Se sabe como terminó. Ya en mayo de 1945, cuando Walter Ulbricht proclamó la pseudodemocracia, ordenó al “Grupo Ulbricht”, bajo órdenes de la URSS, eliminar a sus eventuales adversarios, en lugar de reconstruir Berlín. Ulbricht fue el gobernante que marcó el primer cuarto de siglo de la RDA, la dictadura socialista alemana. Ese Estado no logró sobrevivir otro cuarto de siglo más.
El engaño comunista funcionó muchos años, hasta que, en 1989, la gente derribó el Muro. No solo idealistas creyeron en la Revolución y quisieron, después de la dictadura de Hitler, poder crear así una Alemania mejor. También alemanes comunes y corrientes, cansados de la guerra, esperaron que el socialismo trajera un futuro mejor. También en la Alemania libre, la RDA tuvo sus adherentes hasta el fin, que creyeron seriamente en la interminable “senda hacia el comunismo” y la calificaron de democrática.
El fracaso del socialismo en Venezuela. El número de verdaderos creyentes socialistas en su variante bolivariana-chavista se reduce hoy día tras día. La brutal crisis de abastecimiento afecta sobre todo a la población más pobre, que se benefició al principio de las reformas, mientras que los más ricos por lo menos pueden encargar medicamentos en el extranjero. Cuanto más fracasan las recetas del siglo pasado del Gobierno, más insólitas son sus posiciones pseudodemocráticas.
El Consejo Nacional Electoral, dominado por el chavismo, hace todo lo posible para postergar el referéndum revocatorio contra Maduro: son reducidos los días laborables debido a la crisis energética, se acusa de fraude, se argumenta que no fueron observados plazos. Que el Consejo haya reconocido por fin las firmas necesarias para dar el siguiente paso hacia el referéndum solo significa que quiere mantener en pie la fachada de la pseudodemocracia. Ya el mismo día fue anunciada una nueva revisión, acompañada de la información de que el referéndum podría tener lugar como muy pronto el año próximo. Maduro podría ser destituido, pero como faltarían entonces menos de dos años para el fin de su mandato, no habría nuevas elecciones, sino que sería sustituido por el vicepresidente, también socialista.
La división de poderes hace tiempo que no existe en Venezuela. El Parlamento fue paralizado desde la clara victoria electoral de la oposición. Todas las demás instituciones obedecen a los chavistas. En el exterior, la farsa democrática sigue impresionando a más de uno. Mientras los venezolanos pasan hambre y mueren porque no hay medicamentos, la comunidad internacional apuesta por largas negociaciones. Mientras la fachada sea democrática, no hay por qué alterarse.
Partido único en Nicaragua, ¿y qué? Lo mismo vale para Nicaragua. Que el presidente, Daniel Ortega, haya reintroducido el sistema de partido único excluyendo a la oposición del Parlamento parece no interesar al resto del mundo. Los sandinistas de Ortega pueden justificarlo con algunas resoluciones que ellos mismos aprobaron. Quien el siglo pasado traicionara a su propia Revolución Sandinista usa ahora su segunda posibilidad democrática para eliminar la democracia. Para las “elecciones” del próximo noviembre ya está asegurada una mayoría para Ortega.
Los gobernantes de Nicaragua y Venezuela pueden confiar en la misma mezcla de ingenuo idealismo e indiferencia que pretendió legitimar a la RDA durante muchos años. Después de la caída del Muro, románticos sociales desilusionados de todos los países hallaron una nueva patria intelectual en la Revolución Bolivariana. Y seguirán apoyando todos los experimentos socialistas hasta el amargo fin. ¿Y los realistas? Hacen “realpolitik”. Con Turquía, con Rusia, con China. Pero lo mismo tenía lugar en 1989, eso da esperanzas.