Esta es mi última nota del año, un 2015 difícil en lo personal, sin dudas, el año que más me ha enseñado a vivir y yo que petulantemente creía que lo sabía todo. Si hay algo que me define desde pequeño es lo idiota que suelo ser por momentos y este año no ha sido la excepción, por el contrario, resultó en una exaltación de mis imperfecciones. Pero, en medio de tanta tormenta, de tanta locura y de tantas pipas y de interminables cafés irlandeses, rescato exhausto lo más importante del año: una letra “A”, la primera del alfabeto. Quizá seas la primera por ser así de bonita, o por ser así de auténtica, o por estar cuando no lo pido aunque sí lo pido, o por tener esa capacidad tan poco frecuente de leer lo que no se dice, de valorar la sutileza de lo oculto por sobre la obviedad de lo explícito.
Lo cierto es que, a partir de esta bendita y celebrada letra “A”, se terminaron mis cafés irlandeses y parecería que disfruto finalmente de un steady state sumamente inesperado y en terreno desconocido, esta vez el shock estocástico fue todo para mí, fue bien positivo, fue muy “Poisson” y lo voy a cuidar como no supe hacerlo antes, sin miedo al gamma y exponenciado a la 25. Qué paradoja: llegaste desde una luna llena de nieve y justamente en Nochebuena, tuvimos luna llena.
Seguramente no se entienda lo que digo y lo hago bien a propósito y no por loco o tal vez, sí: quizá haya una letra “A” a la que desde un sur de quien sabe dónde todo esto le resulte familiar y se anime a esquiar un impensado 2016. ¡Feliz 2016 a todos!, ¡Vamos Argentina! Gracias por leerme, sobre todo gracias por insultarme. Gracias también por estar ahí, amo escribir y si no estuviesen del otro lado, me sería imposible compartir mi locura con ustedes: gracias por existir y esta vez, me permito hacerlo con la letra “A”...
Así es, no es que estoy borracho en Navidad (que lo estuve), no es que me fumé una pipa de esas que te deja colgado debajo de un árbol pensando (y por ahí también lo hice). Todos los que me leen, especialmente mis alumnos, saben que no soy socialista, saben que soy liberal y que me enorgullezco de serlo, pero tampoco como vidrio.
El socialismo tiene muchos postulados muy valiosos que han sido violados y ultrajados en esta fase de populismo mentiroso, hipócrita y empobrecedor que América Latina ha tenido que tolerar por esta década nefasta. Así como el menemismo ultrajó al liberalismo, lo propio hizo el kirchnerismo con el socialismo. En definitiva, los dos ultrajaron la dignidad de ambas líneas de pensamiento, en suma, ambos peronistas.
La mentira de un socialismo hipócrita fue financiada por un rally histórico en commodites. Ese rally ya fue y se hace necesario diferenciar a rajatabla la infinita diferencia entre un socialismo puro y la tórdida historieta del populismo que América Latina ha tenido que tolerar en estos tiempos. Se acabó el rally de commodities, el dólar comenzó a fortalecerse en el mundo y en esta nueva coyuntura muchos gobiernos populistas claudicaron y los que todavía persisten hacen agua en el abismo al que condujeron a sus respectivos pueblos. El populismo nos ha dejado sin papel higiénico.
Somos una extraña sociedad argentina que se planta frente al liberalismo aun cuando no entiende lo que es y al mismo tiempo toleró por 12 años el moco verde de un populismo corrupto en defensa de una hipócrita idea socialista que tampoco entiende. Por ejemplo, he vivido durante cuatro años en Suiza, un país socialista donde no existen las villas miserias, tampoco existen ancianos carenciados sin asistencia del gobierno y las rutas están pavimentadas, los trenes no asesinan gente y cuando llueve la gente no se ahoga por el agua y los niños no se mueren de frío cuando van a la escuela porque los colegios tienen techo y calefacción, tampoco padecen de hambre. Estoy hablando de cosas básicas, de aquellas que hacen a la dignidad de los gobernantes y es más: un liberal puro y un socialista puro estarían de acuerdo en estas cosas, ¿Cómo no estarlo? Si así fuera la versión del socialismo que defienden los argentinos yo me anoto, y sería el primero en votar al socialismo.
Sin embargo, en esta parte confundida del Cono Sur, parecería que la sociedad argentina tiene enormes niveles de tolerancia. Por ejemplo, a un puntero político que te maneja los planes sociales con absoluta e incomprensible impunidad y juega con el hambre, la ignorancia y desesperación de los pobres sin rendir una mísera cuenta de lo que hace con los fondos como si fueran de él, como si los argentinos que pagamos impuestos no lo hubiésemos fondeado. Parecería que la sociedad argentina es más proclive a aceptar esta versión inmunda de un socialismo mentiroso que a los principios básicos del liberalismo en uno de las clásicos romances en los que esta bendita sociedad se encuadra por décadas hasta que se da cuenta tarde y a un costo inaceptable en otras sociedades democráticas del planeta de que todo era un verso, que usaron al pobre sólo para maximizar el nivel de robo posible.
