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Populismo sopla en Brasil: el posible triunfo de Russomanno en Sao Paulo
Mié, 26/09/2012 - 09:30

Carlos Monge

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Carlos Monge

Carlos Monge Arístegui es Licenciado en Ciencias de la Información (Universidad de La Plata, Argentina) y Magíster en Comunicación y Ciencia Política (Universidad Mayor, Chile). Analista internacional. Ex Agregado Cultural y de Prensa de la Embajada de Chile en Brasil. Ex Editor General del diario electrónico El Mostrador.cl. Reside en Santiago de Chile.

El próximo 7 de octubre Brasil será escenario de elecciones locales donde se renovarán las autoridades de los 5.564 municipios existentes en ese país. Estos comicios tienen un gran significado político, pues medirán el peso del gobierno y la oposición a 21 meses de iniciado el gobierno de Dilma Rousseff. Y perfilarán, a partir de estos datos, los alineamientos y reacomodos de fuerzas, en la perspectiva de las elecciones presidenciales de octubre de 2014, en el mayor país de Latinoamérica.

La pugna por el puesto de prefecto (alcalde) de la populosa ciudad de San Pablo, donde votan cerca de nueve millones de personas, se anuncia como “la madre de todas las batallas” de esta confrontación a nivel nacional, donde se enfrentan, por un lado, el PT y su base aliada (PMDB, PSB, PSB, PC do B y otros), y el PSDB –Partido Socialdemócrata Brasileño-, liderado por José Serra y Fernando Henrique Cardoso, los enemigos históricos jurados de Luiz Inácio Lula da Silva.

Aunque haya que decir, en honor a la verdad, que estas líneas de separación partidarias (válidas, a grandes rasgos, en el plano nacional) no se replican siempre del mismo modo en la esfera local, en la que a menudo se entrecruzan, produciendo nuevas y variadas combinaciones.

Como sea, un punto de acuerdo en todos los análisis es que San Pablo será, sin duda, un “caso testigo” que puede dar buenas pistas acerca de los aprontes de cara a la sucesión de Dilma Rousseff, que a fin de año estará en la mitad de su mandato.

¿Qué dicen las encuestas al respecto? La última, divulgada por Datafolha el 20 de septiembre, ubica en primer lugar a Celso Russomanno, candidato del PRB (Partido Republicano Brasileño), que en el nivel federal es aliado del PT, pero en el ámbito paulista mantiene una casquivana independencia que lo podría llevar a escuchar ofertas mejores, en materia de coaliciones.

Russomanno puntea con el 35% de las preferencias, seguido por José Serra (ex alcalde y gobernador del estado de San Pablo, que con 40 millones de habitantes tiene un PIB superior al de Argentina) con 21%; el petista Fernando Haddad (ex ministro de Educación de Lula) con 17%; Gabriel Chalita, del PMDB, con 8%; y Soninha Francine, del PPS (una fracción desprendida del viejo PC brasileño), con 4%, escoltados por otros seis candidatos menores.

Pero el dato más relevante no es ése, sino el que indica que, en caso de ser necesaria una segunda vuelta, el 27 de octubre, por no haber un vencedor que se imponga en forma clara en primera ronda, el outsider Russomanno –que no estaba en los planes de nadie hace un par de meses atrás- triunfaría con holgura ante cualquier rival (55%-31% ante Serra y 55%-30% ante Haddad).

¿Qué le abrió paso a Russomanno? ¿Qué pasó en San Pablo que hizo posible semejante tinglado, en la ciudad que fue, de alguna forma, la cuna del PT -partido, como se sabe, nacido en el ABC metalúrgico formado por Santo André, São Bernardo y São Caetano-, y que fue también la gran base de apoyo desde la que Serra lanzó dos candidaturas presidenciales fallidas? ¿Qué ocurrió en ese espacio para que, de pronto, apareciera un virtual desconocido y pusiera patas arriba los planes de todo el mundo?

La respuesta a estos dos interrogantes tiene de cabeza actualmente a los analistas. Un punto destacado es que la mitad del electorado encuentra mala o pésima la gestión del actual alcalde Gilberto Kassab, quien fue ungido por Serra como su sucesor cuando partió a la conquista del Planalto. Pero que al parecer dedicó más esfuerzos a la creación de un nuevo partido, el PDS, que a la administración de la ciudad. Y la gestión deficiente ahora le es cobrada a su “padrino”, a través de un bajo apoyo en los sondeos.

