Suponer que el régimen iraní o parte del mismo (los Estados no suelen comportarse como actores unitarios) estuvo involucrado (por acción u omisión) en el reciente ataque contra la industria petrolera saudí, me parece una hipótesis plausible. Sin embargo, ello merece mayor cobertura en medios que otras acciones desestabilizadoras en la región, no por la naturaleza de los hechos, sino por el poderío relativo de aquellos actores cuyos intereses se ven involucrados. De un lado, China y la Unión Europea, en tanto importan petróleo de la región; de otro, Estados Unidos, Israel y la propia Arabia Saudita, en tanto conforman una alianza cuyo denominador común es la hostilidad hacia el régimen iraní.
En las últimas semanas, por ejemplo, Israel bombardeó objetivos iraníes o de sus aliados en Gaza, Iraq, Líbano y Siria. De lo cual tal vez no oyera hablar porque quienes fueron blanco de esos ataques apenas respondieron por temor a la abrumadora superioridad militar israelí. Es más difícil explicar por qué no mereció mayor cobertura un titular de marzo de 2015 en el diario conservador israelí Jerusalem Post, según el cual "Israel brinda tratamiento a combatientes de Al Qaeda heridos en la guerra civil siria", u otro de julio del mismo año en el diario liberal israelí Haaretz, según el cual "Israel detiene el tratamiento médico a integrantes del Frente Al Nusra" (V., la rama siria de Al Qaeda).
En el caso de Arabia Saudita, Estados Unidos y la Unión Europea, un informe reciente de la ONU acusa a la coalición saudí de probables crímenes de guerra en Yemen, y sindica a los Estados Unidos, Francia y el Reino Unido como posibles cómplices de esos crímenes (dada su cooperación logística, militar y de inteligencia con esa coalición). El informe también acusa de probables crímenes de guerra a las milicias hutíes (aliadas de Irán) que reivindicaron la autoría de los ataques en suelo saudí. Hablamos de una guerra que ha provocado más de 70.000 muertes, el desplazamiento de 4,3 millones de personas, además de poner bajo riesgo de hambruna a 18 millones de yemeníes.
El ataque en territorio saudí constituye, en efecto, una escalada que podría sumir a la región en un nuevo conflicto armado. Peor aún, la escalada se produce inmediatamente después de que Irán parecía haber conseguido algunos de sus objetivos (sobre el tema puede revisar mi columna "Irán: el Riesgo de Guerra es Real", publicada en julio pasado): Trump destituyó del cargo de Consejero de Seguridad Nacional a John Bolton (quien proponía explícitamente la necesidad de librar una guerra contra Irán), mientras dejaba entrever la posibilidad de organizar un encuentro con el presidente iraní, Hasán Rohaní, durante la próxima Asamblea General de la ONU.
Si suponemos que Irán estuvo involucrado en el ataque contra Arabia Saudita, cabría formular cuando menos dos hipótesis: o bien su líder supremo, Alí Jameneí, cree que con ello mejora su poder negociador sin arriesgar una guerra; o bien algunos grupos dentro del régimen iraní buscan sabotear una eventual negociación. Pero entramos aquí al terreno de la especulación, no al de los hechos comprobados.
De lo que no cabe duda alguna es de que el ataque contra la industria petrolera saudí no cayó como un rayo en cielo sereno, sin que mediara provocación alguna por parte de sus víctimas.