensajeros que hacen domicilios en sus motos y bicicletas a cambio de un pago. El modelo de negocio de Rappi los considera como repartidores ocasionales que aprovechan su tiempo libre para ganar algún ingreso, pero lo que quieren es que Rappi los contrate con todas las garantías y les pague hasta seguridad social. Ya la empresa manifestó que de ser así cerrarían operaciones en Colombia.

Muchos parecen no darse cuenta de que este y otros emprendimientos similares les ayudan a miles de personas a generar ingresos dignos y legales, incluyendo a un sinnúmero de venezolanos que de otra manera estarían presionando lesivamente a otros sectores. Ya se habla de venezolanas que cobran 5.000 pesos diarios por trabajar como empleadas domésticas cuando el pago mínimo está cerca de los 40.000, por lo que están desplazando a las nacionales.

Cederles el monopolio a los taxistas y ahorcar los emprendimientos de base tecnológica nos va a dejar en el medievo.

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