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Venezuela: Amuay, meritocracia y miserias del populismo
Jue, 13/09/2012 - 08:49

José Ignacio Moreno León

El presidente Santos y el futuro de Colombia
José Ignacio Moreno León

Ingeniero químico de la Universidad de Louisiana (USA), Master en Administración de Empresas de la Universidad Central de Venezuela y en Administración Fiscal y Desarrollo Económico de la Universidad de Harvard. Es además rector de la Universidad Metropolitana de Venezuela.

Los imperios del futuro serán los imperios del conocimiento señalaba proféticamente Albert Einstein hace más de seis décadas, mucho antes de que surgieran las nuevas realidades que, en todos los ámbitos del saber humano identifican la llamada Sociedad de la Información y el Conocimiento, como característica fundamental de la más profunda y dinámica revolución científica y tecnológica de todos los tiempos, al ritmo de la cual se está configurando la globalización contemporánea y la marcha de la humanidad hacia la postmodernidad.

En ese indetenible proceso los países industrializados continúan avanzando, a pasos agigantados y con sistemas democráticos y de economía de mercado que, si bien requieren ajustes importantes para incorporarle un mayor sentido humano a la marcha del progreso, han demostrado su eficiencia para impulsar el desarrollo en el marco de las condicionantes globales.

Igualmente, cabe destacar el caso de países como Finlandia, Corea del Sur, Singapur, Israel, Japón y China, que de naciones subdesarrolladas han dado el salto hacia el progreso en menos de seis décadas, porque su liderazgo ha sabido entender oportunamente las señales de los nuevos tiempos, deslastrándose del populismo y de complejos tercermundistas y emprendiendo profundas reformas en el ámbito educativo para lograr una educación de excelencia, e importantes esfuerzos para impulsar la ciencia y la tecnología como palancas fundamentales del progreso, en un entorno de sociedades que en la gestión pública y en el ámbito empresarial, privilegian la meritocracia por encima del clientelismo y del populismo.

Las valiosas experiencias referidas contrastan con la historia del desarrollo económico de América Latina, caracterizado por erráticos intentos en la búsqueda de modelos para enfrentar los complejos problemas políticos y económicos de la región. Esos esfuerzos revelan movimientos pendulares entre estrategias económicas, muchas veces de signos opuestos, que en igual sentido y quizás con mayor intensidad han estado también presentes en el proceso político de la gran mayoría de los países de la zona, cuyas instituciones han oscilado tradicionalmente entre los extremos de regímenes autoritarios y de gobiernos participativos, representados por frágiles y nominales sistemas democráticos.

En esos ensayos pendulares de la accidentada historia del desarrollo económico latinoamericano, han  surgido  frecuentes episodios de la demagogia política y económica que identifican al populismo, con sus sesgos de socialismo real, caudillismo, expansión del intervencionismo estatal y sustentado en una gerencia pública altamente politizada, burocratizada, ineficiente y poco transparente, y en la que son menospreciados los principios éticos, el valor de la excelencia y la meritocracia.

Las autocracias, otros sistemas autoritarios y, en general, los regímenes populistas y clientelares son enemigos de esos principios del buen actuar y del buen gobierno, por ello naufragan en la mediocridad y la corrupción, que han sido pesados fardos para el desarrollo de nuestros pueblos.

Esas ideologías y  sistemas políticos no comparten los criterios de excelencia con la excusa de que es un concepto oligárquico o elitesco, que obviamente choca con sus posturas populistas y mediocres; igualmente, rechazan la meritocracia a la que tildan de discriminatoria porque selecciona con base en méritos personales como la inteligencia, la formación y experiencia profesional, las habilidades, el talento y el espíritu competitivo o de superación; mientras que para ellos la selección y el ascenso se fundamenta en el sectarismo ideológico, en el compadrazgo, en el nepotismo y en la obediencia, sin reservas, a los dictámenes del caudillo de turno.

Mientras el populismo, el clientelismo y la mediocridad todavía son rémoras al desarrollo de varios de los países de América Latina, incluyendo el nuestro, Israel con la consigna de "no podemos permitirnos el lujo de ser mediocres" y  con solo 2% de la población mundial ha recibido en personas de esa nacionalidad o descendientes de ellos 29% de los premios Nobel otorgados hasta 2010; Corea del Sur, con una educación de excelencia y una gestión pública meritocrática ha logrado, en contraste con la pobreza de Corea del Norte, víctima de  un férreo régimen militarista-marxista, notorios avances, ocupando el lugar 31 entre los países de mayor PIB per cápita y el puesto doce entre las naciones de mayor desarrollo humano.

Las miserias del populismo y su rechazo a la excelencia y la meritocracia nos acaban de demostrar su dramático fracaso, expresado en el fatal accidente de Amuay, el más grave de la historia de nuestra industria petrolera, que se agrega a las secuelas de otros recurrentes accidentes que ha venido acumulando Pdvsa, desde que a partir de 2002 se cambiaron su misión y visión fundacionales como corporación energética de excelencia y la política meritocrática que orientaba la gestión de sus recursos humanos, con énfasis en el compromiso corporativo, llegando a ubicarse como la tercera empresa petrolera mundial, para transformarla, a partir de entonces, en una agencia gubernamental altamente burocratizada, politizada e ineficiente en la que la gestión del capital humano solo responde a los patrones de militancia socialista y revolucionaria de sus integrantes, con las consecuencias referidas y otras graves fallas que mantienen en alto riesgo su viabilidad como importante corporación petrolera.

*Esta columna fue publicada originalmente en ElMundo.com.ve.

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