El resultado de las elecciones venezolanas no ha sido el que todos esperaban. El escaso margen de votos que otorgan el triunfo a Maduro define un triunfo electoral (aun cuando sea cuestionado), una derrota social y una derrota ideológica. Por su parte la oposición aparece fortalecida y con espacio suficiente para imponer condiciones de gobernabilidad. En este contexto se entiende la petición de reconteo de votos realizada por Capriles y que ha sido secundada por diversos países y organismos. Es exigible que este nuevo conteo –de realizarse finalmente- incluya observadores internacionales que certifiquen la transparencia del proceso.
Las dudas respecto a la capacidad de Maduro de encarnar y emular el liderazgo de Hugo Chávez ha quedado despejada en esta elección. Maduro no posee las condiciones de caudillo que mostraba Chávez y que habían logrado construir una plataforma ideológica e institucional de tal magnitud que le permitió incluso pensar en dejar un heredero político que no fuese familiar directo y cuya principal fortaleza había sido su lealtad ideológica y personal. Finalmente, se vislumbra que el proyecto de Chávez corresponde a un caudillo cuya obra desaparece inevitablemente conforme pase el tiempo y a la espera de otro que pueda sustituirlo. El caudillismo no se hereda.
El resultado obtenido en esta elección responde, en parte, a que la abstención electoral (cercana al 20%) afectará más a Maduro que a Capriles, con lo cual la posibilidad de un triunfo holgado se diluyó a medida que se lograba establecer la concurrencia a las urnas. Para Capriles, por su parte, un evidente beneficio en votos, como también en imagen y posición política, confirmando su calidad de líder opositor junto a una convocatoria más amplia y coherente que la generada en el mes de octubre de 2012. A ello coopera, sin duda, la ausencia de Chávez y su voto cautivo.
En lo social, el triunfo de Maduro debe entenderse más como una derrota que como un legítimo triunfo. Es evidente que el clientelismo manejado por el gobierno desde el año pasado hasta ahora y la intrincada red social de apoyo a diversos sectores no fueron suficientes para asegurar un voto clientelista y que razonablemente le aseguraba más del 52% de la votación. Grupos importantes de sectores socioeconómicos medios y bajos, optaron por desafiar el entramado de control social y político impuesto desde el Estado. En definitiva, un resultado que en lo social implica un punto de inflexión y le otorga a la sociedad un rol protagónico en el futuro inmediato respecto a cómo se implemente el nuevo gobierno de Maduro. No es erróneo sostener que muchos votos de Capriles responden a Chavistas desencantados con Maduro.
En este escenario, el hecho inédito y de difícil comprensión democrática, corresponde al expresado en la coexistencia simultanea de un “Presidente Encargado” con la de un candidato presidencial que le permitía acceder a todos los recursos del Estado y el control social derivado, lo cual permitía convertir cada acción presidencial en propaganda, lo que constituye un dato no menor en la percepción de asimetría y abuso de poder del chavismo sin Chávez. El incremento de la violencia, la criminalidad, sumado a una situación económica complicada, por decir lo menos, se transformaron en factores de percepción negativa en sectores importantes del electorado.
En la práctica, Maduro no logra reemplazar a Chávez, con lo cual se genera el desafío ideológico de alienar a las huestes chavistas por una parte y lograr mantener el modelo con ropaje democrático por otra. Todo hace pensar que el desafío será complejo. Al efecto, la primera acción de todo gobierno es mantenerse en el poder y ello podría implicar una persecución contra los opositores, pero en un ambiente distinto, donde la sumisión social no será lo más probable. Maduro ha recibido una derrota ideológica cuyos costos mayores están al interior del chavismo. Por lo pronto, este resultado implica cambios a la hoja de ruta original impuesta por el mismo Chávez, toda vez que implica ajustes y definiciones que traerán no pocos conflictos al interior de las fuerzas que apoyan a Maduro.
La cuestión central, no obstante el resultado y su impugnación política y social, es el futuro de la democracia venezolana. Frente a una polarización social e ideológica, los escenarios tienden a establecer un debilitamiento de la gobernabilidad y la apertura de espacios de confrontación que fácilmente pueden superar la institucionalidad existente.
La democracia en Venezuela se fortalece si Maduro abre espacios a la oposición, no solo de diálogo, sino que de participación en los ejes de desarrollo y debate políticos que implican los próximos meses respecto a la economía, la criminalidad y la política exterior. La democracia venezolana se debilita si Maduro opta por cerrar espacios a la oposición y fortalece el carácter autoritario de su gobierno persiguiendo a los opositores y profundizando medidas económicas del tipo nacionalizaciones y disminución de libertades individuales.
En el plano regional, el liderazgo de Maduro se ve disminuido y se esperaría que ALBA pierda protagonismo y Venezuela ceda influencia en los organismos regionales. En este escenario el liderazgo regional busca nombre, y frente a ello Brasil y Argentina probablemente serán los llamados a despejar esta incógnita estableciendo un reordenamiento de los ejes de influencia que había impuesto Chávez.
No obstante lo anterior, los movimientos sociales y partidos inspirados en Chávez se quedan sin un mentor presente, pero quedan sus ideas que alimentarán sus movilizaciones, demandas y acciones en un ambiente de interpretaciones variadas, conforme sean los orígenes de cada grupo. Como bien sabemos los idearios no fenecen hasta que la propia historia los sepulta.
Dado el resultado la posibilidad de fracturas más profundas al interior del chavismo serán evidentes frente a las decisiones que deberá tomar para enfrentar el escenario económico adverso y evitar una recesión.
De confirmarse los resultados –con o sin auditoria- el proceso democrático de Venezuela ingresa a una etapa compleja y de no pocos riesgos. La oposición tendrá que aguantar una persecución intensa, especialmente entre aquellos que habían asegurado el voto a Maduro. Por su parte Maduro ingresa a un proceso inédito en la evolución del pensamiento de Chávez y con ello se abren espacios de incertidumbre que se enfrentarán bajo una lógica de reacción más que de proyección de un modelo.
Con todo ello, y a pesar de lo que se pueda afirmar, un actor que ha estado tras bambalinas y del cual se asume una lealtad ideológica, cobrará relevancia paulatina para establecer límites a la acción política de los distintos actores. Se trata de las Fuerzas Armadas, cuya doctrina fundamental será alejarse de cualquier esquema de división u opción ideológica de grupos para concentrarse en la generación de condiciones de soporte de una propuesta con viabilidad institucional y política. No nos equivocamos al sostener que las Fuerzas Armadas venezolanas, más allá del rol definido por Chávez, no están (o no debieran estar) disponibles para aventuras que provoquen una fisura inmanejable en el entramado social.