El neodesarrollismo del gobierno de Dilma Rousseff, una administración que tiene en la búsqueda del crecimiento económico un objetivo incuestionable de la dinámica de la política nacional, ha empezado a recibir críticas de intelectuales y actores políticos en Brasil. De hecho, en las últimas semanas los temas de la reprimarización, desindustrialización y los costos sociales de la extrema tecnocracia han ganado atención incluso de aliados de la presidenta.
Por supuesto que el crecimiento basado en la producción y exportación de commodities y productos primarios (soya, caña, ganado, madera, minería, energía) tiene como consecuencia la hegemonía de los sectores más retrasados en la coalición que apoya el gobierno. La correlación de fuerzas pasa a ser desfavorable al cambio social para el cual la presidenta fue electa.
El gobierno intenta ahora equilibrar la correlación de fuerzas en la coalición al decir que apoyará la industria nacional. Ese apoyo tiene cuatro puntos fundamentales: (a) exportación de productos con valor agregado al Sur global; (b) paquete de medidas que estimulan la industria (reducción de la tasa de interés, por ejemplo); (c) tentativa de profundizar lazos con la industria y los centros de investigación en los EE.UU., como se puede comprobar por la agenda de la presidenta y su comitiva en la reciente visita a ese país y (d) apuesta en el largo plazo con la expansión del número de estudiantes becarios brasileños en el extranjero, aún en cursos de grado, con foco en nuevas tecnologías, a través del programa Ciencia sin Fronteras.
Con lo anterior queda claro que el gobierno conoce muy bien el suelo peligroso en el que camina cuando se queda rehén del sector primario, sin embargo, aunque su apuesta en el largo plazo fortalece al sector primario en el corto plazo, deja dudas acerca de la posibilidad de cambiar las estructuras más profundas de la nación. Una vez más se trata una modernización conservadora y no una ruptura con un modelo retrasado de organización social, económica y política, construido desde siglos.
Pero hay otra consecuencia que todavía es poco discutida: la política de las commodities pone a la Amazonía en el centro de la política nacional, aunque en una situación contradictoria. A corto plazo, la expansión de las fronteras agrícolas y pecuarias y la exploración de los recursos minerales y el agua de los ríos para generación de energía resulta en una aguda profundización de los conflictos socio-ambientales en la Amazonia, lo que empuja los acontecimientos, aunque despacio, para la discusión nacional y también internacional. El hecho, en verdad, no es totalmente nuevo: lo mismo pasó con el desarrollismo de la dictadura militar y sus proyectos en la Amazonía. Pero la gravedad es que ya no hay a quién recurrir una vez que la izquierda, que era la que se oponía a esos proyectos, está ahora en el poder, apoyando y desarrollando esas mismas iniciativas y garantizando, con las fuerzas policiales y demás recursos del Estado, que las obras serán realizadas sin mucha discusión.
Entonces, el gobierno enfrenta los siguientes problemas que amenazan su proyecto político-económico:
(a) La promoción de la destrucción ambiental en el año de la Cumbre Rio+20, lo que genera críticas no solamente en Brasil, sino que también en todo el mundo a través de las redes sociales y movimientos globales;
(b) La persecución étnica a los indígenas, una vez más considerados enemigos del progreso;
(c) La desprotección a los derechos de los trabajadores (como el derecho a la organización sindical autónoma y la promoción de huelgas) en las grandes obras de infraestructura (como las hidroeléctricas);
(d) La falta de separación ente los intereses privados y el poder político (por ejemplo, un camión del consorcio constructor de la hidroeléctrica de Belo Monte fue usado para el transporte de policías que combatían trabajadores huelguistas);
(e) La criminalización generalizada de los movimientos sociales, debido a la defensa de la Amazonía, llevada a cabo por ONGs y activistas nacionales y/o extranjeros;
(f) La paralización de la reforma agraria, lo que quedó claro con la declaración del principal líder del Movimiento de los Sin Tierras, João Pedro Stédile, de que el gobierno de Rousseff es compuesto por tecnócratas que están de espaldas para el pueblo.
Los seis problemas anteriores no son poca cosa. Ellos indican la existencia de dos Brasil, como se dice en el país. Uno, el Brasil moderno, cuyos símbolos más importantes son las ciudades de Sao Paulo, Río de Janeiro y Brasilia. En ese Brasil, la economía es industrial y de servicios y la política es basada en la profundización, despacio pero constante, de la democracia, de la ciudadanía y del estado de derecho. El otro Brasil es el país del retraso, en el cual hay una ausencia del Estado y presencia de la ley de los más fuertes -un wild west de la selva- con líderes sociales amenazados de muerte por defender y organizar políticamente al pueblo; asesinatos sin juzgamiento o investigación policial, conflictos de tierra armados, además de la ausencia de la prensa que solamente se ha limitado a decir lo que las fuentes oficiales del gobierno o de los económicamente poderosos afirman que es la verdad.
Los brasileños en general, sin embargo, parecen desconocer u olvidar un rasgo permanente de su propio país: el hecho de que 60% del territorio nacional es ubicado en la Amazonía y no en la costa donde fue realizada la colonización y donde está la mayor parte de las ciudades y de la población. Entonces, si hay dos Brasil, es el Brasil más grande el que posee la región con mayores problemas de retraso y conflictos sociales premodernos, es decir, sin la regulación suficiente del Estado.