El PT, por su parte -aunque sería más correcto decir Lula, ya que fue él quien lo indicó para el cargo-, tiene un candidato joven, pero con escasa implantación en el seno de la militancia histórica del Partido de los Trabajadores en San Pablo. De hecho, su designación fue muy resistida por los caudillos locales, cuya expresión máxima –Martha Suplicy- se terminó plegando no hace mucho tiempo a la campaña y sin derrochar demasiado entusiasmo.  

Pero el punto de quiebre lo constituye, a no dudarlo, el magnetismo y la personalidad de Russomanno, un personaje que escapa del rango promedio al que tienen acostumbrados a su clientela los políticos. Revisemos algunos datos biográficos. Abogado, de 56 años, fue diputado federal desde 1995, pasando por varios partidos. Militó en el PSDB y en el Partido Progresista (PP). Este último, una de las tantas derivaciones de Arena, el partido del régimen bajo la dictadura militar (1964-1985), que luego se reconvirtiera en PDS.

Fue allí, en el PP, junto a Paulo Maluf, otro notorio ex gobernador del estado de San Pablo, al que se asocia al malhadado lema “rouba, mas faz” (roba, pero hace), donde Russomanno aprendió todos los trucos de lo que hoy es su marca de campaña: el populismo conservador.

Pero su fama pública no la debe, en rigor, a la política o a la labor parlamentaria, sino al periodismo y la exposición televisiva, ya que se hizo célebre con dos programas: “Aquí y ahora”, en SBT, y “Patrulla del Consumidor”, integrado al “Balance general”, de la cadena Record, propiedad del empresario y teleevangelista Edir Macedo, quien lo reinventó como político.

El obispo Macedo es el fundador de la poderosa Iglesia Universal del Reino de Dios, uno de los principales sustentos de la candidatura de Russomanno, quien vivió un episodio personal que cambió su vida para siempre. En 1990, su esposa Adriana se sintió mal y él la llevó a un hospital privado, donde su situación empeoró sin que los médicos acertaran con el diagnóstico. Entonces, grabó con una cámara su agonía y luego exhibió las imágenes en televisión para quejarse por la atención que recibió. Resultado: la clínica le pagó una cuantiosa indemnización por mala praxis. Y él consolidó su fama como protector de los débiles ante el poder.

Las otras razones. Con todo, y más allá de la anécdota, esto no basta para explicar el por qué de una irrupción con tal fuerza, que es capaz de pulverizar el clásico paradigma alrededor del cual se articulaba hasta hace poco tiempo la política brasileña: PT versus PSDB o Lula versus Serra.

Si se escarba en la sociología, las razones de fondo pronto saltan a la vista: en Brasil hay una “nueva clase media”, que tuvo un rápido ascenso durante el período 2002-2012. Hoy se calcula que el 21% de la población brasileña (cerca de 35 millones de personas) subieron en este período, marcado por el gobierno de Lula, desde la clase baja a este nuevo segmento, que vio expandida sus fronteras de un modo exponencial.

Estas capas medias, que accedieron por primera vez a un refrigerador y están pagando en cuotas un Golzinho (auto económico), tienen en el consumo una marca identitaria muy fuerte, y es por eso que el discurso de este “justiciero de los humildes”, Celso Russomanno, los representa y les hace sentido.

Bien lo dice Eliane Cantanhede, en una reciente columna de opinión en Folha de São Paulo: “Lula y los marqueteiros (publicistas) del PT, del PSDB y del PMDB miraron lo que vieron y estuvieron de acuerdo en lo que no vieron. Detectaron bien lo que el elector quería y ajustaron los perfiles y los discursos a la demanda, pero no previeron que el beneficiario sería otro, corriendo por fuera: Celso Russomanno”.

Como reza el dicho: nadie sabe para quién trabaja, y esa es la dura lección que estarían por aprender, tanto el gobierno como la oposición brasileña en las próximas semanas. En definitiva, esta nueva masa ciudadana se comporta en las elecciones como consumidor, lo que implica dos factores asociados: resiste las opciones limitadas a dos productos ya conocidos y privilegia lo novedoso. Aunque lo novedoso se limite al envase y un par de promesas vagas y difusas.

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