Lo que Argentina padeció por estos años nada tiene que ver con los principios que exaltan al socialismo. Lo que vivimos por estos años sólo fue una fábrica de pobres por una sencilla razón: el populismo necesita para perpetuarse dinámicamente de un montón de pobres que en su desesperación defiendan al asistencialismo permanente. El populismo, a diferencia del socialismo, no puede permitirse educar a una sociedad porque sabe que si lo hiciese perdería toda chance de perpetuarse en el tiempo. Y aun así, aun frente a una lamentable y gigantesca cantidad de pobres, el populismo fue tan ineficiente en el manejo de los recursos que despilfarraron el rally más espectacular de commodities y al quedarse sin caja, se extinguieron, como los dinosaurios.
Somos una sociedad que defiende a la industria nacional, pero si le das la chance te sale a comprar desenfrenadamente un iPhone en una clásica paradoja argentina. Somos también una sociedad que tampoco entiende que para mantener a una oligarquía industrial local, entre otras cosas, pagamos impuestos inflacionarios casi únicos en el mundo, atrasos cambiarios incomprensibles que frenan a toda la economía y generan desempleo. Lamentablemente, gran parte de los argentinos no entiende que toda distorsión de mercado se termina pagando de una u otra forma.
La industria nacional en esta versión argentina es el gran “curro” (robo) a la industria local que nos vende caros y malos artículos que en otras partes del mundo son mejores y más baratos. Es este mismo régimen proteccionista que hasta hace dos semanas atrás te impedía comprar moneda extranjera en una clásica violación al derecho de ser libre y hacer con mi dinero lo que se me plazca sin la molestia de un Estado estúpido y corrupto que encima me viene a decir con soberbia e ignorancia lo que es bueno o malo para mí.
Somos una sociedad que a la hora de pedir prestado a Wall Street (como será el caso en los próximos años) nos tornamos ultra-capitalistas pero, a la hora de pagar y devolver lo que se pidió prestado en primera instancia, nos sale el zurdo quilombero no pagador de adentro y defaulteamos en otro clásico compartimiento de una sociedad que es muy adolescente en varias de sus dimensiones.
Lo cierto es que con liberalismo o con socialismo, el club de las sociedades serias al que nunca pertenecimos, no desafía ciertos principios básicos en donde se forja la estabilidad, la decencia y la dignidad de una sociedad; presupuesto equilibrado: no gastar más de lo que entra, rendición firme de cuentas: no uses como propio lo que es de todos y si lo hiciste atenéte a las consecuencias legales que ello implica, instituciones serias y sólidas: respeta lo que está firmado y no te fumes discrecionalmente al Rofex en un fin de semana, por ejemplo. Esto es así porque las sociedades serias entienden que su dignidad no se cuestiona.
Ojalá, alguna vez comprendamos que, para conseguir cosas importantes, una Nación tiene que comprometerse con el largo plazo y con el sacrificio ilimitado, que una vez que elegimos un rumbo no lo corrompamos y que si percibimos que alguno lo hace seamos inclaudicables en la rendición de cuentas.
Hoy, la Argentina está devastada pero otra vez más, porque somos un país rico, tendremos las chance de ponernos de pie. Seamos socialmente dignos esta vez, démosle la oportunidad a los más carenciados de brindarles el único plan social que importa: educación. Brindémosle la chande de ser libres de intelecto y que cada uno elija a conciencia, el país en el que quiere vivir sin necesidad de sobornarlos con el choripán populista de todos los días. Y los dejo con este párrafo que escribí hace algunos meses atrás:
“El síndrome de la seducción por lo inalcanzable. Quizá mis ganas de soñar están inversamente correlacionadas a la casi exclusiva atención que prestamos a nuestras riñas cotidianas muchas de ellas incluso, autogeneradas y probablemente, se deba también a un síndrome que padezco desde que nací: lo utópico me seduce, lo imposible ex-ante me activa y motiva formidablemente, la utopía probablemente sea mi mecanismo de defensa hacia la no aceptación de una realidad que no me gusta porque siento que es mejorable. Decime NO a un sueño, a una idea y me vas a tener 100% intentando demostrarte que el SÍ es posible, no sé si será por escorpiano, por terco, o simplemente, por tonto. Pero para bien o para mal, me pasé la vida con esta actitud, recuerdo que mi maestra de primaria a eso lo llamaba rebeldía, pobre, no la culpo por no entender nada. Sin embargo, lo defino con una frase alternativa: la seducción por lo inalcanzable, cueste lo que cueste.” ¡Vamos Argentina!, socialista o liberal, sólo te pido que seas digna.
*Esta columna fue publicada originalmente en Sala de Inversión.com.