El desconocimiento de lo que pasa en la Amazonía es un reto muy fuerte para aquellos que desean conectar los dos Brasil. El gobierno y los poderes económicos no tienen el interés de superar ese desconocimiento. Y la prensa tampoco. Las telenovelas, programas que la mayor parte de la población mira todos los días, cuentan solamente las historias de la clase media de Río y Sao Paulo, y cuando hay alguna producción especialmente relacionada con la Amazonía, lo que se transmite es un imagen caricaturizada, un dibujo de una Amazonía folclórica que nunca existió. Es difícil imaginar en otro país del mundo un desconocimiento tan profundo sobre la población que vive en la zona más grande de su territorio.
Además, a la gente que vive en las grandes ciudades no les gusta la idea de vivir en un sitio tan aislado del mundo “civilizado”, sin los privilegios y oportunidades que la metrópoli ofrece. Ese pensamiento es la confirmación de lo que piensa el gobierno, los actores económicos y la población en general acerca de la Amazonía: es solamente un sitio lejano con recursos a ser explotados para beneficio del Brasil que realmente importa, es decir, el Brasil “civilizado”. Por eso el gobierno tiene prisa para construir Belo Monte: porque Sao Paulo necesita de fuentes energéticas. Pero los royalties del presal hallado en Río de Janeiro no se quieren compartir: son solamente de Río de Janeiro. El país, de ese modo, no necesita de un imperialismo externo, una vez que ya tiene su propio imperialismo interno, suficientemente aplastador de cualquier proyecto nacional que involucre todo el territorio.
Así es que, antes de un discurso ultranacionalista que defiende la “protección de la Amazonía contra los posibles invasores yanquis en una guerra por venir”, es necesario tener/producir un proyecto nacional para la región. El discurso de defensa nacional debe ser resultado de ese proyecto y no una justificación de la explotación y destrucción de la Amazonía llevada a cabo por los propios brasileños que lucran con su subordinación al modelo económico predatorio, típico de los siglos XIX y XX.
En una ciudad del estado de Amazonas, por ejemplo, hubo una selección para contratar médicos y nadie aceptó trabajar allá aunque el sueldo ofrecido por la alcaldía era más alto de lo normalmente ofrecido en otras regiones del país. Los más importantes recursos militares del país están establecidos en Río, cuando la más grande riqueza a ser protegida es la Amazonía. Los precios de los billetes aéreos son más caros para ir hasta la capital de un estado del norte del país, que para ir de vacaciones a Buenos Aires. La Amazonía es, por lo tanto, solamente la nevera nacional donde se sacan las cosas que están disponibles para aplacar el hambre de los que tienen plata. Los brasileños están acostumbrados a pensar acerca de la Amazonía solamente como un recurso a ser explotado. De ese modo, el destino de la Amazonía es sufrir los impactos negativos del progreso que llega destruyendo los espacios, deshaciendo tradiciones y culturas, y transformando la gente en trabajadores poco calificados con bajos sueldos.
Un proyecto nacional para la Amazonía tiene que escuchar no solamente a los actores de Sao Paulo o Brasilia, a los grandes empresarios, los líderes del partido del gobierno o la prensa. Los principales actores sociales a ser escuchados son los que viven en la tierra y que de ella sacan los recursos para vivir en harmonía con la naturaleza. Si hay gente viviendo en la tierra y ellos no desean ser atrapados por la expansión de la agricultura y el derrumbe de la forestación, hay que pensar en otras estrategias económicas viables y sostenibles.
Por supuesto que un nuevo modelo de desarrollo para la región no puede ser basado en la destrucción y explotación del bioma (espacio ecológico) y tampoco en la generación de energía para otras regiones del país. Hay que formular distintos planeamientos: (a) demográfico, para impulsar la ocupación de las ciudades existentes con generación de oportunidades económicas, educacionales, culturales y sociales; (b) del uso de la tierra y de los recursos naturales, reduciendo los conflictos socio-ambientales; y (c) de la protección de los indígenas para evitar el etnocidio y la pérdida de la riqueza cultural y humana representada por ellos.
Una opción de medio y largo plazo, pero con capacidad de cambiar estructuralmente la condición económica y cultural del pueblo brasileño en la Amazonía, es la inversión no en la explotación de los recursos naturales para exportación a mercados más desarrollados, sino que en las ciudades para posibilitar la formación de centros de investigación y innovación con base en las universidades. Esas son áreas de la economía -la economía del conocimiento y de la información- que no necesitan destruir los espacios naturales para expandirse, como el ganado o la soya. Tampoco necesitan estar ubicadas cerca de los grandes centros industriales una vez que la información producida puede circular fácilmente.
El investigador brasileño Fabrizzio Cedraz sostuvo que la triple frontera ubicada en la ciudad de Assis Brasil, en el estado de Acre, por ejemplo, ofrece una oportunidad única para conectar la necesidad de proteger y desarrollar la Amazonía con la ola integracionista vivida hoy en el subcontinente sudamericano. Un proyecto similar a la Universidad Federal de la Integración Latino-Americana (Unila), ubicado en la triple frontera del Sur, podría ser intentado en la triple frontera del Norte. La profundización del conocimiento crítico que resultaría de la expansión de la producción del conocimiento en la región ayudaría a los ciudadanos a pensar y recriar su propia identidad, sin necesidad de que los de fuera lo hagan, con buenas o malas intenciones.