Thomas Bach frunce el ceño. Su expresión facial se enturbia un poco. La pregunta que le hago parece desafiarlo: “¿Puede usted mirar a los ojos a los atletas decepcionados por su decisión de permitir que casi todo el equipo ruso participe en los Juegos Olímpicos de Brasil?”. Poco antes, en una conferencia de prensa, el presidente de la Comisión Olímpica Internacional (COI) dijo haber resuelto esa “comprometedora cuestión” fiel al principio de que él debía “poder seguir mirando a los deportistas a los ojos”. Confrontado con su propio argumento, Bach respira profundo y me responde: “Sí, yo puedo continuar mirando a los atletas a los ojos porque tengo mi consciencia tranquila”. El excampeón de esgrima de 65 años alega que su veredicto gozó de “amplio respaldo entre las federaciones deportivas”, sin mencionar que la decisión tomada también es rechazada ampliamente por la opinión pública internacional. Está claro que, para Bach, el debate en torno al equipo ruso ha terminado. Qué errado está.
El show de la lucha antidopaje. El hecho de que 271 deportistas rusos participen en las Olimpíadas tras el escándalo de dopaje que protagonizaron es una afrenta a todos los atletas honestos; y éstos no olvidarán este agravio. Los testimonios de informantes y los reportes de la prensa fueron seguidos por un estudio exhaustivo de la agencia internacional antidopaje que demostró la frecuencia, amplitud y sistematicidad con que se recurre a drogas prohibidas para aumentar el rendimiento de los deportistas en Rusia. No se trata de “casos aislados”, como suele decirse en el COI, sino de un fraude de proporciones mayúsculas. Pero, a juicio de Thomas Bach, esas evidencias no bastan para excluir al equipo ruso. Bach asegura que la decisión se tomó tras implementar “un sistema justo”. Esa es una tesis muy endeble. Lo que consigue el veredicto del COI es revelar que la lucha antidopaje no es más que un show.
Lo justo sería que las infracciones sistemáticas fueran investigadas a fondo. Lo justo sería que se distinguiera a los atletas que no se dopan de los que sí lo hacen. Justo sería también que decisiones de peso para el deporte mundial, como la tomada por el COI, se dejaran en manos de instancias independientes, como la agencia internacional antidopaje. Nada de eso se hizo. De ahí que el movimiento olímpico en pleno esté sumido en una profunda crisis de credibilidad incluso antes de que Olimpíadas hayan comenzado. Una salida en falso para la historia.
Y ese no es el único problema que aqueja a los Juegos Olímpicos de Río. A él se suma la falta de entusiasmo general, que brilla por su ausencia. Río de Janeiro sigue siendo la misma metrópoli acelerada y amable de siempre; pero allí no se siente la fiebre deportiva que se registraba en Londres antes de las Olimpíadas de 2012. Consultada al respecto, la gente en Río admite dudar que la decisión de celebrar los Juegos Olímpicos en su ciudad haya sido una buena idea. Según un sondeo de opinión realizado por el periódico brasileño “Estadao”, 60% de los encuestados cree que los Juegos Olímpicos -cuya organización ha costado US$10.500 millones- son más bien negativos para Brasil. Eso llama la atención en un país donde abundan los aficionados al deporte. Esas cifras deberían alarmar al COI.
Ya empiezan las protestas contra las Olimpíadas. Bach ha optado más bien por ignorar esas señales de descontento. Él habla de la crisis nacional de Brasil, eso sí. Pero, a sus ojos, ésta no tiene nada que ver con los Juegos Olímpicos. Se equivoca de nuevo. Y es que en las manifestaciones que se han visto en los últimos días en Río y sus alrededores también se protesta contra el evento deportivo. Tanto los sindicalistas y los ciudadanos expulsados de sus hogares como los estudiantes y los profesores, que alzaban la voz por la precaria situación de la educación, bloquearon caminos para impedir que la llama olímpica fuera llevada al estadio de Maracaná. Quienes manifestaron contra la corrupción prevalente en la élite política del país coincidieron con otras personas enardecidas para clamar “contra las catástrofes olímpicas de todo tipo”, como rezaba una pancarta en Copacabana. Brasil está hundido en una verdadera crisis. Y los organizadores de los Juegos Olímpicos deben cuidarse para que éstos no sean arrastrados a ese agujero negro.
Pese a todo, todavía hay esperanza. Al contrario de la carrera de 100 metros, donde la primera salida en falso es, por sí sola, motivo de descalificación, los organizadores de las Olimpíadas tienen una segunda oportunidad. Ellos confían en que la gente se entusiasmará cuando comiencen las primeras competencias. Ese optimismo no es del todo injustificado, como se ha visto con frecuencia en ocasiones anteriores. Sin embargo, el equipo detrás de los Juegos Olímpicos no debería dejar todo en manos de la providencia, sino reflexionar sobre las reformas necesarias, que van más allá de la agenda 2020 de Bach. Si éste tarda demasiado en ponerse en sus marcas, los problemas podrían dejarlo atrás.