Como casi todos los relatos de poder, la tragedia de Hugo Chávez me recuerda la de Macbeth.
Todo el mundo sabe -supongo que también el Ministro del Poder Popular para la Cultura, pero quién sabe, mejor es no apostar- que la pieza que Shakespeare estrenó probablemente en 1611, está basada libremente en la vida y hechos de un histórico y célebre rey escocés que gobernó las tierras altas entre 1040 y 1057. La crítica coincide conmigo desde siempre en que el Macbeth de Shakespeare es una de las más estremecedoras narraciones en torno a la ambición de poder y la desmesura que enceguece y conduce a la perdición.
Este artículo se ocupa de Chávez y de lo que con seguridad turba el ánimo del pupilo de Fidel Castro, pero el lector será indulgente conmigo si, llevado quizá por una deformación profesional, le atornillo primero un comentario al cuarto acto de la tragedia Macbeth.
Gran parte de Macbeth ¿la obra teatral? transcurre en brumosos páramos escoceses batidos por el viento y en umbríos castillos, escenarios todos estos muy propicios a la aparición de fantasmas. Esto último, en verdad, no tiene nada de extraño, porque es notorio que Escocia es la patria de los fantasmas. En consecuencia, en la obra, a cada rato aparecen brujas y fantasmas.
Al comenzar la acción de la pieza, Macbeth, que hasta ese momento no es más que el equivalente shakesperiano de un teniente coronel de paracaidistas, regresa victorioso de una batalla y se dirige a presentar sus respetos al rey.
En medio de un páramo y de noche, le salen al paso unas brujas. Las brujas vaticinan que Macbeth llegará a ser rey. Como no hay nada en su vida que le haga pensar que ello esté a su alcance, Macbeth no les cree y sigue su camino. Pero ya va "picado de culebra". Por eso cabalga intrigado, confuso, estremecido por el dramatismo del vaticinio. El vaticinio, por supuesto, es bastante enredado y se presta a todo tipo de especulaciones de doble vía. Bruja que no hable enredado no es bruja.
Sin embargo, el vaticinio se cumple al pie de la letra y, a partir de ese momento, Macbeth "no pela" un espectro, un presagio o un augurio, no importa cuán enredado venga. En el proceso, Macbeth se hace dueño del reino a costa de atropellar los derechos sucesorales de medio mundo, de muchas traiciones y asesinatos. Se convierte en el propio hijo de puta heavy duty, sanguinario y artero, y esto último se explica porque, como se sabe, detrás de cada coño de madre, hay una mujer, en este caso la perversa Lady Macbeth.
De modo que, entre una esposa que no hace sino darle casquillo para que mate a sus amigos, y los espectros agoreros que se le aparecen a cada rato, Macbeth se encumbra en el poder, se va ensoberbeciendo y, como suele pesar, termina creyéndose la gran vaina; se jura invencible. Llegados aquí, déjen que les cuente lo que pasa en el cuarto acto, para mí, el más emocionante de la insuperable obra de Bill Shakespeare.
Para cuando comienza el cuarto acto, los adversarios de Macbeth, los candidatos a que el déspota los convierta en escabeche, han decidido que no se lo calan más y han comenzado a organizarse. Macbeth se ríe de las noticias de que se han federado exitosamente para ir contra él. Los desprecia. Los cree pequeños y desunidos. Jamás van a poder con Macbeth, el papá de los helados. Cuenta ciegamente con el vaticinio que le ha dicho un espectro. El espectro se le aparece poco antes de las elecciones primarias.
Macbeth, que a esas alturas, después de haber "pulverizado" ¿como diría Chávez? a la mitad del elenco, ya no le tiene miedo a los espectros, le pregunta, por todo el cañón, cuánto va a durar en el poder.
Ahora bien, Shakespeare solía recurrir alternatviametne a la prosa y al verso. El espectro habla en verso, pero no alejandrino, sino relancino. Y el espectro le dice:
"Macbeth seguirá invicto y con ventura
si el gran bosque de Birnam no se mueve
y, subiendo, a luchar con él se atreve
en Dunsinane, allá en la misma altura"
No me la quiero dar de viajado, pero una vez fui a Escocia y, aficionado al teatro al fin, peregriné a la colina de Dunsinane, a pocas millas de Perth, donde es fama estuvo el castillo de Macbeth. Hoy lo que hay es un piedrero y un pub donde venden souvenirs. Muy decepcionante la excursión; ni se molesten en ir. Eso sí, en toda la pata del cerro de Dunsinane hay un bosque sumamente espeso y neblinoso: es el bosque de Birnan del que habla el espectro.
Macbeth se dice: "Un bosque es un bosque. ¿Cómo puede moverse un bosque? El bosque de Birnam jamás se moverá de su sitio. Yo tampoco del mío. Se jodieron todos conmigo".
Sólo que los adversarios de Macbeth, que después de mucho tiempo, se han puesto las pilas, saben del vaticinio y deciden ponerlo a jugar a favor de ellos. En consecuencia, se disfrazan de árboles: se disfrazan de bosque de Birnam. Para ello talan al bosque parcialmente y, camuflándose con las copas de los árboles talados, se mueven despaciiiiiito, pelo a pelo, colina arriba. Cada vez que Macbeth se asoma por las murallas, ve el bosque allá abajo. Y como los adversarios se mueven sin prisas, no advierte que el bosque se ha puesto en movimiento.
Cuando se da cuenta de que los tiene encima, ya es muy tarde, no sólo para incautar los cuadernos electorales, sino para hacer nada de provecho que evite su catastrófica derrota. El jefe de sus adversarios, un tipo al que Macbeth ha menospreciado durante toda la obra, es un personaje que habla poco y se llama Macduff.
Macduff Capriles Radonski.
*Esta columna fue publicada originalmente en ElMundo.com.ve.