En la coyuntura política de hoy en Brasil, hay una pretendida polarización política entre el Partido de los Trabajadores (PT), el partido del gobierno, y el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), éste último, considerado el partido de la oposición de derecha. En ese sentido, los gobiernistas insisten en decir que todos aquellos que hacen criticas al gobierno son defensores del partido de la oposición; son “tucanos”, alias del PSDB. Aunque esta situación que afecta al gobierno de Dilma Rousseff es un poco distinta de lo que pasó con el presidente Lula da Silva: los aliados de la coalición de la presidenta tienen ahora mucho más fuerza política para presionar el gobierno de la que tenían durante la administración del carismático presidente Lula.
Tal vez la polarización entre PT y PSDB sea verdadera solamente en el estado de Sao Paulo, donde el partido de los tucanos tienen mucho apoyo de los sectores empresariales más dinámicos del país. Los peores enemigos del PT son, en realidad, sus aliados políticos y económicos, es decir, por ejemplo, los terratenientes que son dueños de grandes haciendas en las cuales hacen las plantaciones (soya, caña y otras) que sustentan el crecimiento de la economía y del PIB a través de la exportación de productos primarios. Así es que la agenda política es hoy dominada por una pauta eminentemente conservadora.
Si la crítica que voy hacer aquí ya era posible de ser enrostrada a la estructura económica diseñada por Lula, hoy la situación es todavía más grave debido a la amenaza de reprimarización de la economía nacional y los efectos que tendría esto en la vida política del país. El crecimiento económico de la economía brasileña ha estado fuertemente basado en la exportación de commodities para los mercados asiáticos emergentes y el chino en particular. China, hace poco tiempo, ha revasado con creces a los EE.UU. como el principal socio comercial de Brasil. Ese padrón de crecimiento direcciona incluso los proyectos de infraestructura planeados para profundizar la integración regional, como, por ejemplo, las carreteras construidas por la Integración de la Infraestructura Regional Sudamericana (Iirsa) en el ámbito de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur).
Asimismo, el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (Bndes) de Brasil mira principalmente los proyectos que posibilitan a los exportadores brasileños una nueva ruta hacia Asia a través del Pacífico, usando los puertos de Perú para las salidas de mercancías. Los altos precios de los commodities en el mercado internacional, debido a la gran demanda china, hicieron posible este modelo, al mismo tiempo que Brasil mantiene sus exportaciones con valor agregado para mercados del cono sur. De hecho, todos los socios del Mercosur son deficitarios en sus relaciones con el gigante brasileño. Por lo tanto, la fórmula brasileña ha sido enfocar las exportaciones hacia Asia y al mismo tiempo evitar la desindustrialización a través de buenas relaciones comerciales con países económicos más débiles del sur global.
La generosidad de la cooperación Sur-Sur es, así, estratégica y basada en la necesidad de la propia estructura económica del país. El anuncio chino de que el país va a reducir el ritmo de crecimiento en los próximos años tomó a las autoridades brasileñas de sorpresa. El pensador de la teoría de la dependencia, hecha famosa por la Cepal en los 60, Celso Furtado, aconsejaba a los países de Latinoamérica intentar liberarse de la dependencia de agentes externos para la promoción del desarrollo. Pero no es suficiente cambiar una potencia extranjera, como los EE.UU., por un país emergente como China, ya que es necesario hallar un camino autónomo, aunque conectado al mercado global. Además, la fórmula de financiar el crecimiento económico con los sectores políticamente retrasados del escenario político nacional tiene costos para la vida política y ciudadana, porque aleja el gobierno de los movimientos sociales y la sociedad civil, y lo acerca a una agenda que nada tiene a ver con el desarrollo social y humano. El ejemplo más fuerte es la alianza del diputado comunista Aldo Rebelo con la líder de los terratenientes Kátia Abreu para aprobar el nuevo Código de Florestas que perdona a los que han destrozado la Amazonía para expandir las fronteras agrícolas. La Reforma Agraria, en consecuencia, no avanza y el Movimiento de los Sin Tierras (MST) se queja del rumbo del gobierno. Mientras que el alejamiento del gobierno de los sectores más progresistas agrada a la prensa más conservadora, que ahora tiene hasta un ministro nombrado por la presidenta Dilma: un obispo de la Iglesia Universal del Reino de Dios, dueña de la TV Record, fue nombrado Ministro de la Pesca.
Por otro lado, leyendo las noticias del día, hace falta un espacio que antes había para los sectores industriales o para los trabajadores de la industria: la Confederación Nacional de la Industria (CNI) y la Central Única de los Trabajadores (CUT) casi ya no tienen voz en la prensa o en el debate político. Sin eco en la sociedad, la CNI dice en su sitio web que la industria nacional está inmovilizada y lejos del resto de la economía.
Un sondeo de la revista Istoé Dinheiro afirma que la producción industrial puede caer hasta 2% en 2012. Por lo tanto, no cabe duda de que el gobierno se ha ido alejando de la izquierda y del centro del espectro político, por hacer una lectura pragmática de la realidad económica del país. Aunque al hacer esto, el gobierno de Rousseff ha perdido la oportunidad histórica de cumplir la agenda para la cual fue electo, es decir, no solamente garantizar una mejor calidad de vida para la población en el corto plazo, sino también cambiar las estructuras económicas que han permitido la reproducción de la inequidad sistémica que hizo del Brasil el país más desigual del mundo.
Porque la mecanización del campo es solamente la realización de una modernización conservadora que mantiene a los actores políticos más retrasados en el poder, así como mantiene la dependencia estructural del país en relación a otros países que se desarrollan a paso largo. De los BRICs, Brasil es el país con el ritmo de crecimiento más lento: 2,7% en 2011 y una posibilidad de crecer solamente 3,3% ese año, muy lejano de los casi 10% de los demás. La estrategia de exportar productos manufacturados para el sur global también tiene sus límites: Argentina, por ejemplo, es el único país de Latinoamérica que no ha reprimarizado su economía en los últimos años y, como forma de defensa de la industria nacional, ha aumentado las tasas y aranceles para la importación, lo que amenaza el Mercosur con la posible generación de nuevos conflictos comerciales entre los dos socios más importantes.
El gobierno de Dilma Rousseff tiene decisiones difíciles para tomar. Por un lado, puede escoger ser un free rider del crecimiento económico chino y mantener una tasa de aprobación doméstica que garantice la permanencia del partido en el poder. Pero por otro lado, podría empezar un cambio, despacio pero firme, en las relaciones políticas que mantiene con la coalición de partidos, a fin de abrir espacios para sectores que deseen hacer del Brasil no solamente una potencia de soya y caña, sino también de producción de mercancías de alto valor agregado que valorizan las investigaciones científicas y permiten un desarrollo profundo de la nación.