Los feminicidios, una de las manifestaciones más extremas de la violencia de género, han dejado de ser en muchas partes crímenes ignorados barridos bajo una alfombra de silencio.
En la actualidad, gracias a la tenacidad de los movimientos feministas y a la emergencia de fenómenos como el #MeToo, se está dando una revolución consistente en que cada vez más mujeres (y hombres) en el mundo han decidido emprender el combate contra ese estado de cosas mediante todos los medios posibles: educación, legislaciones nuevas, campañas publicitarias, asignación de recursos económicos para llevar a cabo los programas requeridos, y también, por supuesto, la protesta pública en sus diversas modalidades, para hacer saber a autoridades y sociedad civil que hay una exigencia absolutamente firme de terminar con la tolerancia secular que ha existido hacia los diversos y añejos comportamientos marcados por la violencia de género.
En el mundo árabe, el retraso en el tema de género es grave. Si bien hay avances importantes en algunos espacios –en Túnez recientemente se turnó una propuesta de legislación para acabar con la práctica promovida por la ley religiosa de que las mujeres sólo pueden heredar una mitad de lo que reciben los hombres–, el panorama en casi todos los demás países es bastante sombrío. Algunos pocos ejemplos: Arabia Saudita con su brutal grado de segregación infligida a las mujeres al amparo de la legislación nacional; Egipto, nación donde los abusos sexuales y los feminicidios son cosa de todos los días y gozan de amplia impunidad; o Líbano, donde en su código penal ni siquiera está contemplado como delito el abuso sexual. En ese contexto, los “asesinatos por honor” como expresión de una práctica bárbara justificada de manera grotesca a partir del “apego a importantes valores de la tradición” son uno de los flagelos con mayor peso.
En esa misma zona del Oriente Medio, en Israel precisamente, también existe inquietud sobre ese tema. El martes pasado, se registró ahí una jornada memorable que dio fe de la indignación popular respecto a la manera como desde el gobierno se está manejando el tema de la violencia de género y los feminicidios. A lo largo de ese día, en la mayoría de las ciudades israelíes hubo paros escalonados de las actividades laborales de decenas de miles de mujeres, ceremonias en campus universitarios, plantones públicos, discursos apasionados y certeros, y como cierre, una concentración masiva en la plaza Rabin de Tel Aviv, donde se congregaron 20 mil personas, exigiendo a las autoridades abandonar su pasividad ante el problema. Esta jornada tuvo la particularidad de que unió a judíos, árabes y drusos, a toda la gama de la diversidad israelí, resueltos a hacer algo concreto para ejercer presión.
El detonante de esta protesta fue el hecho de que hace un par de semanas se registraron en el país los asesinatos de dos mujeres adolescentes de 13 y 16 años. Con esos dos homicidios se contabilizaban ya 24 mujeres asesinadas en este año por sus parejas o por familiares. Derivado de esos hechos, los partidos de oposición en el Parlamento israelí presentaron la iniciativa de ejercer efectivamente el presupuesto de 250 millones de séqueles, que desde hace un año y medio se había aprobado para las labores de combate a la violencia de género: albergues, servicios policiacos de protección, programas educativos, estructura de trabajado social, sicólogos, etcétera. Los recursos estaban asignados, pero en el colmo del absurdo, permanecían congelados por negligencia y/o falta de voluntad de ejercerlos.
Lo increíble fue que ante esa más que lógica iniciativa, todos los parlamentarios miembros de la coalición gobernante, tanto hombres como mujeres, decidieron votar en contra, a pesar de que el dinero ahí estaba. ¿Por qué? Simplemente porque fue una propuesta hecha por la oposición y por lo visto, a la oposición no debe concedérsele ningún triunfo, aunque ello signifique un daño monumental a las causas sociales. Más o menos ésa fue la justificación que dio el premier Netanyahu cuando se le preguntó al respecto, justo en la visita que, con motivo de la celebración del Día Internacional contra la Violencia de Género, hizo dos días después a un albergue de mujeres violentadas: “fue una propuesta de la oposición, por eso votamos en contra”, dijo.
Ante esa grotesca situación, era evidente que se movilizaría la protesta de los sectores feministas y de la población conscientes de la lacra encarnada en la violencia de género. Así que el desacuerdo y la indignación han sido ya planteados; el siguiente paso, si hay congruencia, deberá ser manifestar la presión a través de las urnas cuando llegue el momento. Eso es lo que normalmente procede en las democracias.
*Esta columna fue publicada originalmente en Excélsior.com.mx.